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La evolución política interna de Rumanía había situado al país en una especial posición dentro del conjunto balcánico. La dictadura militar personificada en la figura del mariscal Antonescu, había aproximado al país al Reich. En los últimos años de la década de los treinta, Berlin había apoyado al Ejercito en su lucha contra el partido de inspiración nazi, la Guardia de Hierro. Hitler prefería contar en Bucarest con un régimen fuerte adicto de naturaleza castrense antes que con uno situado en manos de un grupo de exaltados, aunque éstos mantuviesen ideas similares a las suyas. Rumanía resultaba vital para Alemania ya que, a la tradicional dependencia económica que el primer país mantenía con respecto al segundo como aprovisionador de materias primas, se venia a unir la presencia de los yacimientos petrolíferos de Ploesti. La potente y extensa maquinaria bélica que el Reich había puesto en marcha precisaba de este petróleo para su funcionamiento. Alemania trató por tanto de preservar esta zona de todo posible riesgo; el ataque lanzado contra los Balcanes en la primavera de 1941 había tenido como finalidad primordial apartar el peligro que para los pozos petrolíferos suponía la presencia de fuerzas británicas en territorio griego. En Bucarest, la corrupta dictadura se veía cubierta con la presencia de una no menos deteriorada institución monárquica. El rey Carol II se había visto obligado a abandonar el trono y el país, obligado por los militares, que habían elevado al joven Miguel, a quien imaginaban poder manejar con mayor facilidad.

Pero para entonces, la situación era ya extremadamente peligrosa, ante la proximidad de un Ejercito Rojo que había tomado la iniciativa en el Este. Rumania, aliada del Eje, había atacado en 1941 a la Unión Soviética e incluso había ocupado una gran extensión de sus regiones meridionales, que se había anexionado bajo el nombre de Transnitria. Ahora, el país iba a ser tratado como enemigo de Moscú, con todas las consecuencias que este hecho generaba. Esta realidad impulso así a los miembros de los partidos antifascistas y a varios sectores del Ejercito a preparar la caída de Antonescu, considerado el mayor responsable de la situación. El día 23 de agosto de 1944, el dictador fue derribado del poder y sustituido por el general Sanatescu, jefe de la casa militar del monarca, quien asimismo apoyaba la operación. Inmediatamente, el nuevo Gobierno declaró el final de toda colaboración con Alemania. Bucarest solicitaba al mismo tiempo un armisticio a los aliados y ordenaba el alto el fuego a sus tropas en combate. La respuesta alemana a esta oportunista decisión no se hizo esperar: al siguiente día de conocerse la noticia la capital rumana sufría un duro bombardeo por la aviación alemana, mientras que fuerzas del Ejército penetraban en el país. El 25 de agosto, Sanatescu declaraba la guerra al Reich, una vez que hubieron sido aceptadas las condiciones impuestas por Stalin para la firma del armisticio.

Para entonces el territorio rumano se habla convertido en un gran campo de batalla. Los alemanes se enfrentaban al debilitado Ejército nacional, apoyado por elementos insurgentes en los centros urbanos e industriales. Mientras tanto, los mandos del Ejército Rojo del sur -mariscales Malinovsky y Tolbukhin- apresuraban su paso por Ucrania con el fin de alcanzar con la mayor rapidez posible las fronteras rumanas. Alcanzadas éstas el día 20 de agosto, las fuerzas soviéticas atravesaron el norte del país y, diez jornadas más tarde, entraban en las zonas vitales del mismo: los pozos petrolíferos de Ploesti y la misma, capital. Bucarest era la primera ciudad sede de un Gobierno que era ocupada por los soviéticos, que fueron recibidos como libertadores en medio de un generalizado júbilo de la población. A partir de ese momento, el Ejército soviético se lanzó en tres direcciones dispuestas en forma de abanico -Hungría-, al este- Yugoslavia- el sur -Bulgaria-. La presencia de las fuerzas de ocupación comenzaría muy pronto a servir como instrumento de presión sobre las autoridades rumanas. El general Radescu fue nombrado jefe del Gobierno, para ser sustituido muy pronto por el político profesional Petru Groza. Este seria el elemento al que los soviéticos pensaban utilizar para facilitar el vuelco de la situación en dirección a imponer en el país las formas soviéticas de colectivización.

En los primeros días del mes de septiembre de 1944, una delegación rumana encabezada por Patrascanu, ministro de justicia, llegó a Moscú para proceder a la negociación de los términos del armisticio. Mientras, las fuerzas soviéticas y los restos del Ejército rumano se dedicaban a limpiar de alemanes el país. El día 12 de aquel mes, se firmaba un acuerdo entre las potencias aliadas por una parte y Rumania por otra, por el cual este país se comprometía a aportar todas sus tropas al esfuerzo bélico. Esto supondrá para el exhausto pueblo rumano unas pérdidas en vidas humanas que alcanzaron cifras superiores a los 170,000 hombres, entre muertos, heridos y desaparecidos. Rumania contribuyó de esta forma tan costosa y de manera muy destacada en la liberación de los territorios de Hungría y Checoslovaquia.

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