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Barbarroja

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El reino de los SS conocerá dos etapas: la primera, de 1933 a 1942, será la dedicada a la reeducación por el trabajo. El general Richard Glücks, que sustituyó a Theodoro Eicke en la inspección de los campos, hizo colocar a la entrada de Dachau, en febrero de 1940, una orden suya al lado del famoso eslogan "Arbeit macht frei" (el trabajo hace libre). La orden decía: "Hay que inculcar a los detenidos la idea de que el sentido del sacrificio, la verdad, la honradez, el amor a la patria, la limpieza, la diligencia y la sobriedad son las vías que llevan a la libertad". Todavía no se busca la rentabilidad, sino la explotación gratuita, el envilecimiento, la degradación del ser humano, enemigo del régimen, a través de métodos irracionales, aunque con una fría planificación pensada al milímetro. Pero en 1942, el curso de la guerra obligó al III Reich a replantearse la finalidad de los campos de concentración. La Unión Soviética estaba en plena contraofensiva y Estados Unidos había entrado en la contienda mundial. Había que seguir exterminando a los enemigos del régimen nazi, pero sacándoles el máximo provecho. Había que utilizar toda la mano de obra deportada, pues el frente del este estaba engullendo a gran parte de los trabajadores alemanes. Y, además, se necesitaba incrementar la producción de armamento. Había que paliar las consecuencias de las primeras derrotas militares.

Ya en 1941, en el RSHA (Oficina Central de Seguridad del Reich) prevaleció la tendencia de aprovechar al máximo el trabajo de los detenidos. Oswald Pöhl, jefe del departamento de administración, encargó a los comandantes de los campos que organizaran una oficina de trabajo y que instalaran talleres. El 15 de noviembre de 1941, el general Richard Glücks mandó un documento a los jefes de Dachau, Sachsenhausen, Buchenwald, Flossenburg, Mauthausen, Neuengamme, Gross-Rosen y Auschwitz, en el que mandaba aplazar, por orden de Himmler, las ejecuciones de aquellos prisioneros rusos que, según su constitución física, pudieran ser empleados en las minas. El 9 de febrero de 1942, Albert Speer es nombrado ministro de armamento y Fritz Saukel obtiene plenos poderes para la organización de la mano de obra. Los nazis la encontrarán en los países ocupados, sobre todo en Polonia, Francia y la Unión Soviética. Miles de prisioneros de guerra y de trabajadores civiles son forzados a ir a Alemania para trabajar en las fábricas. Thierak, ministro nazi de Justicia, encuentra la fórmula para aprovechar hasta el límite la mano de obra de la deportación: Vernichtung Durch Arbeit, lo cual significaba, exactamente, el exterminio mediante el trabajo Esta fórmula se precisaría más tarde, el 30 de abril de 1942, por el general Oswald Pöhl, jefe de la recién creada WVHA (Oficina Central Económica y Administrativa de la SS) (.

..) "El horario de trabajo no está limitado. Su duración dependerá de la organización del trabajo en el campo y estará determinado solamente por el comandante del campo (...). Todo lo que pueda abreviar la duración del trabajo debe de ser reducido al mínimo. Los desplazamientos y las pausas del mediodía que tengan como única finalidad la comida, estarán prohibidos". En un informe dirigido a Himmler, el general Pöhl escribió: "La guerra ha provocado una modificación visible de la estructura de los campos de concentración (..), la movilización de todas las fuerzas de trabajo de los detenidos, primeramente para los fines de la guerra y más tarde para los de la paz, se imponen..." El objetivo de los campos no había cambiado, sólo que ahora la muerte iba a ser provocada, principalmente, a través de la explotación por el trabajo. Independientemente de este cambio de orientación, conviene recordar que siguieron funcionando varios campos cuya única y exclusiva finalidad era el exterminio sistemático, sin utilización de su mano de obra. Fue el caso de Sobibor, Belzec, Treblinka y Chelmno, destinados al asesinato masivo de los deportados que pertenecían a las razas llamadas inferiores, los judíos y los gitanos. El 8 de diciembre de 1942, Himmler ordena a Pöhl que aumente el número de detenidos en los campos. La deportación masiva desde los países ocupados será ya un hecho. Quince grandes campos, entre los cuales están Mauthausen, Flossenburg, Buchenwald, Gross-Rosen, Auschwitz y Ravensbrück, entran de lleno en esta nueva organización.

Como ya advertía el informe del general Pöhl a Himmler en abril de 1942, la organización del trabajo nazi debía tener dos vertientes: la que se inclinaba por la economía de guerra y la que tenía que programar la época de paz. Los deportados constituían una mano de obra baratísima que se podía renovar constantemente gracias a la expansión alemana por Europa. La mayoría de los campos de exterminio fueron instalados cerca de una fábrica de armamento, de un terreno de aviación, de una mina, de una estación o de una cantera. Los campos no sólo proveían a los talleres o a las empresas de sus alrededores, sino que muchos empresarios hacían encargos de personal y, por un precio convenido, éstos les mandaban la mano de obra. Los empresarios alemanes aceptaron sin ningún escrúpulo el trabajo de millares de niños trasladados desde los dos países más castigados, Polonia y la Unión Soviética. Los campos también mandaban a las fábricas, convertidas en kommandos exteriores de trabajo, los guardias y los perros adiestrados que se encargaban de hacer trabajar a los detenidos hasta la extenuación y la muerte. Otros deportados sustituían a los que morían y así los empresarios no tenían que hacer más gastos. La mayoría de las veces, la vida en estos kommandos exteriores era, si cabe, más dura que en los campos centrales. El universo concentracionario nazi se extendía como un pulpo y sus tentáculos absorbían terrenos todavía vírgenes.

Así nacerían, a lo largo de la guerra y de acuerdo con las necesidades que la misma iba creando, el Kommando de Dora en Buchenwald, el de la fábrica Jeinkel en Sachsenhausen, el de Abteroda en Ravensbrück. Se contabilizaron hasta 43 firmas, entre privadas o controladas directamente por los SS, que detentaron el poder económico de Mauthausen y sus kommandos exteriores. La cantera de Mauthausen fue la más rentable de todas las anejas a los campos de exterminio. En 1944 produjo un beneficio de más de once millones de marcos y superaba con creces a las otras cinco grandes canteras del Reich: Auschwitz, Flossenburg, Gross-Rosen, Marburg y Natzweiler. El 5 de diciembre de 1941, Himmler mandaba una circular a los campos: "Los planes de la SS para la construcción exigen que sean tomadas sobre todo en la posguerra medidas preparatorias a gran escala... Desde ahora tenemos una orden del Führer según la cual la DEST, como empresa de la SS, deberá proveer anualmente, a partir del comienzo de la paz, unos 100.000 metros cúbicos de granito para los grandes edificios del Führer". DEST eran las siglas de Deutsch-Erd-Und Steinwerke GmbH, fábricas alemanas de piedra que englobaron a todas las empresas concentracionarias especiales en la construcción, controladas por la SS. Albert Speer quería inclinar el favor económico del Reich hacia la fabricación de armamento, ante los desastrosos acontecimientos que ocurrían en el frente de batalla.

El ex arquitecto y entonces ministro de la Guerra explica en sus memorias el entusiasmo de Hitler ante el proyecto de Dornberger y Von Braun del V-2. Hitler nombró al general Kammer, un ingeniero SS de cuarenta y dos años, comandante jefe de todas las armas secretas alemanas. En 1943, Kammer recibió plenos poderes para utilizar la mano de obra de los campos, con el fin de llevar a cabo el proyecto de las armas secretas. En 1942, los alemanes habían descubierto la aplicación del motor de expansión y crearon las armas V-1 y V-2. Con ellas pensaban destruir París y Londres. Estas armas tenían que ser fabricadas en escondrijos fuera del alcance de la aviación aliada, y los prisioneros que trabajaban en ellos estaban destinados a desaparecer. Los presos vivían dentro de los túneles y morían a montones, pues no había condiciones higiénicas ni sanitarias. Los mataba el polvo blanco que se desprendía de las paredes, o la humedad, cuando no los latigazos y el hambre. La mayoría de estas instalaciones, casi siempre subterráneas, fueron construidas cerca de Flossenburg, Buchenwald y Mauthausen. El 20 de noviembre de 1943, el Boletín Oficial alemán publicaba un decreto firmado por Hitler que decía así: "La empresa de Fried Krupp, empresa familiar desde hace ciento treinta y dos años, merece el más alto reconocimiento por sus incomparables esfuerzos para aumentar el potencial militar de Alemania".

Alfred Krupp dijo en el proceso de Nuremberg: "Nosotros necesitábamos ser dirigidos por una mano fuerte y dura. Esta era la mano de Hitler. Nos sentíamos satisfechos de los años que pasamos bajo su caudillaje." La familia Krupp fue durante cuatro generaciones la principal fuente de aprovisionamiento bélico para Alemania. Uno de tantos ejemplos de esta alianza fue la petición, en 1944, de dos mil detenidos para mano de obra al comandante de Buchenwald. Durante el quinto año de guerra, en 1944, los Krupp obtuvieron más de 110 millones de marcos en beneficios, ganados con la explotación de doscientos cincuenta mil seres humanos que trabajaban en las 81 fábricas de su consorcio. Decenas de miles murieron en los campos de concentración que rodeaban estas fábricas. Alfred Krupp fue condenado en 1948 a doce años de prisión y a la confiscación de todos sus bienes. Liberado en 1951, a petición del canciller Adenauer, se le devolvió todo su patrimonio. Krupp era el símbolo de la complicidad entre el gran capital y el ascendente nazifascismo alemán. Hay otros: IG-Farben, Flick, Thyssen, AEG, Siemens, Haniel, Banco Alemán, Banco de Dresde, Banco de Comercio. Fritz Thyssen recordaba en un libro escrito en 1941 que los grandes nombres de la industria pesada decidieron financiar el NSDAP a raíz de un discurso de Hitler en Düsseldorf el 27 de enero de 1932. Friedrick Flick, de la gran industria y la alta banca, financiaba desde 1933 los grupos de la SS y la SA.

El y otros industriales se aprovecharon de la persecución contra los judíos para apoderarse de sus empresas. Desde 1933 se volcaron en la preparación industrial de una nueva guerra de agresión. Los grandes monopolios establecieron una amplia programación para saquear las empresas de los territorios conquistados, incluso antes de ser ocupados. Más de veinte millones de personas resultaron encarceladas y deportadas para hacerlas trabajar como esclavos. El tributo de Polonia y la Unión Soviética fue inmenso. Desde que la WVHA se hizo cargo de la administración de los campos, millares de judíos, sacerdotes, médicos e intelectuales polacos fueron mandados a Stutthof (Gdansk), Majdanek (Tublin) y Auschwitz-Birkenau, bien para ser gaseados inmediatamente siguiendo el programa de la solución final, o bien como trabajadores forzados. Hitler declaró el 2 de octubre de 1940 que los polacos no tenían otro dueño que el pueblo alemán. La cultura, el espíritu y la fe del pueblo polaco tenían que ser destruidos. De quince a veinte mil polacos partieron hacia Majdanek en enero de 1943. Después de ser aplastada la insurrección de Varsovia, cerca de sesenta mil de sus habitantes, entre ellos muchos niños menores de ocho años, fueron enviados a Auschwitz. Hasta octubre de 1944, las cámaras de gas de Birkenau todavía funcionaban a pleno rendimiento. En total fueron exterminados unos cuatro millones y medio de soviéticos civiles, en los campos de exterminio nazis, en sus kommandos de trabajo o en los ghettos judios o en los penosos viajes hacia la deportación.

El 4 de septiembre de 1942, el Führer dio la orden de enviar inmediatamente alrededor de medio millón de mujeres ucranianas para el trabajo doméstico y un millón de obreros suplementarios. El 18 de noviembre de este mismo año se ordenó que todos los ciudadanos soviéticos que habitaban en zonas de amplia actividad partisana y aptos para el trabajo fueran enviados a Alemania como mano de obra. En la región de Smolensk, por ejemplo, en un solo mes (diciembre de 1942) se contabilizaron 134.478 víctimas, un tercio de ellas ejecutadas sobre la marcha, y el resto, deportadas para ser exterminadas mediante el trabajo. Los grandes empresarios utilizaron conscientemente esta mano de obra esclava, aunque sabían que iban en contra del artículo 13 de la Convención de Ginebra. Representantes de consorcios como la Siemens, IG-Farbe Industrie, Portland-Zement, Bankhaus Stein, formaban parte del Círculo de Amigos del Reichsführer SS, y cada año le entregaban más de un millón de marcos para servicios especiales. En total, 130 personas de la industria pesada y ligera se sirvieron de la mano de obra concentracionaria. Pagaban de tres a seis marcos diarios por persona, y esta cantidad iba directamente a manos de los SS, los cuales sólo gastaban unos 35 pfenings al día por cada prisionero. En los laboratorios IG-Farben se elaboraba el temible gas Cyclon B, utilizado en las cámaras para asesinar a millones de seres humanos inocentes. Los IG-Farben crearon los kommandos de Buna, Leuna y Monowitz en Auschwitz, controlaron la mortalidad y enviaron a Birkenau a los detenidos que no eran productivos para que los exterminaran.

Sólo en la fábrica de Buna, treinta mil prisioneros trabajaron para los IG-Farben, de los que perecieron alrededor de veinte mil. El aprovechamiento económico y la planificación exterminadora estaban, desde 1942, estrechamente vinculados. El 21 de junio de 1943, Himmler ordenó que "todos los judíos todavía disponibles en los ghettos del este sean reunidos en los campos de concentración". Delante mismo de las cámaras de gas se efectuaba la selección con el fin de recuperar a los más válidos para el trabajo antes de serles aplicada la solución final. En la gran mayoría de los casos, la muerte sólo era aplazada en unas cuantas semanas o un par de meses. Tampoco se puede ignorar la gran rentabilidad económica que la deportación en sí misma otorgaba a los SS. Se comerciaba con los cadáveres, con el cabello o con la grasa humana destinada a la elaboración de jabón. Únicamente el campo de Auschwitz vendió 60 toneladas de cabellos a la firma Alex Zink, productora de filtro. Los huesos calcinados se destinaban a la fabricación de superfosfatos. Una organización especial SS, llamada Acción Reinhard, obtuvo inmensos beneficios con la apropiación de joyas, dientes de oro y aquellos objetos que podían ser comercializados. De este modo, incluso después de muertas, las víctimas de la deportación constituían una inagotable fuente de riqueza para la Alemania nazi.

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