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ParacasTiahuanaco

Desarrollo


Pero de todas las culturas serranas la más conocida o por lo menos la que ha producido más bibliografía incluso desde el siglo XVI, cuando Pedro Cieza de León habla de constructores blancos y barbados, es Tiahuanaco, centrada en las ruinas del mismo nombre en Bolivia, en las márgenes del lago Titicaca. Aunque Tiahuanaco ha generado mucha literatura fantástica, por ejemplo el erudito Arthur Posnansky que la visitó en los años veinte de este siglo vio en ella la cuna de la cultura americana, remontando su antigüedad a unos 14.000 años, hoy se conoce algo mejor el complejo cultural que se encierra bajo ese nombre. La tradición Pucará representa los antecedentes más evidentes de Tiahuanaco y también el punto de encuentro entre tradiciones culturales de la costa y sierra central con las del sur de los Andes. Pucará se sitúa en el norte de los ríos que forman la cuenca del Titicaca entre 300 y 200 a. C., remontándose su origen a tiempos formativos. Pucará significa la aparición del urbanismo en los altiplanos andinos y con relación a Tiahuanaco la cristalización de unas características que se desarrollarán con fuerza posteriormente: la arquitectura, la escultura, la cerámica y una iconografía peculiar. Se pueden encontrar relaciones, por ejemplo entre Paracas y Pucará, lo que podría explicar los rasgos iconográficos tiahuanacotas de evidente carácter Chavín, como la imagen del llamado dios de las varas.

Hacia el 300 d. C. comienza el gran desarrollo urbano de Tiahuanaco, tras un estadio cultural de carácter aldeano, y constituye la fase III hasta el 667 d. C. Junto con la fase IV, hasta el 1050 d. C. representa el apogeo del centro ceremonial. La fase V se refiere ya a un fenómeno cultural de carácter expansivo, en relación con Huari y terminado con la conquista incaica. Aunque la agricultura fue importante, particularmente la de la patata, que se convertía en chuño sometiéndola a un proceso de deshidratación, a base de congelación y secado, y de otros cultígenos de altura, como la oca, la quina o la cañihua, recientemente se ha puesto en evidencia la importancia de la ganadería. Auquénidos, como la llama y la alpaca, eran capaces de alimentarse con el ichu o hierba dura en torno a los 4.000 m de altura, donde la agricultura no era posible. Y también los tiahuanacotas extendieron su influencia por los Andes del centro y del sur, en forma de colonias bajo su control directo, buscando pisos ecológicos diferentes para aprovisionarse de productos de imposible cultivo en el altiplano, como la coca, el ají o el maíz, en muchas ocasiones destinados a fines ceremoniales. El comercio fue un factor significativo para el desarrollo del centro urbano, girando en épocas tempranas en torno a la obsidiana, la sodalita y el mineral de cobre. En la fase III aparece el bronce por primera vez en el continente americano. Este comercio llegó a adquirir una enorme importancia, apareciendo centros especializados que intercambiaban sus productos.

La aparición de la urbe y del centro ceremonial de Tiahuanaco revelan, por un lado, la presencia de especialistas altamente cualificados, directores de obra, canteros, escultores, orfebres y ceramistas y, por otro, de un poder centralizador capaz de movilizar los recursos suficientes para mantener a esos especialistas, a la ascendente clase dirigente y mover una ingente mano de obra para trasladar y ubicar los enormes bloques monolíticos que caracteriza la arquitectura y la escultura tiahuanacota, mano de obra aparentemente de carácter campesino, ya que no hay indicios de un régimen de tipo esclavista. El aspecto de las construcciones, con una fuerte incidencia religiosa, remite a una clase dominante de carácter sacerdotal, al menos en un principio. Las ruinas de la ciudad se encuentran hoy a unos 20 km del lago Titicaca. Originalmente debió encontrarse en las orillas, debiéndose la actual distancia a la desecación progresiva del lago. La extensión urbana alcanzaría a unos 2,5 ó 3 km2, calculándose una población entre 5.000 y 20.000 habitantes, según las épocas. El centro ceremonial, de unos 1.000 m de este a oeste y 500 m de norte a sur, encierra una serie de estructuras destacables desde un punto de vista artístico-arquitectónico. Destaca el Acapana, una estructura piramidal orientada este-oeste, de unos 200 m de lado y de planta más bien cruciforme. Prácticamente desaparecida, estuvo construida con tierra y tenía un paramento de bloques de piedra rodeando la masa del edificio que se levantaba en gradas hasta unos 15 m de altura.

Al norte, el Templete Semisubterráneo, una plaza rehundida 2 m por debajo del nivel del suelo, de 26 por 29 m. Los muros se forman con grandes bloques monolíticos verticales que soportan la pared, a base de bloques cúbicos entre los que se incluyen cabezas de piedra esculpidas. Se accede a la plaza por una escalinata de 5 m de anchura. Ambas estructuras parecen formar un conjunto unitario y corresponden a una misma época de construcción, entre los siglos II y IV d. C. Al oeste del templete y construido probablemente entre los siglos IV y V d. C., se encuentra el gran recinto del Kalasasaya, una gran masa rectangular de 128 por 118 m levantada 4 m por encima del nivel del suelo y retenida por un gran muro con la misma técnica de construcción del templete. Lo más destacable es el acceso, en forma de seis gradas originales de 7 m de anchura, que conducen a un patio interior de 80 por 65 m donde se encuentra una de las esculturas más famosas de Tiahuanaco, el Monolito Ponce, denominado así en honor de su descubridor. Esta figura es un buen ejemplo de uno de los grupos de escultura más característica del arte tiahuanacota, los grandes monolitos de carácter antropomorfo. Con una fuerte tendencia al geometrismo, representan a la figura de pie, con las manos sobre el pecho, una enorme cabeza cuadrada con ojos rectangulares y un tratamiento general más bien de relieve en torno a un bloque paralelepipédico. Presentan también una elaborada decoración finamente grabada tanto en el tocado, como en el cinturón, e incluso sobre el cuerpo y rostro.

Aves, serpientes y a modo de signos de difícil identificación, generalmente componiendo grupos rectangulares, dominan entre los diseños. Los personajes llevan diferentes objetos entre las manos, como keros, la concha strombus, el pututo, o instrumento musical andino, o a modo de mazas ceremoniales. En el ángulo noroeste del Kalasasaya, se encuentra el máximo representante de otro de los grupos peculiares de la escultura de Tiahuanaco, la famosa Puerta del Sol. Actualmente aisladas, y consideradas por sus elementos decorativos dentro del capítulo de la escultura, estas puertas debieron constituir un componente de un sistema arquitectónico de unidades monolíticas. La Puerta del Sol está tallada en un monolito de andesita, y mide 3,8 m de anchura por 2,8 de altura y 70 cm de grosor. El vano mide solamente 1,4 m de altura y 60 cm de anchura. En el centro del monumento y sobre el vano aparece una figura en medio-relieve, de carácter antropomorfo, enmascarada, de pie sobre una especie de pirámide escalonada, con los brazos abiertos y llevando en cada mano una especie de cetro o varas con cabezas de pumas y de cóndores. En su recargado vestido se pueden reconocer cabezas-trofeo y de su cara cuelgan una especie de lágrimas en forma de felinos. La rodean 48 figuras en bajo relieve, en forma de un personaje caracterizado de ave, con máscara y alas, identificadas las de la fila central como cóndores. Máscaras, semejantes a la de la figura principal, y grecas rematadas por cabezas también de ave completan los diseños labrados.

Las interpretaciones que se han hecho sobre los motivos de esta Puerta del Sol son infinitas, entre ellas la de identificar la figura principal con el astro rey y de ahí su nombre. Otra teoría más generalizada es que se trata de Viracocha, dios creador andino, cuyos mitos y rituales se encuentran repartidos por todo el área peruana, y se remonta su iconografía hasta Chavín, a cuyo dios de las varas se asemeja. En cualquier caso nos movemos en un terreno de pura hipótesis, aunque sí podríamos afirmar tal vez que nos encontramos ante una representación de una deidad o de un personaje de profunda significación no solamente en el ámbito tiahuanacota sino también en el mundo andino en general. La figura principal la encontraremos representada continuamente, incluso en cerámica y tejidos, y su propia forma podría hacer pensar que se ha tomado de una superficie plana, como una tela y un motivo bordado sobre la misma. La parte trasera de la Puerta del Sol tiene una serie de nichos tallados que aparecerán en otras puertas monolíticas de la ciudad. Tres de éstas se encuentran en el Puma-Puncu, ruinas a 1.500 m al suroeste del centro ceremonial, donde subsisten plataformas de piedra formadas por bloques monolíticos de hasta 7 m de longitud, 4 de anchura y 1,8 m de grosor. Son los ejemplos más perfectos de talla anteriores a la época incaica y parecen haber sido el suelo de un santuario cuyos muros debieron estar formados por lajas de grandes dimensiones. Este complejo debió corresponder a la época de esplendor de la urbe, entre los siglos VI y VII.

Entre el Kalasasaya y el Puma-Puncu se encuentran una serie de estructuras como el Putuni o el Kheri-Hala, tal vez de carácter palaciego, con basamentos de piedra finamente tallada pero con muros de adobe. Tiahuanaco no fue el único conjunto monumental de la cultura. En torno al lago Titicaca existieron otros centros importantes como Lucurmata y Huancarani y también Oje y Pariti, cuya época de apogeo conoció diferentes fechas. Habría que hablar entonces de un importante arte lítico que se desarrolló en torno al lago Titicaca, plasmado primero en una excelente técnica constructiva en la que destacaba la maestría de la talla de bloques de piedra monolíticos, de basalto o andesita, perfectamente labrados y pulidos y unidos mediante entalladuras y una especie de grapas de cobre en forma de T o de I. Pero más llamativa fue tal vez la escultura, entre las que además del poderoso estilo geométrico de Tiahuanaco, que se recoge también en otros lugares del lago, se encuentra el estilo de Pucará, de carácter más naturalista y más cercano a las formas humanas. La cerámica de Pucará presenta una serie de diseños que se relacionan con la cerámica Paracas, lo mismo que la costumbre de delinear los motivos con incisiones. Los diseños son generalmente zoomorfos, felinos, peces, aves y reptiles y también seres humanos, con una policromía a base de rojo, negro y crema. La cerámica de Tiahuanaco, que recorre diferentes fases, alcanza su esplendor en la fase IV.

Es una cerámica de excelente factura, generalmente engobada en rojo, siendo la forma más frecuente la de kero o timbal, con base plana y lados acampanados. Pueden tener asas planas verticales, una cabeza de felino modelada o bordes ondulados. Los motivos decorativos se delimitan con líneas negras o blancas y pueden ser de carácter geométrico o figurativo y en este caso presentan las formas esquemáticas y angulares que definen el estilo tiahuanacota. Con una policromía de hasta seis colores, se dibujan motivos escalonados, felinos, serpientes, peces, cuerpos decapitados y cazadores de cabezas. En algunos casos se imitan los diseños de la escultura y entonces el tema más representado es el de la cabeza de la figura central de la Puerta del Sol.

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