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ParacasTiahuanaco

Desarrollo


En la región de Ica de la costa sur peruana, en la yunga, o territorio situado entre los 800 y los 2.000 metros, de ambiente desértico y prácticamente sin lluvias, se produjo en 1925 uno de los descubrimientos más espectaculares de la arqueología peruana. Se trataba de un cementerio, con el mayor número de tumbas en excelente estado de conservación conocido hasta el momento, utilizado entre el siglo IV a. C. y los primeros años de la era cristiana. Se encontraron dos tipos de enterramientos, los denominados Cavernas y Necrópolis. Las tumbas Cavernas, pertenecientes cronológicamente a la fase 9 de Paracas, no se aprecian en superficie. Constan de una especie de pozo o tubo por el que se accede a la cámara funeraria, excavada en forma de caverna, en la que pueden encontrarse hasta 30 ó 40 fardos funerarios. Hay un tratamiento diferencial de los cadáveres, estando algunos cubiertos por una simple tela mientras que otros se envuelven en grandes cantidades de tejidos y mantos, y se acompañan de diademas y otras joyas. La momificación es incipiente, reduciéndose a una cobertura de brea. Las tumbas Necrópolis, pertenecientes a la fase 10 de Paracas y 1 y 2 de Nazca, son construcciones subterráneas, de unos 25 metros cuadrados, revestidas cuidadosamente de piedra e incluso con escaleras de acceso. Se acusa aquí en mayor medida el trato diferencial de los cadáveres, que se manifiesta incluso en el tamaño y colocación de los fardos funerarios. Los mayores ocupan una posición central, y se rodean de dos o más fardos medianos y de muchos pequeños, que consisten en su mayoría en momias descuartizadas o huesos sueltos.

Los ajuares se enriquecen también considerablemente, y un único fardo importante puede estar envuelto por más de diez mantos bordados, cuarenta o cincuenta prendas de vestir, pieles, tocados, joyas, y estar acompañado de ofrendas de alimentos, cerámicas y multitud de objetos de orfebrería. Las técnicas de momificación son asimismo más complejas e implican extracción de las vísceras, separación de la cabeza, sometimiento del cuerpo a diversas sustancias químicas y orgánicas. El cadáver, doblado, era luego envuelto en tejidos y vestidos, hasta conseguir la forma más o menos cónica deseada. Sorprende en estos fardos la enorme abundancia de tejidos, lo que, entre otras cosas, es índice de la importancia que desde antiguo tuvieron las telas en Perú. La ropa enterrada no debió ser usada en vida por los difuntos a los que acompañan. Los mantos bordados y los inmensos paños de burdo algodón no tienen un propósito utilitario, pero además las prendas de vestir son de tamaño diferente y pueden no corresponder con el del cadáver. La mayoría de los tejidos son nuevos, sin huellas de uso, y se encuentran también tejidos sin concluir, a medio trabajar o apenas iniciados. Probablemente los mantos y vestidos de un fardo no fueron colocados todos a la vez, sino que se irían agregando a lo largo de los años. Periódicamente se extraía el paquete central de la tumba y se le agregarían nuevas ofrendas textiles, rito funerario practicado también en épocas tardías, por ejemplo, por los incas y documentado incluso por cronistas españoles.

La materia prima utilizada de preferencia por las tejedoras de la costa sur fue el algodón y secundariamente la lana, según las épocas. El algodón se despepitaba y la lana se lavaba para desengrasarla, y se cardaba con grandes penes de madera. El hilado y torsión de las fibras se hacían manualmente con un palillo y un tortero o volante de huso. El algodón se podía teñir antes del hilado o más frecuentemente se dejaba en el color natural de la planta, que variaba del blanco al marrón en toda una gama de cremas. La lana se teñía siempre después del hilado, habiéndose encontrado hasta 190 matices de colores, combinando tintes y los colores naturales de las fibras. Los tintes eran generalmente vegetales, como el índigo (lndigofera suffruticosa) para los azules, o el achiote (Bixa orellana) para los rojos. Pero el rojo también se obtenía de un molusco nativo de la costa, el Concholepas peruviana, y de la tradicional cochinilla, parásito de las opuntias. Para la fabricación de las telas se usaron gran variedad de técnicas, desde las más primitivas basadas en la utilización de un solo hilo que se entrelaza sobre sí mismo, hasta los trabajos con telar cuyas primeras evidencias se remontan en Perú al 2000 a. C. Se compone básicamente de dos palos paralelos que sustentan la urdimbre y que se sujeta por un extremo a un poste y por el otro a la cintura de la tejedora. Existe también un telar horizontal, sujeto a cuatro estacas clavadas en el suelo. Con el telar se hacían las telas o tejidos en los que los hilos de la urdimbre y de la trama se cruzan de forma alternativa y regular; los reps, donde se ocultan los hilos de la urdimbre o de la trama debido a un fuerte entrelazado, que además no cubre todo el recorrido y puede originar características acanaladuras.

Una variante, la tapicería, permite realizar diseños al mismo tiempo que se realiza el tejido. Y las gasas, cruzándose entre sí los hilos de un mismo elemento, generalmente la urdimbre, al tensar con fuerza los hilos de la trama. La variedad de las técnicas decorativas es grande. Puede realizarse a la vez que se confecciona el tejido, resultando entonces diseños de carácter lineal y geométrico, fundamentalmente bicromos, o llevarse a cabo sobre la tela ya elaborada. En este caso, el bordado, generalmente de punto atrás, permite una gran libertad de tratamiento y el empleo de multitud de colores. Y existen también telas pintadas, directamente sobre la mismas o por el procedimiento de tiedye, o diseño en negativo, tiñendo los hilos protegidos por nudos. Paracas Cavernas, libre ya de la influencia de Chavín, representa la aparición de una identidad regional donde se introducen elementos locales y se perfila también un estilo propio, de trazos rectilíneos en la formación del dibujo, que culminará en la época Necrópolis. Los temas representados pueden dividirse en dos grupos, naturalistas, o reproducción de seres y objetos comunes y fantásticos. Los primeros representan elementos vegetales, animales, figuras humanas, cabezas cortadas y objetos diversos, apareciendo aislados o asociados con otros motivos. Los diseños fantásticos son seres esotéricos, procedentes en general de la transformación de criaturas reales. Se encuentran animales fantásticos, híbridos de humanos y animales, siendo los más representados la serpiente, el zorro, el boto (orca) y las aves rapaces, que probablemente tienen que ver con el mundo de creencias de estas culturas.

El estilo rectilíneo, de color sepia, de Cavernas, dará paso a la policromía y al estilo curvilíneo de Necrópolis. En las fases siguientes los motivos se irán estilizando cada vez más, llegando a perder su identidad. La decoración se dispone sobre el tejido de un modo convencionalizado, adecuándose el motivo a la zona delimitada para su ubicación, organizándose simétricamente y guardando una cierta proporción tanto entre sí como en relación a la tela. Existe siempre un cierto ritmo, tanto en la disposición de los motivos como en el cromatismo utilizado. Los tejidos de Paracas-Nazca parecen responder a un cuidadoso estudio preparatorio, para lo que se valieron de patrones, como lo indican tejidos inacabados en el desarrolló de la decoración. La manifiesta uniformidad en todas las fases del trabajo de la elaboración de las telas, hace pensar en la existencia de un control general de la manufactura textil, en manos de diversos especialistas, como hilanderos, tejedores, tintoreros, bordadores, etc., con instituciones semejantes a las que se encontrarán en Perú en época más tardía, y probablemente en su mayor parte mujeres, tal como ocurría en la época de los incas.

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