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Desarrollo


El estudio de las estelas alcanza mayores cotas de interés cuando se pasa del análisis de los elementos por separado al estudio de las composiciones. Despejada la impresión de que fueran elementos sin orden aparente, pronto se advierten principios compositivos respetados como rasgos de estilo y en función de lo que en las estelas se pretende expresar o comunicar. Aparte de detalles de menor importancia, como la colocación de las armas en función de su uso, uno de los aspectos compositivos más notables reside en la importancia concedida al escudo. En las más sencillas ocupa el centro y con tamaño destacado; es un hecho que podría parecer casual o irrelevante si no fuera porque en las del tipo segundo se mantiene la misma disposición, aunque se añadan otros elementos de importancia en una supuesta jerarquía de valores atribuible a las pertenencias de un guerrero; por ejemplo, el carro de la estela de Torrejón del Rubio I (Cáceres), diminuto en relación con el escudo, que se agranda, por ello, en su apariencia y en su significado. Resulta, por añadidura, que incluso en estelas con figuras humanas se respeta el lugar central y el tamaño preeminente del escudo: estelas de Solana de Cabañas, Zarza de Montánchez (Cáceres), Torres Alocaz (Sevilla), El Viso (Córdoba), y otras. Se da, por otra parte, el hecho de que cuando el escudo ocupa el lugar principal de la composición, presenta siempre la escotadura en V, mientras que cuando es desplazado de él por la figura humana, y aparece como un elemento más del armamento, pierde la escotadura y es simplemente redondo.

Alguna razón debe haber para todo ello, y tras examinar el valor significativo y simbólico del escudo en el ámbito mediterráneo, particularmente en Grecia, se comprueba que tiene, entre otros, el de servir de medio de identificación de un individuo o un grupo, por ejemplo de carácter étnico. Se explica la frecuencia con que escritores antiguos, como Posidonio, Diodoro o Estrabón, al referirse a un pueblo -a los lusitanos, pongamos por caso- describen con particular detalle el tipo de armas, y muy especialmente el escudo, la manejable caetra en el caso lusitano. Y así otros muchos detalles que documentan una tradición, que llega al Medioevo y hasta nuestros días, reflejada en la representación en escudos de los emblemas de linajes familiares y apellidos. Los escudos redondos y escotados de las estelas tartésicas, estarían destacados, por tanto, más que a título de armas, en función de su presumible valor como expresión del origen cultural o racial de sus gentes. La estela más monumental de todas, la de Ategua, presenta una compleja composición, con escenas en varios registros, que adquieren todo su sentido al interpretarlas a la luz de las representaciones contenidas en los sarcófagos o lárnakes micénicos, y en los vasos atenienses del período Geométrico. Arriba se halla el guerrero, heroizado en un dibujo monumental y bien trazado, como todo lo demás, rodeado de sus armas y otros objetos; debajo se halla una escena de próthesis, con el difunto sobre un lecho o una pira, un individuo que hace el típico gesto de lamentación de llevarse una mano a la cabeza, y dos animales destinados al sacrificio en honor del muerto; en el registro siguiente hay una escena de carro, con un personaje dispuesto a subir a él, quizás el difunto mismo que va a emprender su viaje al más allá; por último, en el registro inferior, dos grupos de personas ejecutan, tomados de las manos, una típica danza funeraria, la misma que aparece representada con frecuencia en los vasos griegos, acompasada también por instrumentos musicales de cuerda como los representados en nuestras estelas.

Las estelas, por tanto, reflejan una sociedad con un alto componente guerrero y portadora de una rica tradición cultural, que tiene en ellas un eficaz vehículo de expresión, aunque su apariencia artística sea tan poco atractiva a primera vista. Los débitos con pueblos del ámbito egeo parecen evidentes, y acaso tengamos reproducidos en las estelas a guerreros de la misma estirpe, o muy próxima a ella, a la que pertenecen los dibujados en el llamado vaso de los Guerreros de Micenas, vinculables a los Pueblos del Mar, y partícipes, junto a los propios aqueos, en las migraciones que cambiaron el panorama cultural y, en parte, étnico de amplias regiones del Mediterráneo, desde fines del segundo milenio a. C.

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