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Datos principales


Rango

dominio etrusco

Desarrollo


Llamada también domus itálica, como hoy la vemos en tantos ejemplos de Pompeya y Herculano, es fruto del desarrollo de la cabaña primitiva. Su centro es el atrio; en él pervive la cabaña originaria. En ésta los antiguos latinos dormían, comían, descansaban, sacrificaban a los dioses, conservaban el fuego y el agua, aderezaban sus viandas. Frente a la puerta se hallaba el tálamo, el torus genialis, y a su lado, aquí la mensa de las comidas; allí, el hogar perpetuo del que salía el humo por la puerta o por la abertura del techo. El atrio romano, atrium tuscanicurn, sin columnas en su forma prístina, es el resultado directo de la tuscanización de la cabaña. Al igual que ésta, el atrio rectangular tiene una abertura en el centro del tejado, el compluvium. El agujero que servía al principio para dar salida al humo se utilizó más tarde para dar a la casa, luz, aire y agua, el agua de la lluvia que discurría por las cuatro vertientes del techo inclinadas hacia dentro y se recogía en el impluvium, la taza rectangular rehundida en el centro de la solería del atrio. Junto al impluvium se encuentra a menudo un puteal, el brocal de un pozo que recordaba al antiguo recipiente del agua doméstica, y junto a él, el cartibulum, la mesa de mármol en que se comía. El tipo más sencillo de atrio, el tuscánico, caracterizado según Vitrubio por la falta de columnas (y así se puede constatar en casas pompeyanas como la de Menandro y la del Cirujano) tenía el compluvium del tejado enmarcado por cuatro vigas que se cruzaban en ángulo recto.

Con el tiempo se hizo frecuente el uso de cuatro columnas en los ángulos del compluvium para reforzar aquellas vigas, de donde nació el atrium tetrastilum, e incluso el de seis columnas llamado corinthium. Aunque no se haya podido reconstruir ningún ejemplo, la falta de impluvium en algunos atria permite considerar que éstos pertenecían a una variedad que Vitrubio denomina atrium testudinatum, cubierto de tejados que vertían hacia el exterior y se iluminaban por ventanas. Se perdía con ello la intimidad y la suavidad, la luz de iglesia, tan agradable, de los atrios compluviados, pero el gusto y las necesidades del dueño podían aconsejarle prescindir de aquella calidad estética. Al fondo del atrio, y como habitación principal de la casa, se encontraba el salón, el tablinum, que en algún caso, como la Casa de Salustio, en Pompeya, tenía en la pared del fondo una ventana ancha que daba al hortus, el huerto trasero. Se pasaba a éste por un pasillo o por una de las habitaciones fronteras, una de ellas triclinio, la otra cocina. Los lados del atrio estaban ocupados por los dormitorios (cubicula), carentes de ventanas y sin más abertura que la de la puerta. Detrás de ellos, el atrio se ensanchaba en dos alae hasta las paredes de uno y otro lado de la casa, dejando exento y visible el tablinum y las estancias anejas al mismo. La puerta de la calle (ostium), precedida a veces de un vestibulum (versión urbana de la cuadra que ocupaba aquella zona de la domus en las casas labriegas, y se llamaba stabulum), daba acceso al zaguán del atrio como embocadura (fauces) del mismo.

El atrio era así el centro de la antigua domus; en él se desenvolvía casi toda la vida diaria, especialmente la de las mujeres, ocupadas de las faenas caseras. El hecho de que un personaje como Augusto tuviera a gala no vestir prenda alguna que no estuviera hecha enteramente en su casa, y por su mujer, revela la fuerza casi supersticiosa de aquella tradición. Aun respetando la parte antigua de la casa, las nuevas necesidades y el afán de comodidad impusieron la ampliación del esquema tradicional, manifiesto ya a finales del siglo II a. C.: el modesto hortus de la parte trasera se convierte en centro de un segundo ámbito, rodeado de un pórtico o peristilo al que se suman nuevas habitaciones. No sólo el nombre de peristilo, sino otros varios de esta parte de la casa, el andron, como se llama el pasillo de comunicación del peristilo con el atrio, el oecus, el comedor de gala, la exedra, el gran salón, delatan el origen griego de los añadidos. Alguna casa de las más antiguas, como la del Fauno, de Pompeya, tiene dos atrios o incluso más, bien por haber reunido en una varias domus anteriores, bien por haberse construido así expresamente, una para la familia íntima del dueño y otra para los miembros de la servidumbre. El gusto de los propietarios y la fantasía de los arquitectos hacían que difícilmente se encontrasen dos casas iguales en una misma población. Muchas de ellas tenían dos o más tiendas, abiertas a la calle, a los lados de la puerta de entrada: las tabernae de pequeños comercios y establecimientos públicos. Si dentro de la variedad puede buscarse un principio rector, cabe encontrarlo en la axialidad y en la simetría bilateral que son tan perceptibles en las plantas como en los alzados y que inspiran la tendencia a la composición tripartita que se puede apreciar en la arquitectura y en las artes plásticas de tradición romana.

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