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dominio etrusco

Desarrollo


Dos agentes extraños al mundo itálico habían provocado en éste un cambio decisivo: los comerciantes y los inmigrantes fenicios y griegos. Las fuentes nos dicen algo de ellos -demasiado poco, sin duda-; los hallazgos arqueológicos y los estudios modernos realizados sobre éstos, mucho más. Durante el siglo VIII se encuentra entre las poblaciones del litoral tirreno de cultura vilanoviana cerámica pintada de estilo geométrico, parte de ella importada de Grecia, pero otra parte mucho mayor fabricada localmente. La conclusión a sacar era que estos vasos estaban fabricados y pintados por ceramistas griegos, de Atenas, de Corinto, de Eubea -e incluso de Pithekoussa y de Cumas, en Campania-, establecidos en las aún pequeñas poblaciones del litoral del Lacio y de Toscana, donde abrieron sus alfares de cerámica fina, ayudándose unas veces de compatriotas y otras de mano de obra de la localidad. Ya tenemos, así, bien documentada la presencia de un primer agente de renovación. Sin esos ceramistas y sin sus compañeros, los eborarios, orfebres, broncistas, plateros, herreros, comerciantes y escribas que dominaban el prodigio del alfabeto y de las tablas de cálculo; sin los narradores de cuentos que, dominando la lengua nativa acudían a los foros en días de mercado y allí entretenían a los rústicos con recitales de viajes e historias de dioses y de héroes, sin esos y otros forasteros no se hubiese pasado de la aldea a la ciudad, ni la civilización etrusca se hubiera producido en el momento y en la forma que la conocemos.

Sólo en ese sentido puede sostenerse hoy que los etruscos vinieron de fuera a una Italia bárbara; pero si los promotores de esa maravilla no vinieron de Lidia, sí lo hicieron en su mayoría del Mediterráneo oriental; y naturalmente, no eran un pueblo homogéneo. Ya en su estudio fundamental de la cerámica geométrica de Italia se había percatado Akerström de un fenómeno curioso: los etruscos demostraron ser el pueblo no griego con más capacidad para asimilar el arte de los griegos, y siempre lo hicieron con una viveza y una personalidad excepcionales. Otros pueblos intentaron lo mismo sin conseguir más que bárbaras imitaciones. Ahora bien, como observó Schweitzer, a propósito de la Crátera de Aristónothos, tanto el arte etrusco de inspiración griega, como el arte griego de las colonias del sur de Italia y de Sicilia, tienen un carácter propio desde el geométrico al helenismo. Por distintos que fueran los etruscos de los griegos de la Italia meridional, existía entre ellos una indudable afinidad de temperamento y de formas de expresión. Si se reconoce así, es lícito hablar de arte o de estilo colonial en el mismo sentido en que este término se emplea al tratar del arte español en los países americanos. En Grecia no hay más que un arte. Los artistas pueden ser buenos, malos o regulares, pero el panorama general es homogéneo; en Etruria, en cambio, hay dos artes, uno aristocrático, de inspiración griega, y otro popular, mucho más espontáneo, rústico y anárquico.

Hay, además, griegos de la Grecia propia que si bien producen en Etruria toda su obra, no deben ser tomados por etruscos, como, por ejemplo, el magnífico autor de las siete u ocho Hidrias Ceretanas. Las perspectivas del comercio con España, la Galia y Europa Central, entonces en vías de pujante desarrollo; el descubrimiento y explotación de nuevas fuentes de riqueza minera e industrial en el centro y norte de Italia, atraen hacia Etruria tanto a los fenicios como a los griegos. No sabemos quiénes llegaron primero. La cerámica geométrica no es decisiva desde que sabemos, o tenemos razones para creer, que los introductores de la cerámica geométrica griega en Huelva fueron los fenicios. El caso es que sólo los griegos pudieron haber importado la cantidad ingente de cerámica corintia, protocorintia y ática que se encuentra en Etruria, y lo mismo que sólo a los fenicios se debe atribuir la vajilla de plata, sencilla o dorada, los marfiles y los bronces de puro estilo y temática oriental, chipriota y egipcia. Piezas de calidad exquisita, como el vaso de cerámica vidriada con el nombre del faraón Bokchoris (720-715 a. C.), del Museo de Tarquinia, contribuyen a abrirles las puertas de santuarios y mercados. Además de ellos, vienen a establecerse en el país, desde Grecia y desde Fenicia, los alfareros, toreutas, eborakios y otros artífices antes aludidos. En algunos casos especiales, las fuentes se refieren expresamente a ellos; así por ejemplo, sabemos que con Demarato de Corinto, padre del primer rey etrusco de Roma, vinieron a establecerse en Tarquinia tres paisanos suyos, fabricantes de terracotas, Eucheir, Diopos y Eugrammos.

Pero sólo los hallazgos arqueológicos pueden dar una idea cabal de la riqueza importada y almacenada por la Etruria del siglo VII y del esplendor que esos emigrantes dieron a su civilización. Las novedades técnicas introducidas por griegos y fenicios pasaron enseguida al servicio de gustos y modas propios del país de adopción. Dos cosas podían entonces ocurrir: que esas técnicas se mantuviesen al nivel con que fueron introducidas o que fuesen prontos y francamente superadas por los artistas indígenas. Es sabido que tanto los griegos como los etruscos aprendieron de los fenicios la técnica de la filigrana y del granulado en orfebrería; pero ya hacia 650 habían superado claramente lo aprendido de éstos, que no consiguieron o no pretendieron aprender a su vez de sus discípulos. Aun los griegos de finales de aquel siglo quedaron, en este terreno de la orfebrería, por detrás de los etruscos del Orientalizante II. La Tomba Bernardini de Praeneste, a un día de camino de Roma hacia el Lacio interior, ofrece entre las joyas de sus regios ajuares dos tazas de asas horizontales. La forma de las tazas se ajusta con tal precisión y sentimiento a la del skyphos corintio de transición (640-625 a. C.) que sólo a un artista griego se pueden atribuir, pero a un artista griego que trabajaba en Etruria, porque las esfinges sentadas que decoran las asas son tan etruscas, y sólo etruscas, como la técnica del granulado que las adorna, mucho más refinada que la de la orfebrería griega del período.

Lo mismo se puede decir de aquellas fíbulas planas destinadas a sostener el manto sobre el hombro. Aquí ni siquiera hay que pensar en griegos. Son etruscos quienes las hacen, según prototipos fibulares autóctonos, llevando hasta el delirio y la confusión los enjambres de animalillos granulados -leones, caballos, quimeras- que las recubren de uno a otro extremo. El mismo goce de la figuración plástica se extiende a los pectorales repujados de la Tomba Regolini-Galassi, de Caere; a los brazaletes y a las grandes arracadas de las mujeres. Los etruscos nunca pretendieron imitar o emular a los griegos en su arquitectura. Ni tenían materiales de construcción comparables al mármol y a la caliza de la Grecia propia (Carrara y Luna permanecían aún en el secreto de la tierra), ni sus ideas arquitectónicas eran las mismas. Con criterio moderno tendríamos que decir que sus ideas eran más arquitectónicas e ingenieriles. El templo y la tumba griega del tipo mausoleo están hechos para ser vistos desde fuera, como esculturas; sus valores, por grandes que sean, son escultóricos. En cambio, el efecto del templo etrusco, con toda su madera y sus revestimientos polícromos de terracota, es fundamentalmente pictórico, como lo fue en la Grecia primitiva, por ejemplo, en Thermos, y después dejó de serlo, por la enorme vocación griega por la escultura y la geometría como única fuente de belleza. En cuanto a la tumba etrusca, como la vemos en Caere, es puramente arquitectónica: un ambiente interior en el que alienta un espíritu más antiguo que el griego -habría que buscarle equivalencias en el Tesoro de Atreo y demás tumbas micénicas- y mucho más moderno. En la tumba etrusca es la intimidad, no la ostentación, lo que priva.

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