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Otros casos de transición afectaron a las democracias pactadas, y restrictivas, como las de Colombia y Venezuela o la de México, caracterizada por "su revolución institucionalizada". En todos los casos, la diversidad y complejidad de los problemas a resolver era de tal magnitud que dificulta el establecimiento de modelos. En México, la tímida apertura propiciada por la reforma constitucional del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) asignó un número de escaños en la Cámara de Diputados a la oposición. Durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) la apertura política se ralentizó debido a las resistencias surgidas del interior del PRI (Partido Revolucionario Institucional) y de la burocracia estatal y el presidente debió abandonar rápidamente sus proyectos de democratizar el partido gubernamental. Pese a las reformas, las posibilidades de la oposición eran muy limitadas y las elecciones municipales ganadas por el derechista Partido de Acción Nacional (PAN) en el norte del país fueron rápidamente anuladas. La frustración política de la oposición estalló en las movilizaciones estudiantiles de 1968. Ante la cercanía de los Juegos Olímpicos, el movimiento fue brutalmente reprimido con la matanza de la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Luis Echeverría (1970-1976) incluyó en su plataforma electoral algunas de las reivindicaciones del movimiento estudiantil, pero la mayoría de sus promesas, especialmente las referidas a la apertura del sistema, serían incumplidas.

Sólo el auge petrolero comenzado en 1973 le permitió sobrellevar la creciente oposición interna. José López Portillo (1976-1982) realizó el primer intento de una mínima reforma política y amplió la representación parlamentaria de los partidos de la oposición. El PAN se convirtió en el principal partido de oposición, y en las presidenciales de 1982 obtuvo el 14 por ciento de los votos. El Partido Socialista Unificado, que reunía a la mayor parte de las fuerzas de izquierda, sólo obtuvo el 6 por ciento. Una vez más, el ganador fue el candidato del PRI, Miguel de la Madrid (1982-1988), que asumió en medio de la crisis de la deuda externa y que se preocupó por intensificar el ritmo de la reforma política, aunque las derrotas electorales sufridas en los estados del Norte aminoraron el proceso. Nuevas dificultades surgieron al final del sexenio, cuando el PRI se escindió y la llamada tendencia democrática propuso la elección por las bases del candidato presidencial. El aparato del PRI se negó y eligió a Salinas de Gortari, que debió enfrentarse a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, que contó con el apoyo de buena parte de la izquierda. Las elecciones fueron ganadas por el PRI, pero Cárdenas obtuvo oficialmente el 31 por ciento de los votos, un porcentaje jamás alcanzado por candidato opositor alguno en todas las elecciones mexicanas. Convencido de la debilidad del sistema, Salinas comenzó una serie de reformas que teóricamente deberían conducir a la apertura del régimen y al total abandono de los planteamientos revolucionarios.

Su actitud ante la Iglesia así pareció confirmarlo. El impacto de la Revolución Cubana sobre la política venezolana fue menor que en otras países latinoamericanos. Venezuela estaba gobernada por Rómulo Betancourt, gracias a la alianza entre su partido de Acción Democrática y el Partido Social Cristiano (Comité de Organización Política Electoral Independiente-COPEI), conocida con el nombre de Pacto del Punto Fijo. Acción Democrática comenzó a perder militantes por su izquierda, deseosos de cambios más rápidos y profundos. En 1961 se formó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partidario de la insurrección popular y de la vía cubana al socialismo y el Partido Comunista Venezolano apostó por la lucha armada, abandonando su larga trayectoria de participación en el sistema democrático. A partir de 1963 la violencia recrudeció en Caracas y las elecciones se plantearon como una verdadera prueba de fuerza entre el gobierno y la guerrilla, que había amenazado con sabotearlas, pero el 90 por ciento de los ciudadanos registrados acudió a votar, lo que supuso un serio descrédito para los grupos guerrilleros. Las elecciones de 1963 fueron ganadas por Luis Leoni, seguidor de Betancourt, que contó con casi el 33 por ciento de los votos. COPEI abandonó la coalición con Acción Democrática, lo que reforzó el sistema bipartidista y aumentó la soledad del gobierno, cada vez más ocupado en la represión contra una guerrilla que había desplazado su actuación de la ciudad al campo.

A partir de 1968 se produjo la alternancia en el poder de los candidatos de los dos grandes partidos. El copeyano Rafael Caldera (1969-1974) fue sucedido por el adeco Carlos Andrés Pérez (1974-1979). Posteriormente ocuparon la presidencia Luis Herrera Campins (COPEI), de 1979 a 1984, y Jaime Lusinchi (ADECO), de 1984 a 1989. Carlos Andrés Pérez, que fue reelecto en 1988, rompió el ciclo y comenzó su presidencia en 1989 en medio de una terrible crisis económica. Colombia seguía siendo gobernada de acuerdo con la alternancia acordada en el Pacto Nacional. Durante el gobierno del conservador Guillermo León Valencia (1962-1966), el segundo presidente electo de acuerdo con el nuevo sistema, la valoración pública del acuerdo entre conservadores y liberales siguió bajando. En 1966 se eligió al liberal Carlos Lleras Restrepo. A la elección acudió algo menos de la mitad de los votantes y el resto se abstuvo y el nuevo presidente intentó movilizar a amplios sectores populares que vivían al margen de la política. Pero el profundo malestar existente se reflejó en el resultado de las elecciones de 1970, ganadas por escaso margen por el conservador Misael Pastrana Borrero frente al general Gustavo Rojas Pinilla. Las posiciones antirreformistas de Pastrana eran de sobra conocidas y Rojas Pinilla, que se hizo eco del descontento popular, ganó por amplio margen en las ciudades más grandes. En 1974, el sistema de alternancia se quebró por las disputas surgidas entre los partidos, aunque de acuerdo con la Constitución el presidente debía integrar en su gobierno, de acuerdo a su caudal electoral, a representantes del segundo partido más votado.

El primero que gobernó en estas circunstancias fue el liberal Alfonso López Michelsen (1974-1978), que tuvo que hacer frente a una profunda división de su partido. Sin embargo, en 1978 volvió a ganar el candidato liberal, Julio C. Turbay Ayala, pero en las siguientes elecciones, 1982, la división del Partido Liberal permitió el triunfo del candidato conservador, Belisario Betancur. Su gobierno debió enfrentar a una guerrilla endémica, reforzada con la aparición del M-19, y a la actividad disolvente y corruptora del narcotráfico. Para agravar aún más la situación, ambas actividades terminaron convergiendo en sus manifestaciones criminales. El asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, fue una clara señal del enorme poderío que habían alcanzado los carteles de la droga. Los liberales recuperaron el gobierno de la mano de Virgilio Barco, que ganó ampliamente las elecciones de 1986. Su política de reconciliación con la guerrilla cosechó algunos éxitos, siendo el acuerdo con el M-19, en 1989, el más importante. Su sucesor, el también liberal César Gaviria, elegido en 1990, continuó por ese camino, aunque sin obtener el desarme de los dos mayores grupos, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Sus esfuerzos por desactivar el narcotráfico han permitido algunos avances parciales y se observa una paulatina disminución del clima de violencia que vivía el país.

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