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Durante la Gran Depresión México estaba dominado por Calles y el recién creado Partido Nacional Revolucionario (PNR), que le permitía al Jefe Máximo ejercer el poder sin ocupar la presidencia. En 1933 se planteó la sucesión de Abelardo Rodríguez, y tras algunos movimientos internos el general Lázaro Cárdenas, que ocupaba la secretaría de Guerra, fue elegido candidato oficial. La fama honesta y progresista del candidato, junto con su campaña política, presagiaban un giro radical en la forma de gobernar el país. El primer gabinete de Cárdenas estuvo dominado por hombres de Calles, pero el presidente tomó ciertas medidas opuestas a las directrices callistas, apoyándose en algunos caudillos campesinos provinciales y en el movimiento obrero, insatisfechos con el Jefe Máximo. Ante los ataques de Calles, Vicente Lombardo Toledano, el principal dirigente del movimiento obrero, creó el Comité Nacional de Defensa Proletaria en apoyo del presidente. El enfrentamiento entre Calles y Cárdenas se agudizó, pero la victoria presidencial acabó con el maximato y Calles tuvo que marcharse a Estados Unidos en 1935. El programa de reformas se desarrolló plenamente hasta 1938 gracias a la decisión de Cárdenas y al importante respaldo popular logrado. El apoyo se canalizó a través de la Confederación Nacional Campesina (CNC) y de la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), que reemplazó a la Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM).

Lorenzo Meyer señala que el apoyo a los obreros, la reforma agraria, la creación de organizaciones populares, el énfasis en una educación de corte socialista basada en el materialismo histórico contribuyeron por primera vez en la historia revolucionaria a dar contenido a las consignas favorables a la construcción de una democracia de trabajadores. Según los planteos reformistas, la modernización del país sería posible mediante la creación de nuevas unidades agrarias y del impulso de una industria descentralizada. La reforma agraria afectó en cuatro años a casi veinte millones de hectáreas y supuso el reemplazo de numerosas haciendas por ejidos comunitarios. Pero como la reforma afectó a grandes propietarios extranjeros las relaciones internacionales mexicanas, especialmente con los Estados Unidos y las principales potencias europeas, comenzaron a deteriorarse. La situación internacional de México quedó todavía más afectada por la nacionalización de las explotaciones petroleras. Ante el apoyo gubernamental a las reivindicaciones gremiales, las empresas interrumpieron la explotación. La respuesta del gobierno fue contundente: primero requisó los pozos y luego los nacionalizó. Gran Bretaña rompió relaciones con México, los Estados Unidos suspendieron las compras de plata mexicana y las compañías petroleras afectadas establecieron un estricto boicot a su producción, impidiendo el abastecimiento a los clientes tradicionales. Alemania y Japón ávidos de productos energéticos se ofrecieron como mercados alternativos.

Cárdenas explotó hábilmente el nacionalismo mexicano e hizo del petróleo un tema prioritario y de orgullo nacional. Poco después de la expropiación petrolera el oficialismo se reorganizó en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), creado en reemplazo del PNR. El PRM estaba formado por los sectores que apoyaban a Cárdenas y tenía una base semicorporativa; lo integraban la CTM y algunos sindicatos independientes, la CNC y los militares. La inclusión del ejército neutralizó el desarrollo de una importante fracción anticardenista que se estaba formando entre la oficialidad. La creación del PRM fue un paso más en la eliminación del poder de los caciques locales y en la centralización del poder, todo bajo el férreo control del presidente. El descontento creado por algunas reformas aumentó en la población y la candidatura opositora del general Juan Andreu Almazán para las elecciones presidenciales aumentó su respaldo popular. Cárdenas se convenció de la inconveniencia de profundizar en las reformas si quería que el pueblo siguiera apoyando la obra del gobierno y designó como candidato al también general Manuel Ávila Camacho, su ministro de Guerra. A partir del gobierno de Ávila Camacho se abandonaron los proyectos de reforma social y política y el gobierno apostó por propiciar el desarrollo económico a fin de cambiar en poco tiempo la estructura del país. La izquierda política y sindical fue desalojada definitivamente de sus posiciones cuando el mediocre Fidel Velázquez se hizo con el control de la CTM, en lugar de Vicente Lombardo Toledano.

El siguiente sexenio inició el período postrevolucionario con el presidente Miguel Alemán, un político que ni provenía del Ejército ni había participado en la revolución. El PRM se convirtió en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y al perder su rama militar pudo apartar al Ejército de la esfera del poder, algo infrecuente en América Latina, y uno de los elementos estabilizadores del sistema mexicano. Alemán apostó por el desarrollo económico y la industrialización, basada en la gran empresa privada. La actividad económica de su gobierno fue notable y no sólo la industria creció a tasas elevadas, sino también la agricultura, que lo hizo a una velocidad mayor. En parte, el crecimiento se financió con inflación, generando un gran descontento en los sectores urbanos, alarmados por el avance de la corrupción, que se había convertido en un poderoso mecanismo de cooptación política y de formación de la elite gobernante. El excedente de la población rural migraba hacia el distrito federal, que sufría un crecimiento demográfico sin precedentes y daría lugar a la mayor concentración urbana del mundo. En 1952 Adolfo Ruiz Cortines fue elegido presidente, bajo la consigna del "desarrollo estabilizador". El gobierno intentó eliminar la corrupción y modificar la política financiera de Alemán. Para ello devaluó drásticamente el peso mexicano, favoreciendo al sector exportador, a la industria y al turismo. Su sucesor, en 1958, fue Adolfo López Mateos, que imprimió un nuevo giro a la política mexicana y pareció que las reivindicaciones de justicia social volvían a tener un sitio destacado en la labor gubernamental. Pero ello no significaba que el gobierno estuviera dispuesto a tolerar la conflictividad social. La huelga ferroviaria impulsada por el Partido Comunista fue duramente reprimida y sus responsables severamente castigados por una justicia poco independiente del poder político.

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