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El objetivo de Mao en el momento de poner en marcha la llamada "revolución cultural" había sido crear una sociedad que, aunque fuera pobre, resultara también igualitaria y que manteniendo su condición de colectivista tuviera un carácter menos burocrático que lo habitual de acuerdo con el modelo estalinista. La "revolución cultural" supuso un largo período de tensiones políticas y también una importante crisis económica aunque menor de lo que, en principio, podría haberse esperado. En realidad, pese a que se pudiera pensar de otro modo, no hubo novedades sustanciales en la política económica china durante ese período. Hasta ese momento, y también entonces, las doctrinas vigentes por parte de la dirección del Partido Comunista chino fueron las de la estrategia de desarrollo de Stalin para la URSS, aunque hubo un esfuerzo para tratar de conseguir adaptarlas a China. Algunos dirigentes se opusieron, por ejemplo, a que se olvidara en exceso la agricultura o a que las decisiones estuvieran demasiado centralizadas; fueron los más pragmáticos pero tampoco ellos pusieron en duda el modelo soviético. Mao, en cambio, fue de la opinión de que existía un peligro de burocratización y eso fue lo que le llevó a intervenir, pero en realidad sólo lo hizo en las decisiones económicas en el período 1958-1959 y lo hizo sin una particular preparación en esta materia que él mismo admitía. En definitiva, lo esencial para él fue siempre un propósito político; en él jugaba un papel decisivo su propio deseo de mantenerse en el ápice del poder.

Durante la revolución cultural hubo dificultades, en especial los años 1967 y 1968, en el funcionamiento económico del aparato productivo debidas al caos general pero fueron superadas pronto y en 1969 la producción superaba ya las cifras del año anterior. En 1966-70 el crecimiento fue del 6%; en cambio, durante "el Gran Salto Adelante" la producción de algodón había descendido un 38% y la de grano un 26%. Se puede decir, por tanto, que la interrupción provocada por el "gran salto" constituyó una crisis profunda mientras que la de la "revolución cultural" resultó severa pero sólo temporal. Tampoco hubo ningún cambio en las preferencias productivas en los años de la revolución cultural -en el sentido, por ejemplo, de insistir en una mayor dedicación a la industria de consumo o a la ligera- sino que prosiguió la política económica del estalinismo. Pero es probable que en esos años el modelo estalinista hubiera llegado al agotamiento de sus posibilidades. Ya a mediados de los setenta esta impresión quedó confirmada de forma plena. Cabe decir que el peso de las circunstancias parecía inclinar a un nuevo modelo de desarrollo que encontrara posibilidades de crecimiento en otros terrenos que los intentados hasta el momento. Pero, además, desde 1969 la cuestión política que estuvo planteada de forma inequívoca en China fue la relativa a la sucesión de Mao. Se resumía, a su vez, en la respuesta a la pregunta sobre quién gobernaría después de Mao, por más que nunca estuvo en discusión que sería seleccionado por él, y cuál iba a ser el sendero señalado a la revolución a partir de ese momento.

El Congreso del partido celebrado en abril de 1969 supuso que, a propuesta de Mao, Lin Biao, el ministro de Defensa, fuera designado como sucesor suyo. El hecho resulta muy significativo porque revela el papel creciente del Ejército en la política china hasta el punto de que se puede hablar de una auténtica militarización de la política. Sólo con el apoyo del Ejército había podido Mao llevar a cabo, primero, y controlar, después, la revolución cultural: recordemos que el "libro rojo" fue editado precisamente por el Ejército. Cuando fue necesario llevar a cabo la reconstrucción del partido, autodestruido como consecuencia de las luchas políticas internas, se hizo principalmente utilizando el Ejército de modo que éste proporcionó el 62% de los cargos provinciales. Pero, al propio tiempo, pronto se inició el camino que llevaría a la caída de Lin Biao. Por un lado, éste siempre tuvo prevención al hecho de que Chu En Lai conservara el puesto de primer ministro; su fuerte sentido de la inseguridad debido a la enfermedad, la propia rapidez de su ascenso y su carácter contribuyeron a ello. La pretensión suya y de su grupo de que Mao asumiera la jefatura del Estado quizá se debiera al deseo de que, de este modo, le asegurara su puesto de cara al futuro, se reservara para una función decorativa o bien, alternativamente, le cediera ese puesto a él mismo. Por otro lado, en marzo de 1969 hubo graves enfrentamientos con los rusos en el río Ussuri que no pueden entenderse sin la intervención de Lin Biao.

Fue en este momento en el que se abrió camino la posibilidad de contactos con los norteamericanos y, en definitiva, se dio paso al "complicado minueto", en palabras de Kissinger, que luego haría posible la visita del secretario de Estado norteamericano a China en 1971. En febrero de 1971 Lin Biao decidió llevar a cabo un golpe en el que se incluía el asesinato de Mao. Éste seguía con sus actitudes cambiantes que, puesto que era considerado inamovible, en la práctica acababan justificando la lucha de facciones; ahora proponía que el Ejército también aprendiera del pueblo. En septiembre Lin, ya en desgracia, pareció haber pensado en la posibilidad de huir a la URSS o establecer un Gobierno rival en Guangdong; de ahí que emprendiera un vuelo aéreo con parte de sus seguidores. Chu, que fue quien llevó la contraofensiva contra Lin, pudo haber ordenado que los aeropuertos no permitieran el aterrizaje. Así, el 13 de septiembre se estrelló el avión que llevaba al jefe militar. "El espectro del bonapartismo había sido exorcizado", comentó uno de los historiadores que ha tratado sobre la cuestión. Ya nunca volvería a desempeñar un papel semejante el estamento militar en la República Popular. Chu depuró inmediatamente al Politburó de los militares que habían sido partidarios de Lin pero se planteó pronto otro problema. Mao había tratado de mantener una lucha, siempre un tanto imprecisa, en dos frentes que en este caso tuvo el inconveniente de no proporcionar una solución para la sucesión; era lo que le permitía estar por encima de todas las facciones.

Ahora volvió a actuar de la misma manera. Uno de los rehabilitados como consecuencia del descubrimiento de la conspiración de Lin fue Deng que, como consecuencia de la "revolución cultural", había estado relegado trabajando en una fábrica de tractores y que en 1971 y 1972 pidió a Mao en varias ocasiones ser reivindicado. Éste aceptó pero promovió al puesto de primer ministro a Wang Hongwen y no a Deng. Wang formaba parte de la "banda de los cuatro", un grupo político que seguía reivindicando la oportunidad de la "revolución cultural", pero su incapacidad efectiva hizo que, al mismo tiempo, se eligiera a Deng como viceprimer ministro, puesto muy importante dada la enfermedad terminal de Chu En Lai. Deng desde un principio, señaló como su programa la estabilidad y las llamadas cuatro modernizaciones; resulta significativo que una de ellas se refería al Ejército por su indisciplina e ineficiencia. Lo que querían decir las cuatro modernizaciones se resume diciendo, como él hizo, que no tenía sentido afirmar que en algún punto determinado la revolución iba bien cuando la producción descendía. En el período que vivió con Deng en el poder Mao fue de nuevo ambivalente. En plena decadencia física tenía cataratas y no podía leer pero conservaba su capacidad de provocar enfrentamientos en el partido para evitar que se cuestionara su liderazgo. Lo más probable es que pensara en el ascenso de Deng nada más que como una fase política ocasional y reversible.

En enero de 1976 murió Chu En Lai. Deng había sido alumno suyo en París en 1920 y de él afirmó que había protegido a muchas personas; se refería a sí mismo hasta tal punto que puede considerársele como su discípulo y heredero. Mao se dio cuenta entonces de que mantener a Deng equivalía a entregarle ya de forma definitiva la herencia del poder y eligió a Hua Guofeng como personaje más relevante de la política del país tanto en el partido como en el Estado. Mientras tanto, la "banda de los cuatro" parecía haber optado por atacar a Chu En Lai a quien el espíritu popular, por el contrario, había convertido en una especie de santo; así se demostró en los actos en recuerdo suyo a partir de marzo de 1976 en la plaza de Tiananmen. Pero la voluntad de Mao iba por otro rumbo. Hua fue promovido a los máximos cargos del partido y del Estado y Deng fue relevado de todos sus puestos aunque permaneciera en el partido. En julio de 1976 murió Mao a la edad de 89 años. Hasta el final de sus días no había tolerado que le hicieran sombra a su poder sobre la Revolución china. De este modo su sucesión se presentaba de una forma muy problemática. La "banda de los cuatro", que tenía entre sus filas a Jiang Qing, la viuda de Mao, manifestó, entonces, su ambición desmesurada y su deseo de mantener en vigor la herencia de la "revolución cultural"; parecía haber querido conquistar el poder central asumiendo la herencia ideológica de Mao e incluso haber pensado en la utilización de la violencia contra sus adversarios.

Pero en octubre de 1976 los miembros de la "banda de los cuatro" fueron detenidos. Cuando lo fue la viuda de Mao su propia sirviente la escupió en la cara. Ése fue el mejor signo de que se había acabado la revolución cultural y de que no volvería a plantearse nada parecido. Mao había podido promover desde arriba "revoluciones dentro de la revolución" que le mantuvieran en el poder por encima de potenciales adversarios. Pero la "banda de los cuatro" no podía hacer nada parecido. Hua Guofeng había asumido las dos herencias de Mao y de Chu pero no tardó en comprobarse que eran incompatibles y que, además, existía una tendencia creciente de los cuadros del partido en favor de Deng. Pronto este estuvo en el tercer puesto de la jerarquía política. Su estrategia fue siempre impedir la controversia, actuar con modestia, prudencia y trabajo y, sobre todo, "buscar la verdad en los hechos", una sentencia de Mao a la que convirtió en la mejor prueba de su actitud pragmática. En un plazo muy corto, entre el verano de 1977 y finales de 1978, Deng se hizo definitivamente con el poder en su totalidad; su victoria fue el resultado de la movilización de la mayoría silenciosa de los cuadros del partido opuestos a la revolución cultural. Deng significó una revolución aunque en sentido contrario al que había tenido el término hasta el momento en China porque su victoria fue la del pragmatismo. Fue el único líder importante que había viajado repetidamente al extranjero; lo había hecho a la Francia de los años veinte pero también en 1949 y en los años setenta.

Fue, además, un hombre de organización, de trabajo en grupo, que, a diferencia de Mao, siempre tuvo la voluntad de no aparecer. Su control de la dirección fue absoluto pero sin mantener el culto a la personalidad. "Trabaja más, habla menos", fue su divisa. El problema que muy pronto se le planteó fue el de que una parte de la sociedad pronto pidió ir más allá de una pura rectificación pragmática. En el llamado "muro de la democracia" los estudiantes de la capital china expresaron sus inquietudes y sus peticiones. Fue la expresión de la protesta de los jóvenes en contra de una situación que no les resultaba satisfactoria o que querían llevar a las que creían sus últimas consecuencias. Pero la nueva política no significaba un cambio radical en términos políticos. En marzo de 1979 Deng enumeró los cuatro principios inmutables de la República Popular -la vía socialista, dictadura del proletariado, pensamiento de Mao y liderazgo del PC- y, al mismo tiempo, se revolvió en contra de las peticiones del muro de la democracia. Poco después tuvo lugar la caída de Hua aunque conservó sus puestos hasta el verano de 1981. Hu Yaobang heredó su puesto en el partido y Zhao Ziyang en el Estado; ambos eran discípulos de Deng. El liderazgo verdadero le corresponde, sin embargo, a este último. Puede pensarse que, habiendo sido marginado en repetidas ocasiones, era incongruente que le correspondiera tan decisivo papel. Pero éste resultaba posible porque si, por una parte, había sido perseguido por Mao, también éste mismo le había propuesto como alternativa a la revolución cultural.

Tras tan profundas y sucesivas conmociones la política interna se enderezó hacia la estabilidad. En los últimos meses de 1980 y primeros de 1981 tuvo lugar el juicio de la "banda de los cuatro". En él se desveló que decenas de miles de personas fueron ejecutadas en la revolución cultural y más de 700.000 perseguidas. Jiang Qing se defendió, pero al hacerlo hundió, por primera vez, la memoria de Mao. Éste siguió siendo citado, pero en la propia dirección ya no fue el punto de referencia obligado. A diferencia de lo sucedido en la Rusia postestalinista, en la China comunista quedaban muchos miembros de la "larga marcha" que conocieron sus veleidades y contradicciones y, lo que era peor, las consecuencias de sus giros políticos. Quedaban muchos problemas pendientes como, por ejemplo, el papel del Ejército pero el ansia de estabilidad política se impuso con facilidad. Signo evidente de los tiempos fue que hubiera una marcada tendencia a someter al partido al Estado y a eliminar la burocratización. En cambio, en el terreno económico se produjo una importante transformación. La reforma empezó por el campo en 1979-1982, entre 1980 y 1984 se extendió al mundo urbano y en octubre de 1984 se decidió el gran salto transformador. Después de la muerte de Mao y la expulsión de "la banda de los cuatro" se había iniciado ya un cambio decisivo destinado a fomentar la importación de tecnología extranjera y a fomentar los incentivos a la producción.

Entre 1978-1979 los chinos abandonaron definitivamente la economía estalinista y se dedicaron a los bienes de consumo y de exportación; en esto se quiso seguir la misma pauta que los países de Extremo Oriente, aunque el sistema económico fuera diferente. Un papel decisivo le correspondió al desmontaje del sistema de comunas agrarias aunque la propiedad de la tierra siguiera siendo del Estado. Desde comienzos de los años ochenta se abandonó el control de los mercados rurales y en 1983 fue desmantelada la agricultura colectivizada. Los experimentos con la industria comenzaron en 1979 y no consistieron en otra cosa que el abandono del control rígido del estalinismo. A partir de 1984 se introdujeron reformas más importantes que suponían una combinación entre el factor de mercado y un control estatal, en cierta forma remota, como en Japón en los sesenta. La reforma de esta fecha produjo un cambio sustancial en favor del mercado. Con estas reformas China se situó en un ritmo de desarrollo semejante a los "booms" de Japón, Taiwan y Corea. El crecimiento anual fue del 8% en el período 1977-1987 y la renta per cápita dobló pero sólo alcanzó a ser a la Corea del Sur de mediados de los sesenta. En 1987 era patente que la reforma china había triunfado con el manifiesto apoyo de la inmensa mayoría de la población. En los últimos años setenta millones de chinos del mundo urbano habrían conseguido nuevos trabajos al mismo tiempo que unos ochenta millones habrían pasado en el campo a la industria. Ésta sí fue la verdadera transformación revolucionaria de China y no, en cambio, el "Gran Salto Adelante" o la "revolución cultural". Pero, mientras tanto, la situación política seguía siendo parecida aunque la estabilidad pareciera definitivamente conquistada.

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