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De todos los escenarios mundiales, sin duda durante esta época el Extremo Oriente fue el más aparentemente contradictorio. En efecto, heredero de la mayor confrontación bélica producida durante el período inmediatamente anterior -la Guerra de Vietnam- tardó en liberarse de sus consecuencias inmediatamente posteriores, que resultaron bastante menos satisfactorias de lo que habían imaginado quienes interpretaron la intervención norteamericana en aquella zona en clave de agresión imperialista. Tal como veremos, el Vietnam, libre de la presencia norteamericana se convirtió en una potencia agresiva y militarista sin que por otra parte el nuevo régimen resultara capaz de elevar el nivel de vida de sus habitantes. La conflictividad que supuso esta actitud debe sumarse a la permanente, derivada de conflictos de larga duración, como el coreano, o de los recientes, como los engendrados por la confrontación entre la URSS y China en esta región del mundo. Pero en muchos otros aspectos el panorama del Extremo Oriente resultó mucho más reconfortante. China, aunque no abandonó definitivamente la "revolución cultural" hasta la muerte de Mao, emprendió el camino de la normalización; el Japón se enfrentó con la crisis de un modo excepcionalmente brillante, sobre todo teniendo en cuenta la limitación de sus posibilidades energéticas. Además, otros países del Extremo Oriente presenciaron un crecimiento económico muy brillante que asombró tanto por su rapidez como por su carácter inesperado. Y, en fin, la propia India, aunque viera en peligro sus instituciones democráticas debido al agravamiento de tensiones y se viera azotada por algunas derivaciones de la ola fundamentalista padecida por el conjunto del mundo, consiguió durante el período un grado razonable de crecimiento económico.

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