Compartir


Datos principales


Rango

II Guerra Mundial

Desarrollo


No obstante, la guerra se inició en Polonia, con un balance local de fuerzas que no parecía augurar una derrota inmediata: si se sumaban las divisiones polacas y las francesas eran superiores en un 30% a las alemanas y, además, Polonia tenía tras de sí una larga tradición de lucha por la independencia propia. Pero éstas eran tan sólo unas apariencias que la realidad desmintió en un corto plazo de tiempo. En la práctica, Polonia adolecía de muy graves desventajas bélicas y proporcionaba un excelente campo a los alemanes para el aprendizaje de la "Guerra relámpago". Un envejecido Ejército disponía de enormes masas de caballería, que constituían un motivo de orgullo nacional, pero cuya operatividad resultaba dudosa. Un especialista británico así lo advirtió poco antes de la guerra y lo único que consiguió fue la emisión de una nota diplomática de protesta de la embajada polaca. La larguísima frontera con el Reich, todavía ampliada tras la desmembración y ocupación de Checoslovaquía -octubre, 1938-marzo, 1939-, y el hecho de que el terreno no presentara alturas que pudieran servir como barrera permitían la fácil penetración del enemigo. La disposición de las tropas polacas, con un tercio de sus efectivos dispuesto en torno al Corredor de Dantzig, parecía incitar a que fuesen rodeadas. El desconocimiento de los designios del adversario hizo que la movilización fuera lenta. Para un ataque relámpago, el único inconveniente de Polonia desde el punto de vista alemán era la carencia de buenas carreteras, pero la estación del año era la propicia para el lanzamiento de la ofensiva.

Hizo de esta manera su aparición en la Historia una nueva manera de hacer la guerra. Las denominadas "divisiones panzer" -o las tan sólo motorizadas- de la Wehrmacht, pequeños ejércitos en miniatura capaces de llevar a cabo una penetración a fondo en las líneas adversarias y de desarticularlas, resultaron enormemente efectivas y en tan sólo dos semanas habían reducido el Ejército polaco a trizas. En cumplimiento de su pacto con Alemania, la URSS completó la liquidación de Polonia cuando ya la cuestión estaba decidida, atacando por retaguardia. Varsovia prolongó su resistencia hasta fines del mes de septiembre. Las bajas polacas cuadruplicaron las alemanas, mientras que las rusas fueron insignificantes. Decenas de miles de polacos consiguieron huir de su país y acabaron incorporándose en unidades voluntarias a las fuerzas aliadas. Sin embargo, quizá la contribución más importante de Polonia a la victoria aliada fue haber iniciado el desciframiento de los códigos secretos alemanes, completado después por los británicos. El país que había sido la primera víctima de la guerra acabó resultando también el más afectado por ella. Pocos meses después de la derrota polaca, alemanes y soviéticos comenzaban a suprimir sistemáticamente a parte de la población. Stalin ordenó la liquidación de la oficialidad del Ejército, mientras que Hitler aceptaba recibir a unas decenas de miles de alemanes étnicos procedentes del Este e iniciaba la persecución de los judíos.

De hecho, la existencia de una importante minoría bielorrusa y ucraniana en el interior de Polonia había contribuido a debilitar la capacidad de resistencia del país. Mientras tanto, la actitud de las potencias occidentales que habían decidido entrar en guerra en favor de Polonia se demostraba pasiva y poco perspicaz. Sólo a mediados de septiembre, los franceses se decidieron a iniciar una ofensiva cuando ya era tarde, porque para entonces el Ejército polaco había sido ya liquidado. Contribuyeron a esa pasividad la existencia de los campos de minas del enemigo y la idea, heredada de la Primera Guerra Mundial, de que era imprescindible un bombardeo artillero masivo como preparación de cualquier ofensiva propia. Ello sólo sirvió en realidad para dilatar el ataque, sin proporcionarle mayor efectividad. Todavía fue peor el hecho de que, en la práctica, los aliados nada aprendieran de lo sucedido en Polonia. En Francia, tan sólo De Gaulle ratificó su idea de que los tanques tenían que ser utilizados como punta de ataque, pero la doctrina militar oficial siguió opinando que la defensiva estática era la mejor respuesta al ataque de movimiento adversario. Tampoco se extrajeron las consecuencias debidas del hecho de que un núcleo urbano como Varsovia resistiera tanto tiempo como todo el Ejército polaco. Sin embargo, la inteligencia política de Churchill le hizo ver en la nueva frontera soviético-alemana una potencial fuente de conflictos.

Pero lo era de cara al futuro y no de forma inmediata. Stalin, en efecto, participó, directamente o a través de los partidos comunistas de todo el mundo, en la ofensiva de paz que Hitler llevó a cabo nada más obtener su primera victoria. Paralelamente, desde comienzos de 1940, la URSS se convirtió en un gigantesco aprovisionador de materias primas para el III Reich, que tenía acuciante necesidad de ellas. A cambio, Stalin había obtenido inmediatamente manos libres para organizar el área de influencia que Hitler le había concedido. En tan sólo unas semanas, convirtió a los Países Bálticos en satélites destinados a formar parte de su perímetro defensivo, aunque sin perder una teórica independencia. Las dificultades empezaron para él cuando, a mediados de octubre, intentó hacer algo parecido con Finlandia. Es posible que no pretendiera tanto una absoluta sumisión como la mejora de su posición defensiva. El hecho es que solicitó el control de una serie de pequeñas islas en el golfo de Botnia, rectificaciones territoriales en la costa ártica y en la frontera de Carelia y, en fin, una base en el extremo suroeste de Finlandia. Ésta, dispuesta a resistir, no estaba preparada para una guerra contra tan poderoso adversario. Con anterioridad, el héroe de la independencia, Mannerheim, había solicitado en vano del Gobierno tanto un incremento del presupuesto militar como una política de acercamiento al resto de los países escandinavos que de hecho, llegado el momento de la verdad, solamente prestaron a Finlandia un apoyo moral.

A fines de noviembre, rotas ya las negociaciones, se inició la ofensiva rusa y de forma inmediata se produjo la sorpresa ante la fuerte resistencia que los fineses fueron capaces de ofrecer. En realidad, los soviéticos no habían hecho verdaderos preparativos para la ofensiva y emplearon tan sólo unidades de guarnición fronteriza, que fueron incrementándose de manera progresiva. Las condiciones para la resistencia de los finlandeses eran buenas, no sólo por la adaptación al propio medio sino también porque disponían de buenas comunicaciones, la estación del año era la menos propicia para un ataque y el frente, o estaba bien fortificado -Línea Mannerheim, en el istmo de Carelia- o era tan amplio que las unidades soviéticas se perdieron en él y, luego, atacadas y fragmentadas por el adversario, acabaron por rendirse. En suma, en Finlandia se dio un cúmulo de circunstancias pésimas, que acabó imposibilitando un victorioso ataque relámpago del Ejército Rojo. En esta guerra, era tan desmesurada la diferencia de fuerzas entre los dos contendientes que, de manera inmediata, Finlandia tuvo un apoyo claro de la opinión pública internacional. A mediados de diciembre, la Unión Soviética, condenada como agresora, fue expulsada de la Sociedad de Naciones. En Francia, a comienzos del nuevo año 1940, un centenar de diputados pidió que se rompieran las relaciones con Moscú y se prestara ayuda a la agredida Finlandia. Ésta recibió promesas, pero no colaboración efectiva, lo que se explica por el modo en que hasta el momento se había planteado la estrategia aliada.

La guerra se había convertido en un conflicto bélico un tanto peregrino, que ni siquiera parecía tener verdadera existencia en el frente occidental y que la prensa interpretaba, alternativamente, bien como una prueba de que existían negociaciones secretas o, por el contrario, de que había planes muy misteriosos pero de efectividad arrolladora. La "drôle de guerre" o "the phoney war" consistía, en definitiva, en no combatir en Francia, esperando el ataque de un adversario frente al cual se habían recibido estrictas instrucciones de mantener la pasividad más absoluta. Sin embargo, mientras tanto los mandos aliados elaboraban fantasiosos planes, de dificilísimo cumplimiento y que, incluso si se hubieran llevado a cabo, habrían concluido en un espectacular fracaso. Empeñados en mantener una estrategia periférica, los aliados llegaron a considerar el bombardeo de los yacimientos petrolíferos del Cáucaso o de Rumania, el cierre de las bocas del Danubio, el minado de la zona del Rin, la intervención en los Balcanes o la formación de un Ejército para intervenir en Oriente Medio. El ataque soviético contra Finlandia había contribuido a excitar esta incoherente planificación. Se pensó en realizar un desembarco en Petsamo, para desde allí ocupar las minas de hierro suecas y ayudar a Finlandia. Pero cuando, en febrero de 1940, se reanudó la ofensiva soviética, todos esos planes habían quedado en nada. Incluso si se hubieran llevado a cabo, solamente habrían servido para aproximar todavía más a la URSS y a Alemania, además de tener un mínimo efecto sobre los acontecimientos.

Finlandia, que sufrió un número de pérdidas especialmente elevado con respecto al total de su población, se vio obligada a mediados de marzo a ceder al conjunto de las peticiones soviéticas. Había, sin embargo, conservado su independencia -quizá porque Stalin no quería enfrentarse en exceso a los aliados- y creado un precedente para que los soviéticos la tuvieran muy en serio como adversario. En aquellos momentos y en una consideración general de la evolución de las operaciones del conflicto general, el principal significado de esta "Guerra de Invierno" fue el de producir en los alemanes la impresión de que el Ejército Rojo no era de temer. No es extraño que pensaran así, porque también los aliados opinaron de esa manera; de hecho, eso fue lo que les había hecho pensar en descabelladas operaciones como las citadas. El mantenimiento de esta tendencia de los aliados a pensar en operaciones periféricas, arriesgadas y poco resolutivas, acabaría por producir un impacto en el desarrollo de los acontecimientos, pero tan sólo para proporcionar una nueva victoria a Alemania. Hitler hubiera deseado, hasta el último momento, la neutralidad de Noruega, principalmente porque cualquier operación contra ella parecía demasiado arriesgada, dados los medios navales de que disponía el III Reich. Lo que le decidió a la invasión fue el conocimiento de que los aliados tenían poco ocultos planes para intervenir allí. Hitler no necesitaba ninguna provocación, pero los preparativos paralelos de los aliados tuvieron esa consecuencia.

Fueron, en efecto, los aliados quienes empezaron por violar la neutralidad noruega, capturando en aguas territoriales de este país un barco que transportaba prisioneros británicos. Amenazaron, además, con minar las aguas territoriales noruegas para evitar el paso por ellas del mineral sueco con destino a Alemania y acariciaron incluso el improbable propósito, ya citado, de tomar Narvik, para amenazar los yacimientos de hierro suecos y ayudar a Finlandia. Fue esta amenazadora situación la que llevó a Hitler tomar la decisión de intervenir en Noruega, aunque en un primer momento había pensado que era suficiente con que el líder de los nazis noruegos -Vidkun Quisling- se hiciera con el poder mediante un golpe de Estado. El ataque alemán estuvo planeado con una extremada audacia, que bordeó incluso la imprudencia, pero que tuvo a su favor de manera especial el hecho de que el adversario consideraba sencillamente inconcebible el que tal operación se llevara a cabo. Dinamarca no fue problema alguno: su territorio fue ocupado en cuatro horas y con solamente una docena de muertos. Noruega, que estaba mucho más atenta a defenderse de los británicos que de los alemanes, fue cogida por sorpresa, pero su inmediata resistencia llegó a provocar numerosas bajas en el atacante. Los alemanes efectuaron la invasión con una fuerza muy reducida (apenas 2.000 soldados para cada una de las mayores ciudades del país), gracias a un apoyo naval en que figuraban en su mayoría unidades pequeñas (catorce destructores) o submarinos.

Lo más novedoso de este nuevo ataque alemán consistió en el empleo de la aviación. Por vez primera, paracaidistas fueron empleados para ocupar puntos estratégicos, como el aeropuerto de Oslo, mientras que una fuerza de un millar de aviones ejercía un importante papel disuasorio para la intervención de la Flota británica. La reacción de los aliados se caracterizó por la incredulidad y la lentitud. Iniciado el ataque alemán el 7 de abril, tardaron una semana en responder con desembarcos en Narvik y en los alrededores de Trondheim. Los combates más importantes se produjeron en la primera de estas ciudades, donde los aliados tardaron demasiado tiempo en desplazar a un adversario muy inferior en número, para acabar encerrados en una difícil posición. Sin embargo, quince días antes de dar comienzo la gran ofensiva alemana sobre Francia, todavía seguían pensando que ésa era una posición clave para ellos. El reembarque de la fuerza expedicionaria tuvo lugar ya en junio, cuando la amenaza alemana se cernía nada menos que sobre el mismo París. En Noruega pareció confirmarse de nuevo la superioridad bélica alemana. Con una fuerza reducida había conseguido, aun con el inconveniente de ver destruida su flota, proteger su flanco más septentrional y asegurarse hasta el final del conflicto el mineral sueco. Los aliados, en especial los británicos, resultaron extremadamente incompetentes. Muy agresivos en términos verbales, erraron por completo en la medición del tiempo de cara al adversario e incluso fracasaron absolutamente a la hora de emplear aquel arma en que tenían clara superioridad, la Marina. Un resultado como el indicado debía tener un obvio impacto sobre la moral propia y enemiga.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados