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Felices 20

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La guerra fue provocada por la política que la Alemania nazi siguió desde 1933: retirada de la Sociedad de Naciones, denuncia del Tratado de Versalles, rearme, ocupación del Rin, eje Berlín-Roma, Anschluss, ocupación de Checoslovaquia, Danzig. Pero otros factores contribuyeron igualmente a la destrucción del sistema de relaciones internacionales creado en 1919. Estados Unidos carecía desde 1920 de política europea. La URSS permaneció hasta 1934 al margen de la política internacional. Luego, Gran Bretaña rechazó sus aperturas diplomáticas y rehuyó llegar a algún tipo de alianza con ella. La Conferencia de Desarme de 1932-34 fue un fracaso. La Sociedad de Naciones no tuvo respuesta efectiva a la agresión de Mussolini contra Abisinia. La "política de apaciguamiento" hacia los dictadores fue un gravísimo error que sirvió principalmente para estimular las ambiciones territoriales de la Alemania nazi y de la Italia fascista. En 1939, la URSS, además, dio luz verde a Alemania en Polonia. De cara a la guerra mundial, que Gran Bretaña y Estados Unidos continuasen regidos por sistemas democráticos y estables a lo largo de los años treinta, resultó ser un hecho histórico determinante. Que por el contrario, Francia estuviese gobernada por una democracia en crisis y declinante fue una catástrofe. En junio de 1940, Hitler invadió Francia, arrolló a los ejércitos franceses y entró en París.

El día 17, el gobierno francés, presidido por el mariscal Pétain, solicitó el armisticio. Media Francia quedó bajo la ocupación de los alemanes; Pétain hizo de la otra media, con capital en Vichy, una nueva Francia, autoritaria, antisemita, corporativista y colaboracionista. La crisis francesa fue ante todo una crisis política y social, y si se quiere, moral. La debilidad inherente a su sistema constitucional y electoral, la inestabilidad gubernamental (15 gobiernos entre 1933 y 1940), la ineficacia parlamentaria y la corrupción -revelada por el "escándalo Stavisky"- hicieron de la III República un régimen desacreditado ante la opinión pública, divorciado de ella, sin autoridad moral ni prestigio político, que no pudo resistir por ello el proceso de polarización ideológica y social que en Francia produjeron desde 1933 la tensión internacional, el crecimiento de los extremismos políticos y la crisis económica y laboral. La crisis económica de 1929 -que en Francia, por la solidez del franco, no empezó anotarse hasta 1932 pero que en cambio se prolongó hasta 1939- tuvo un primer y muy negativo efecto sobre la vida política: hizo fracasar una posible salida de izquierda moderada a los problemas del país. Esa posibilidad había sido abierta por el triunfo del Nuevo Cartel de radicales y socialistas en las elecciones de 1 de mayo de 1932, pero se frustró por las profundas diferencias surgidas en la coalición en torno a la política económica.

La negativa socialista a votar las medidas propuestas por el gobierno Herriot formado tras aquellas elecciones, medidas claramente deflacionistas (recortes del gasto público, aumento de los impuestos, reducciones salariales para funcionarios y pensionistas), derribó al gobierno. Herriot había gobernado ocho meses, de mayo a diciembre de 1932; sus sucesores -los también radicales Paul-Boncour, Daladier y Chautemps-, que se sucedieron en el gobierno hasta febrero de 1934, aún menos. El gobierno Chautemps cayó además (27 de enero de 1934) derribado por la campaña de agitación contra la República que la extrema derecha antiparlamentaria desencadenó desde el otoño de 1933. El detonante fue el escándalo que estalló cuando se supo que los bonos de la Caja municipal de Bayona emitidos en Bolsa por el financiero Serge Stavisky, un judío francés de origen ruso que en sus negocios había gozado de evidentes apoyos políticos, habían resultado ser falsos. El descubrimiento de la estafa, la ruina de los miles de compradores de bonos, la evidencia de que el financiero había sido apoyado por conocidos políticos, la huída y desaparición de Stavisky, su suicidio (3 de enero de 1934), el asesinato de un funcionario de la oficina del Fiscal que investigaba el caso -muertes en las que se vio la mano de los interesados en que no se conociese la verdad sobre el asunto-, conmocionaron e indignaron a la opinión pública. El malestar fue capitalizado por las organizaciones de ex-combatientes y las ligas de extrema derecha (Acción Francesa, la organización Croix-de-feu, grupúsculos fascistas y monárquicos), instrumentalizadas por los escritos de conocidos intelectuales de la derecha como Maurras, Léon Daudet y Pierre Gaxotte, y por la muy activa prensa ultra (parte de ella financiada por el conocido industrial del perfume, René Coty).

El malestar se tradujo en multitudinarias manifestaciones de protesta contra el gobierno y contra los políticos del régimen. Culminó, tras la dimisión del gobierno Chautemps, en los graves incidentes (choques entre manifestantes y policías) que se produjeron en París el 6 de febrero de 1934 en los que murieron 14 manifestantes y un policía, y unas 700 personas resultaron heridas. Días después, el 12 de febrero, socialistas, comunistas y sindicatos declararon la huelga general en toda Francia en defensa de la democracia y de la República. Muchos creyeron que el 6 de febrero la derecha había intentado asaltar el poder. Francia parecía, en cualquier caso, al borde de la guerra civil. La situación fue temporalmente salvada por la formación el 22 de febrero de 1934 de un gobierno de Unión nacional presidido por el ex-presidente Gaston Doumergue, apoyado por todos los partidos republicanos. Pero el "escándalo Stavisky" y la crisis de febrero de 1934 hirieron de muerte a la República francesa. Fue de hecho una verdadera crisis de régimen que puso en cuestión la legitimidad misma del sistema parlamentario: la Francia de Vichy justificaría la disolución de la III República alegando precisamente que el caso Stavisky había puesto de relieve la corrupción de la democracia francesa. La solución Doumergue fue además muy breve. El gobierno cayó en noviembre de 1934 por la oposición del Parlamento a los proyectos de reforma constitucional que Doumergue quiso aprobar para reforzar el poder del ejecutivo.

Los gobiernos que le sucedieron, gobiernos de centro-derecha presididos por Flandin, Bouisson, Laval y Sarrault, carecieron de autoridad y prestigio. La agitación pudo cesar a corto plazo (aunque rebrotó en 1935) pero la polarización de la sociedad francesa se fue haciendo cada vez más patente. A pesar de que algunos de los principales grupos de la derecha, como Acción Francesa y la organización Croix-de-feu, no eran fascistas, la izquierda hizo del antifascismo una nueva mística, un formidable instrumento de movilización de masas, y el fundamento para su unidad política. El resultado fue, de una parte, la radicalización de la vida intelectual y del debate ideológico; de otra, la división política de Francia en dos bloques políticos antagónicos. En julio de 1934, comunistas y socialistas firmaron un pacto de unidad de acción. Luego, con ocasión de las celebraciones del 14 de julio de 1935, comunistas, socialistas y radicales crearon el Frente Popular, cuyo programa incluía, bajo el eslogan "pan, paz y libertad", el retorno a la idea de seguridad colectiva, la disolución de las ligas fascistas y un ambicioso conjunto de reformas sociales. El Frente Popular ganó las elecciones de abril-mayo de 1936. En la primera vuelta, obtuvo 5.421.000 votos contra 4.233.000 para la derecha; en el cómputo final, logró un total de 376 diputados contra 222. El verdadero vencedor había sido el Partido Comunista (1.500.000 votos y 72 diputados, frente a 700.

000 votos y 12 diputados en 1932); la derecha y la extrema derecha habían aumentado su representación y todos los partidos de centro habían retrocedido sensiblemente. El gobierno del Frente Popular, que presidió el líder socialista Léon Blum -un hombre de la burguesía judía parisina, culto y buen escritor, que entendía el socialismo como una ética-, acometió la reforma democrática y social más audaz y progresiva jamás intentada en Francia. Quiso, primero, lograr la pacificación del país, donde las expectativas suscitadas por el triunfo del Frente Popular habían dado lugar, en los meses de mayo a junio de 1936, a una oleada de ocupaciones de fábricas y de huelgas de todo tipo. Impulsó para ello un gran pacto social entre empresarios, sindicatos (la CGT) y gobierno, que se firmó en el Palacio de Matignon, residencia del jefe del gobierno, el 7-8 de junio, y que significó fuertes aumentos salariales (del 7 al 15 por 100), el reconocimiento del derecho a la elección de delegados sindicales en las empresas de más de 10 empleados y la aprobación del principio de negociación colectiva en todos los sectores laborales. Un decreto de 11 de junio de 1936 fijó la jornada laboral en 40 horas semanales y estableció la obligatoriedad de vacaciones pagadas de 15 días anuales para todos los trabajadores. El gobierno, además, nacionalizó los ferrocarriles y las industrias de armamento. Democratizó la estructura del Banco de Francia, dando mayor representación al Estado.

Creó una Oficina Nacional del Trigo, que logró estabilizar los precios del sector. Trazó un ambicioso plan de obras públicas, elevó hasta los 14 años la edad de obligatoriedad de la enseñanza, y dio un gran impulso a la investigación científica y a las actividades culturales. Pero el Frente Popular aumentó aún más las tensiones y divisiones del país. Generó una revolución de expectativas que no pudo satisfacer. La agitación huelguística siguió siendo muy alta. En 1937, se registraron un total de 2.616 huelgas (lejos de las 16.907 del año anterior) con más de un millón de jornadas perdidas. Los acuerdos de Matignon no produjeron la reactivación de la economía. Al contrario, la nueva jornada de trabajo y las vacaciones pagadas redujeron la productividad y aumentaron los costes del trabajo. El desempleo se redujo en 1937 pero volvió a crecer en 1938 y 1939. El gobierno hubo de recurrir a una fuerte expansión del gasto público para financiar su política social. Mantuvo al tiempo la paridad oro del franco por temor a que una devaluación provocara un rebrote de la inflación. La fuga de capitales y de oro alcanzó proporciones colosales. El gobierno tuvo que devaluar precipitadamente en octubre de 1936 para frenar la venta masiva de francos en los mercados internacionales. En suma, el Frente Popular había puesto al país al borde de un verdadero descalabro financiero. Ello produjo la alarma de los radicales que, en marzo de 1937, impusieron a Blum una pausa en su política económica, que permitiese restaurar la confianza de los círculos financieros y empresariales.

La situación internacional, por otra parte, abrió otra profunda grieta en el Frente Popular. La política de no-intervención en la guerra civil española defendida por el gobierno Blum -que era un hombre profundamente pacifista y que temía que ayudar a la República española pudiese crear una situación de guerra civil en la propia Francia- le enfrentó con los comunistas y con la propia izquierda socialista, que desencadenaron una nueva etapa de movilizaciones y protestas en demanda de medidas económicas y sociales más radicales y en apoyo a la República española. Aislado y dividido, en buena medida fracasado, el gobierno Blum dimitió cuando, el 21 de junio de 1937, el grupo radical del Senado le negó los plenos poderes financieros que había solicitado. El Frente Popular había durado menos de un año (pues los dos gobiernos siguientes, presididos por Chautemps y el propio Blum entre junio de 1937 y abril de 1938, sólo sirvieron para prolongar la agonía de la coalición y agravar sus divisiones). El 10 de abril de 1938, el dirigente radical Edouard Daladier (1884-1970), un hombre de la Provenza, de origen muy modesto, maestro y enseñante de historia, formó gobierno: socialistas y comunistas volvieron a la oposición. El gobierno Daladier rectificó radicalmente la política económica del Frente Popular. El ministro de Hacienda, Paul Reynaud, disminuyó el gasto público, aumentó los impuestos y anuló la jornada de 40 horas (a pesar de la huelga general que, como protesta, promovió la CGT el 30 de noviembre de 1938, sin demasiado éxito).

Francia, por tanto, estaba, en vísperas de la II Guerra Mundial, en una grave situación de crisis económica y de profunda división interna. Fue eso lo que hizo que careciese de una política exterior coherente y vigorosa. El Estado Mayor militar, además, dominado por hombres como los generales Pétain, Weigand, Gamelin o Maurin, era un organismo derechista, inclinado a una estrategia de guerra estrictamente defensiva y que pensaba que la debilidad económica del país (y la reducción de gastos militares) habían reducido considerablemente su capacidad ante una eventual guerra en Europa. El débil gobierno Daladier optó así por seguir la "política de apaciguamiento" de Chamberlain. Daladier, lo hemos visto, participó en la reunión de Munich que acordó la partición de Checoslovaquia, acto que fue apoyado desde la oposición por Blum. Luego, en 1939, el gobierno francés volvió a alinearse con Gran Bretaña: ofreció garantías primero a Polonia y después a Rumanía, Grecia y Turquía, y el 3 de septiembre - cuando Hitler atacó a Polonia- declaró la guerra a Alemania.

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