Compartir


Datos principales


Rango

Felices 20

Desarrollo


Como Churchill -que encabezaría el gobierno británico desde mayo de 1940- siempre pensó, Estados Unidos sería el factor determinante en la guerra que inevitablemente, contra los que habían dicho que Munich sellaba la paz, estallaría a partir de septiembre de 1939. Era una expectativa hasta cierto punto lógica. Estados Unidos era una de las pocas democracias que sobrevivía en una era marcada por el triunfo del totalitarismo y de las dictaduras. Ello fue así porque Estados Unidos había hecho frente a la crisis de los años treinta -la más grave que se había conocido desde la guerra civil de 1861-64- mediante la reafirmación de los valores democráticos. Se hizo no a la europea (o a la inglesa), sino de acuerdo con la tradición política norteamericana: la clave de la recuperación norteamericana radicó en el liderazgo de la Presidencia de la nación, encarnada desde 1933 por Franklin D. Roosevelt (1882-1945). La crisis del 29 fue una crisis desde luego económica y social, pero fue una crisis que cuestionó además la credibilidad misma del sistema norteamericano. La crisis deshizo, en efecto, el mandato del republicano Herbert Hoover, que había llegado a la presidencia (1928) con la promesa de impulsar una etapa de prosperidad y que, sorprendido por la depresión, creyó que el mercado mismo terminaría por reajustar la economía. En tres años, cerraron unos 5.000 bancos. Millones de inversores se arruinaron.

Se paralizaron la construcción y la industria, el sector agrícola se hundió y el desempleo alcanzó la cifra de 12-15 millones de parados. Las ciudades se llenaron de desempleados, de gente sin hogar, de largas y patéticas colas ante las instituciones de caridad, de barriadas de chabolas hechas de cartonajes y hojalata (las llamadas sarcásticamente Hoovervilles). La violencia social (huelgas, cortes de carreteras y vías férreas, piquetes, pillaje, delincuencia, manifestaciones, asaltos a cárceles y edificios oficiales, etcétera) se extendió por el país. En esas circunstancias, al candidato demócrata a la presidencia en las elecciones de 1932 -Roosevelt- le bastó dar con una frase afortunada, la promesa de un "new deal" (literalmente, "nuevo trato"), ofertar un nuevo contrato social para el país, para ganar. Roosevelt obtuvo unos 23 millones de votos, frente a los 16 millones de su oponente, Hoover. Significativamente, Roosevelt había ganado en todos los Estados menos en seis. Cuando tomó posesión de la Presidencia, el 4 de marzo de 1933, los bancos estaban cerrados en 47 de los 50 estados del país. Su primer gran mérito como presidente fue convertir una frase, New Deal, en un programa articulado, casi una revolución institucional que, preservando los valores de la sociedad democrática, devolvió al país la confianza en su capacidad para recobrar la prosperidad económica. En efecto, el New Deal -diseñado en gran medida por tres asesores del Presidente, Raymond Moley, Rexford G.

Tugwell y Adolph A. Berle que integraron el llamado "trust de los cerebros"- se materializó en un amplio conjunto de reformas económicas y sociales. El primer New Deal (1933-35) se propuso restablecer la confianza del país y combatir el desempleo. En los "primeros 100 días", en los que el gobierno empleó una energía colosal, Roosevelt, tras cerrar todos los bancos y reabrir sólo los bancos federales de reserva, aprobó una Ley de Emergencia Bancaria y una Ley económica -ambas en marzo de 1933-, por las cuales creó un sistema de garantía estatal de depósitos que permitió sanear muchos bancos y restablecer el mecanismo de los créditos. En el mismo mes de marzo, estableció la Dirección Federal de Ayudas Urgentes, dirigida por Harry Hopkins -tal vez el principal hombre del Presidente- para conceder préstamos en efectivo a los estados más afectados por la crisis y el paro. En mayo, se creó la Dirección de Regulación Agrícola que proporcionó subsidios y créditos a los agricultores; para limitar la producción de ciertas cosechas (algodón, tabaco, frutas) y estabilizar así los precios. Paralelamente, se implantó el Servicio de Crédito a los Agricultores para refinanciar las hipotecas sobre las granjas a que se habían visto forzados a recurrir miles de modestos propietarios agrícolas. En junio de 1933, se estableció la Dirección para la Recuperación Nacional, a cargo del ex-general Hugh Johnson, encargada de regular el trabajo infantil, la negociación colectiva, las jornadas laborales y los salarios, y que creó unos "códigos" para la justa regulación de la competencia empresarial y del trabajo.

Una Ley de Valores, de 27 de mayo de 1933, reguló el funcionamiento de la bolsa y estableció normas para impedir las especulaciones y el fraude bursátil. Todo ello se completó con muchas otras medidas -abandono del patrón oro, legalización de la venta de vino y cerveza, devaluación del dólar (enero de 1934)- que buscaban provocar estímulos coyunturales a la economía. Tres programas de obras y trabajos públicos abordaron directamente el problema del empleo. La Dirección de Obras Sociales, creada en febrero de 1934, emprendió numerosas obras públicas (juzgados, escuelas, hospitales, carreteras) que dieron trabajo -por lo general, temporal- a unos 2 millones de personas. La Dirección del Valle Tennessee, corporación autónoma con fondos del Estado constituida en mayo de 1933 según una antigua idea del senador por Nebraska George W. Norris, fue un gran proyecto regional que abarcó siete estados, y que se propuso, mediante la construcción de pantanos (un total de 25) y el encauzamiento del río, transformar de raíz la cuenca del Tennessee mediante su industrialización (con plantas para la fabricación de nitratos y grandes centrales eléctricas), la potenciación del regadío (millones de hectáreas fueron irrigadas) y el fomento del turismo (navegabilidad del río y creación de lagos artificiales). El Cuerpo Civil de Conservación, finalmente, creado en noviembre de 1933, dio trabajo (entre ese año y 1941) a unos 2 millones de personas, en su mayoría jóvenes, a las que empleó en trabajos de reforestación de bosques, vigilancia y conservación de espacios naturales, campañas de vacunación de animales y lucha contra epidemias y plagas.

El "segundo New Deal" (1935-38), elaborado por hombres nuevos como Thomas Corcoran y Benjamin Cohen, dos protegidos del juez de la Corte Suprema Felix Frankfurter, considerado por muchos como el cerebro en la sombra de las reformas, se inició una vez que las primeras medidas habían devuelto la confianza al país, y después de que Roosevelt fuera reelegido para un nuevo mandato en 1936. Sus objetivos fueron consolidar la obra iniciada, frenar la contraofensiva conservadora (que había logrado paralizar por anticonstitucionales distintas iniciativas de las direcciones de Regulación Agrícola y Ayudas Urgentes) y ampliar la cobertura social para la masa de la población. Una nueva Ley Bancaria amplió en 1935 los poderes del Banco de la Reserva Federal sobre el sistema bancario del país. La Ley de Conservación del Suelo de 1936 autorizó la concesión de subsidios estatales a los agricultores que cultivasen productos que no erosionasen el suelo. En 1935, se creó una Dirección para la Recolonización, que dirigió Rexford Tugwell, para combatir la pobreza rural, que en sólo dos años dio ayudas a unas 635.000 familias campesinas de cara a la creación de cooperativas y a su asentamiento en tierras nuevas. También en 1935 se estableció -fusionando varias instituciones de la primera etapa- la Dirección de Obras Públicas, dirigida por Harry Hopkins y Harold Ickes, para luchar contra el desempleo, y que en los ocho años en los que funcionó invirtió cerca de 5 billones de dólares, dio empleo a unos 8 millones de personas, construyó casi un millón de kilómetros de autopistas, puentes (como el Triborough de Nueva York), puertos, unas 850 terminales de aeropuertos, parques y cerca de 125.

000 edificios públicos. Además, financió el Plan Federal de las Artes, que dio trabajo a escritores y artistas, y la Dirección Nacional de la Juventud, orientada a buscar empleos temporales para los estudiantes. La llamada Ley Wagner, Ley Nacional de Relaciones Laborales aprobada el 5 de julio de 1935 por iniciativa del senador Robert Wagner, concedió a los trabajadores el derecho a la negociación colectiva y a la representación sindical en el interior de factorías y plantas. Ello permitió la sindicación masiva de los trabajadores industriales, capitalizada sobre todo por el Comité de Organizaciones Industriales (el CIO), una escisión de la Federación Americana del Trabajo encabezada por John L. Lewis, que desde 1933 había lanzado una gran ofensiva huelguística (muchas veces mediante "sit downs", ocupación de las fábricas) para lograr el reconocimiento sindical. La Secretaria de Trabajo, Frances Perkins, logró ver aprobada en agosto de 1935 la Ley de Seguridad Social, que estableció pensiones de vejez y viudedad, subsidios de desempleo y seguros por incapacidad, y en 1938 la Ley de Prácticas Laborales, que instituyó el salario mínimo y limitó la jornada laboral a 40 horas semanales. El New Deal, tomado en su conjunto, no consiguió todos sus objetivos. La economía había recuperado hacia 1936-37 los niveles de actividad de 1929, pero a partir de agosto de 1937 sufrió una nueva y grave recesión, la llamada "recesión Roosevelt", que puso en peligro todo lo hecho en los años anteriores y que además podía atribuirse a la política ortodoxa de equilibrio presupuestario y altos tipos de interés que el gobierno había mantenido.

En todo caso, y a pesar de las medidas que Roosevelt tomó en 1938 a instancias de los elementos más "progresivos" de su equipo -aumentos del gasto público y reducción del valor del dinero-, en 1939 el paro afectaba todavía a unos 10 millones de personas (que disfrutaban, sin embargo, de mucha mayor cobertura social que en 1929-33). Las huelgas de los años 1936-37 y la larguísima batalla política que el Presidente libró a partir de enero de 1937 para nombrar jueces liberales y afines a su política en el Tribunal Supremo erosionaron sensiblemente su popularidad. Los republicanos lograron un gran éxito en las elecciones al Congreso y Senado del otoño de 1938. Desde la derecha, el New Deal fue visto como una traición a la tradición liberal norteamericana y como un obstáculo a la recuperación económica; para la izquierda, fue una oportunidad perdida, un conjunto de iniciativas confusas, asistemáticas e incoherentes. Pero el New Deal había supuesto una labor legislativa que, por su volumen y capacidad de innovación, superó a todo lo hecho anteriormente por cualquier administración norteamericana. La creación de nuevos organismos federales había propiciado lo que era en realidad una auténtica revolución institucional. El New Deal palió la miseria rural: la renta agraria subió de 5.562 millones de dólares en 1932 a 8.688 millones en 1935. Proporcionó trabajo temporal a millones de personas, electrificó la Norteamérica rural, sentó las bases del Estado del bienestar, desplazó el poder social en favor de los sindicatos y trajo considerables beneficios sociales a las minorías étnicas marginadas de las zonas deprimidas de las grandes ciudades y en especial, a la minoría negra.

El New Deal fue ante todo la obra de un grupo de liberales y demócratas verdaderamente progresistas (y de algunos tecnócratas) que creían, como el propio Roosevelt, en la economía de mercado, pero que creían igualmente que una catástrofe como la que se había abatido sobre Estados Unidos a partir de 1929 requería una respuesta decidida y a gran escala de la institución que encarnaba el país, esto es, de la Presidencia de la República. Ese fue el gran acierto de Roosevelt: hacer de la Presidencia la encarnación de las aspiraciones sociales de la nación. Con todo, que la democracia norteamericana volcase a partir de 1941 su poder en apoyo de la liberación de Europa no fue decisión ni inmediata, ni sencilla. Incluso, en 1937 Congreso y Senado aprobaron una Ley de Neutralidad -iniciativa del senador republicano Garald P. Nye- que el Presidente, aun contrario a la ley, no quiso vetar a la vista de que la opinión mayoritaria del país, y muchos de sus colaboradores más liberales y progresistas, eran contrarios a la participación de Estados Unidos en una nueva guerra o europea o mundial. Roosevelt, que detestaba el nazismo y que creía que Estados Unidos no podía permanecer ajeno a la ruptura del equilibrio del orden internacional provocado por Alemania, Italia y Japón, tuvo, pues, que seguir una línea cautelosa que fuese alineando a Estados Unidos con Gran Bretaña pero que aplazase cualquier decisión definitiva hasta que fuera posible contar con el asentimiento de la mayoría del país.

Así, en el discurso que pronunció en Chicago el 5 de octubre de 1937, lanzó la idea de que las naciones amantes de la paz debían poner "en cuarentena" a los agresores. A principios de 1939, Roosevelt anunció la decisión norteamericana de hacer frente a la amenaza de las potencias fascistas con medidas que fueran "algo más que palabras". Tras la ocupación de Checoslovaquia por Alemania, envió un mensaje a Hitler y Mussolini exigiéndoles el compromiso de respetar a un total de treinta y un países. Pidió luego al Congreso la revocación de la Ley de Neutralidad y, aunque no lo logró, pudo por lo menos ver aprobada, una vez que estalló la guerra una ley (4 de noviembre de 1939) que autorizaba a Gran Bretaña y Francia a comprar armas y munición en Estados Unidos. La indignación y alarma que produjo la caída de Francia reforzó su estrategia. Roosevelt pudo preparar, cauta pero decididamente, la posible intervención de su país en la guerra. En mayo de 1940, logró del Congreso y Senado la aprobación de fuertes sumas de dinero para ampliar el Ejército y la Marina y aumentar la producción de aviones y buques de guerra. En junio, nombró a dos intervencionistas republicanos, Henry L. Stimson y Frank Knox, para las Secretarías de Guerra y Marina. El 2 de septiembre, Estados Unidos obtuvo de Gran Bretaña el arriendo de numerosas instalaciones militares en el Caribe, a cambio de la venta de medio centenar de destructores usados; días después, el Congreso aprobó una ley que ordenaba el registro en el servicio activo de todos los jóvenes de 21 a 36 años.

Reelegido para un tercer mandato en noviembre de 1940, Roosevelt siguió ampliando los preparativos militares. Las ventas de armamento a Gran Bretaña se incrementaron. El 11 de marzo de 1941, el Presidente logró que se aprobara la Ley de Préstamos y Arriendos que permitía la venta de armas y material de guerra a cualquier país cuya defensa se considerara vital para la seguridad de Estados Unidos, ley que se aplicó de inmediato a Gran Bretaña y pronto a China y a la Unión Soviética. Estados Unidos amplió igualmente su zona de neutralidad. En 1941, hubo ya varios incidentes entre barcos de guerra norteamericanos y submarinos alemanes que pusieron a ambos países al borde de la guerra. Tropas norteamericanas se establecieron en Islandia y Groenlandia, en virtud de acuerdos con Islandia y Dinamarca. El 11 de agosto, finalmente, Churchill y Roosevelt firmaron en Terranova la Carta del Atlántico, una declaración de principios que proclamaba la voluntad de los firmantes de hacer de los ideales democráticos el fundamento del orden internacional, y que mostraba la determinación de Estados Unidos y de Gran Bretaña de colaborar para ese fin. Stefan Zweig había escrito en 1941 que en 1933, con la llegada de Hitler al poder, se había perdido la "última oportunidad" para el mundo. El se suicidó en 1942, suicidio que -como el del escritor también judío, aunque alemán, Walter Benjamin (en 1939, junto a la frontera franco-española) adquiría un valor metafórico: la muerte de la espléndida cultura centroeuropea ante el avance de la barbarie nazi. Benjamin y Zweig no pudieron ver que esa aproximación entre Estados Unidos y Gran Bretaña que culminó en la Carta del Atlántico de 1941-y a la que siguió la entrada de Estados Unidos en la guerra tras el ataque japonés a Pearl Harbour, en diciembre de ese año- daría al mundo una nueva oportunidad.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados