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Helenismo en Roma

Desarrollo


Y, efectivamente, es sin duda el neoclasicismo -o mejor, neoaticismo, pues los modelos serían muy a menudo áticos de los siglos V y IV a. C.- la corriente más característica y profusamente seguida de todo el Helenismo Final. Pronto se animan los talleres escultóricos de Atenas -llevados por maestros que se suceden de padres a hijos, con nombres que se repiten a menudo-, aparecen otros semejantes en distintas ciudades (Delos, por ejemplo), y hasta hay artistas que parten para instalarse en Roma, cerca de la clientela más rica y entusiasta. Son numerosísimos por entonces los autores que, llenos de orgullo, firman todas sus obras -copias inclusive- añadiendo a su nombre, como marchamo de garantía, el título de "ateniense"; para ellos valen todas las variantes del trabajo neoclásico. Así, pueden verse copias relativamente libres de obras antiguas -siguiendo la senda trazada por la Atenea Párthenos de la biblioteca pergaménica-; o pueden multiplicarse las copias exactas -sobre todo a partir de h.100 a. C., cuando se realiza el Diadúmeno policlético de Delos-; incluso pueden imaginarse obras inspiradas en la estética de los grandes maestros, por no citar el " neoarcaísmo", donde es el estilo de las leves kórai jónicas y áticas del siglo VI a. C. el que se quiere recordar. Es difícil llegar a orientarse en el cúmulo de estatuas, relieves, cráteras, candelabros y otros objetos decorativos de este estilo neoático que llenan nuestros museos y que debieron de convertir múltiples villas de hacendados griegos y romanos en abrumadoras colecciones.

Su constante presencia, incluso en edificios públicos, pórticos y foros, es parte integrante de lo que nosotros conocemos y sentimos como "gusto pompeyano"; pero no cabe siquiera plantear una ordenación: la escasez de obras halladas en un contexto claro, la relativa exigüidad de los datos literarios, la multitud de firmas, todo lleva a la sensación de un mundo prolijo e inabarcable. Y ello sin contar que, en un ambiente donde los artistas creadores plagan de citas clásicas sus obras, el eclecticismo está a la orden del día, y hoy es casi imposible, por ejemplo, llegar a distinguir si una obra donde se mezclan estilos clásicos corresponde a este periodo o, por el contrario, al otro gran periodo ecléctico, que situábamos en torno al 300 a. C. El hecho es verdaderamente muy grave: piénsese que hay investigadores que sitúan hacia el 100 a. C. obras como las Afroditas púdicas, el Efebo de Tralles o el grupo de los Nióbides, y que no hay medio de zanjar su verdadera cronología con argumentos contundentes. En un intento de destacar las mejores obras y los artistas más conocidos, prescindiremos de los múltiples copistas, como Cleomenes, Apolonio hijo de Arquias, Antíoco o Afrodisio; nos olvidaremos también de los autores de vasos con relieves (Pontio, Salpión, Sosibio), e incluso dejaremos de lado a ciertos autores que, aunque creativos, parecen de escasa entidad -caso de Escopas el menor, de Euqueir el ateniense y su hijo Eubúlides, o del escultor arcaístico Calímaco-: en último término, son casi meros nombres para nosotros. Preferimos centramos en lo que pueda redimir al movimiento neoático de su pesado lastre imitativo y de su incómoda condición de artesanía de lujo para nuevos ricos.

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