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Datos principales


Rango

alta época clásica

Desarrollo


A comienzos del siglo V el orden dórico se acerca a la consecución definitiva del ideal del templo clásico. Dos monumentos de distintas características, el templo de Aphaia en Egina y el Tesoro de los Atenienses en Delfos, ilustran el proceso con claridad. Por los años 500-490 los eginetas levantaron un templo en honor de una divinidad local, la diosa Aphaia, asociada o asimilada a la Atenea griega. Es el templo mejor conservado de los que quedan en suelo griego y se halla enclavado en medio de un paraje natural, todo lo cual justifica con creces la visita a la isla de Egina. La planta responde al modelo dórico tradicional, hexástilo y períptero, y la cella adopta una estructura simétrica, precedida de pronaos y con opistodomos adosado, ambos con columnas in antis. El espacio interior de la cella se divide en tres naves, más ancha la central que las laterales, por medio de dos filas de columnas que, además, sustentan un orden superior. El material utilizado para la construcción fue la caliza local estucada, de extraordinaria blancura, origen de la luminosidad que irradia el templo. No obstante, su mayor atractivo es el efecto armonioso que representa un logro inmenso por parte del arquitecto y que consiste en dar al traste con la pesadez del dórico arcaico. De hecho, en el templo de Aphaia en Egina el orden dórico alcanza tal perfección, que las diferencias respecto al canon clásico del estilo severo, representado por el Templo de Zeus en Olimpia, apenas son perceptibles salvo en los detalles.

Así, por ejemplo, se mejora la solución al problema del friso dórico por medio de la contracción; se perfecciona el sistema de proporciones que repercute favorablemente en la esbeltez de las columnas; se corrige el diseño de los capiteles, cuyos equinos adquieren un perfil más airoso; incluso se adoptan algunos refinamientos de inspiración jonia, al estilo de los que veremos triunfar en plena época clásica. Del mayor interés resultan las observaciones sobre policromía, que permiten recuperar la apariencia cromática del monumento. Los elementos definidores de la fábrica arquitectónica conservaban el blanco de la piedra, mientras los miembros complementarios respondían a una alternancia bícroma típicamente severa: negro o azul para resaltar las verticales, rojo para iluminar las horizontales. Idéntico juego de color se desarrollaba en los frontones, en los que se representaron episodios de las Guerras de Troya relacionados con héroes eginetas. Las partes desnudas de los cuerpos resplandecían en la blancura del mármol de Paros, el color predominante era el rojo y el conjunto destacaba sobre fondo azul conforme al carácter etéreo e ideal de la escena. En un recodo que forma la Vía Sacra en su empinado recorrido hasta el Templo de Apolo, a la entrada de la Estoa de los Atenienses, se levanta un templo pequeño erigido hacia el año 490. Tiene la forma canónica del thesauros con dos columnas in antis, obra de mármol pario.

Lo que hoy vemos es la restauración llevada a cabo por los arqueólogos franceses en 1906 y, pese a la problemática inherente a ella, presenta la ventaja de devolvernos la idea original, la definición del orden dórico reducido a su esencia más sucinta. No faltaba en ella la decoración escultórica de frontones y metopas; aquéllos se han perdido; éstas, esculpidas con temas de amazonomaquia y hazañas del héroe ateniense Teseo y de Herakles, se conservan en el Museo de Delfos. Son piezas clave para comprender la ambivalencia estilística del momento entre lo tardoarcaico y lo severo. Como síntesis quedan dos metopas soberbias, la de la lucha de Teseo con Antíope, reina de las amazonas, que había sido su amante y madre de su hijo Hipólito, y la de Herakles en lucha con la cierva de Keryneia, un estudio anatómico digno de servir de broche final al período de transición.

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