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Datos principales


Rango

Paleolítico Superior

Desarrollo


En cuanto a los signos, nos encontramos ante una gran variedad tipológica que va de los puntos y los bastoncillos hasta las formas cuadrangulares o rectangulares con complicadas divisiones internas. Están presentes en la casi totalidad de las cuevas. Durante mucho tiempo fueron llamados simplemente tectiformes, aunque en muchas ocasiones su lectura se aleja de la que motivó este nombre y que creía que estas figuras eran representaciones de cabañas. Este nombre se reserva ahora sólo para los de tipo más complicado. Aquella explicación se debe al abate Breuil en un momento tan temprano de la investigación como es la primera gran monografía sobre Altamira (1906). También, desde principios de siglo, se utilizó la denominación trampas. En 1918, H. Obermaier introdujo la calificación trampas para espíritus, que podían ser animales. En este sentido acaso puede explicarse una especie de red de la cueva de Las Monedas que parece tener preso en su interior un pequeño animal. Quizás pueden ser trampas, asimismo, los signos de El Buxu. En alguna ocasión se ha hablado de empalizadas o cercos. Tal sería el caso de un grabado de Font de Gaume o de varias representaciones de La Pileta. Estas están caracterizadas por una serie de pequeños trazos dobles en su interior que es posible que indiquen las huellas de las pezuñas de los animales aprisionados. En la parte interna de uno de estos cercos se ven dos figuras de cápridos.

En los signos claviformes se ha querido ver la representación de armas. Pero, en la cueva de Santián, los signos creemos que son estilizaciones de mano con su antebrazo. Indudablemente es conveniente abandonar aquellas denominaciones -o utilizarlas sólo en casos muy concretos- y llamarlas simplemente signos, o acaso ideomorfos, palabra que también ha sido utilizada. Pero todas estas explicaciones eran parciales e insuficientes. La sistematización lógica y un paso hacia la interpretación coherente tenían que llegar de la mano de A. Leroi-Gourhan a partir de los años sesenta del siglo XX. Es en los signos donde la capacidad de abstracción del artista paleolítico se nos hace más patente. En ellos vemos cómo se llega a individualizar la realidad en modelos expresados bajo formas simbólicas. No es que el arte figurativo no implique ya una cierta capacidad de abstracción, es que el autor del arte cuaternario produce símbolos que podemos paralelizar con nuestros fonemas escritos. Para subrayar la complejidad del problema señalaremos dos ejemplos extremos: la llamada inscripción de la cueva de La Pasiega y los signos caligráficos de la caverna de La Pileta. En la cueva de La Pasiega, en un lugar elevado y muy visible -en contraste con lo que ocurre en general con los signos, incluso en esta misma cavidad-, se encuentra un grupo de signos de color rojo-violeta que ya sus descubridores calificaron de cabalísticos. En la parte inferior hay algunos puntos o trazos irregularmente dispuestos y a la derecha un signo alfabetiforme parecido a una E mayúscula con el trazo medio geminado.

En el registro superior, a la derecha, se ven lo que parecen ser dos plantas de pies humanos unidos por una raya por el calcañar, a la izquierda hay un signo equilibrado sobre un eje central, dos dobles puertas y líneas verticales, todo ello sobre una plataforma de dos rayas horizontales. En la malagueña caverna de La Pileta, entre otros signos curvilíneos, existe uno con un extremo en forma de tridente y al lado un serpentiforme doble, todo ello unido por una hilera de puntos de forma angular. Hasta aquí el caso de dos grupos de signos entre los muchos centenares de ejemplos que se podrían aducir. ¿Cuál es el extraño mensaje que nos transmiten? Del primero de los grupos sumariamente descritos, los autores de la monografía de La Pasiega dijeron: "La transcripción es segura, pero no dirá jamás a nadie su secreto, ¿acaso signo de prohibición con respecto del profano en el umbral del santuario reservado para los iniciados?". Pero volvamos a Leroi-Gourhan. Para él, los signos constituyen una categoría paralela a la de las representaciones animales. En 1966, en el simposio de arte rupestre organizado en Barcelona, presentó su trabajo fundamental de clasificación. Consciente de los problemas de método que plantea su interpretación, parte de la idea de "considerar la masa de figuras conocida como una entidad coherente de la misma manera que una familia lingüística por ejemplo... No hay, del Auriñaciense al Magdalaniense, ninguna ruptura radical en el inventario de los temas; por consiguiente se puede suponer que existe una cierta continuidad en su contenido ideológico más general".

En su análisis llega a establecer cuatro grandes agrupaciones, que serían las siguientes: I, los signos ligeros, aislados o en serie, constituidos por puntos y bastoncillos simples o ramificados, que son constantes en todo el arte paleolítico; II, los signos plenos cuadrangulares, en llave, tectiformes, claviformes y figuras femeninas completas o parciales; III, el acoplamiento de signos ligeros y signos plenos, las llamadas heridas, ciertos accidentes naturales subrayados con color y probablemente una parte de las manos negativas; y IV, casos que no parecen fortuitos en que los signos plenos están acompañados a la vez de bastoncillos y de puntos (La Cullalvera) y líneas de puntuaciones en transiciones topográficas y en los fondos. Posteriormente redujo esta clasificación a dos grupos según representaran, de forma más o menos abstracta, los órganos sexuales femeninos o los masculinos. Para Leroi-Gourhan, la gran unidad que parece manifiesta en los signos paleolíticos no es más que la alternancia entre los dos polos del macho y de la hembra. Todo ello queda evidenciado en los cinco cuadros que acompañan su trabajo. Este constituye un neto avance respecto a lo que se dice sobre los signos en la "Préhistoire de l'Art occidental". Queremos subrayar el hecho de que, en general, los signos tienen una estructura simétrica sobre un eje vertical en el caso de los más complejos y que el significado sexual de muchos de ellos no puede ser negado.

Tampoco pueden negarse su valor complementario y su contemporaneidad con las figuras animales a las que están asociados. Pero si la complementariedad es un hecho, ¿cómo hay que interpretar las cuevas -por ejemplo, Santián, Herrerías- donde sólo hay signos? Leroi-Gourhan rehuye el problema. Quien esto escribe ha tenido que enfrentarse con uno de los grupos de signos más enigmáticos de todo el arte paleolítico. Nos referimos al que estudiamos en la cueva de Las Monedas. Se trata de un panel de color negro en el que destacan unas formas globulares sobre un eje y con unos grandes ojos, junto a una multitud de trazos inconexos. Acerca del mismo, Leroi-Gourhan escribió: "...un panel en el que aparece en negro el más sorprendente griboullis de todo el paleolítico: las figuras son círculos, líneas de bastoncillos y de enrejados inspirados por las grietas de las rocas de las paredes, pero el conjunto da la impresión de esas figuras incoherentes y a pesar de ello ligadas unas a otras por un ritmo común, que algunos trazan sobre el papel escuchando el teléfono. A nuestro parecer representan, simbólicamente, los espíritus guardianes del santuario en la entrada septentrional, que seguramente era única, en el Paleolítico". Las pruebas demuestran que los signos representan una temática muy compleja dentro del arte paleolítico, siendo deseable que merezcan el interés de los investigadores en el futuro. Lo que sí sabemos con seguridad es que, junto al arte figurativo o naturalista, se transmitían de generación en generación series de símbolos abstractos que representan una tradición iconográfica muy elaborada y que corresponden a un mundo de ideas y a un fondo mitográfico muy difundido en el espacio y con una larga perduración temporal.

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