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América: problemas

Desarrollo


En los últimos años del siglo XIX se desarrolló en México la más eficaz dictadura modernizadora de toda América Latina, que propició un espectacular crecimiento económico en el país. Si se comparan las tasas de crecimiento de todo el siglo XIX con las del porfiriato la diferencia resulta abrumadora. El general Porfirio Díaz, que comenzó su marcha hacia el poder como un genuino heredero de la Reforma liberal y anticlerical encabezada por Juárez, fue abandonando con el tiempo muchos de los principios que lo condujeron a la primera fila de la política mexicana y terminó adoptando una postura claramente ecléctica. Díaz fue el restaurador del orden, el "tirano honrado" que haciendo uso de un estilo claramente autoritario condujo férreamente a México por la senda del progreso. El progreso se había convertido en la consigna más importante de todas las que simbolizaban las ansias transformadoras de los latinoamericanos, y en México, el camino al progreso debía dejar atrás la organización económica y social heredada del Imperio español. Para muchos dirigentes porfiristas el camino a la modernización pasaba por la europeización de un país rural y atrasado, aunque el modelo norteamericano también era tenido en cuenta. Entre los principales logros económicos del porfiriato está la atracción de numerosas inversiones extranjeras (especialmente norteamericanas), con las que se financió el programa modernizador, así como la construcción ferroviaria y el relanzamiento de la minería de plata en el norte del país.

La agricultura orientada a la exportación conoció un crecimiento espectacular, pasando de 20 millones de pesos en 1887/88 a 50 millones en 1903/4. Entre los productos más destacados figura en primer lugar el henequén de Yucatán, el café, el cacao, el chicle y el hule. Este proceso fue facilitado por la acelerada concentración latifundista, que también favoreció la expansión de una agricultura claramente orientada hacia el mercado. La llegada de inversiones extranjeras fue favorecida por la negativa del Estado a intervenir como mediador en los conflictos obreros, dejando bastante libertad a la patronal. Los bajos salarios que se pagaban en el país explican el escaso atractivo que tuvo México para los inmigrantes europeos. Por ello, su población se incrementó básicamente por el crecimiento vegetativo, pasando de los 9.500.000 habitantes de 1876 a los más de 15 millones de 1910. Durante el porfiriato, el progresismo y el conservadurismo se mezclaron permanentemente, aunque se trataba de las dos caras de la misma moneda, lo que hace dificil la adscripción de Díaz en un campo determinado. Incluso hay quien señala que con él se produjo la consolidación y la muerte del liberalismo mexicano. Todo ello prueba las permanentes contradicciones que rodearon al sistema político en las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del XX. Díaz llegó al poder en 1876 tras derrocar a Lerdo de Tejada con la consigna de "sufragio efectivo, no reelección".

Y si bien hasta 1880 cumplió con la consigna de la no reelección, luego abandonaría totalmente los principios que lo condujeron a la presidencia. Entre 1884 y 1911 se mantuvo en el poder, sucediéndose a si mismo en siete oportunidades mediante otras tantas reelecciones, lo que le valió la crítica de la prensa liberal por el incumplimiento de su palabra. Su gobierno contó con el respaldo de los terratenientes y de la Iglesia que se habían opuesto a la Reforma. Los primeros fueron partidarios del avance de la gran propiedad a costa de las tierras de las comunidades indígenas, de los baldíos y también del proceso de desamortización de las tierras eclesiásticas. La "pax porfiriana" se impuso a costa de la represión y de la consolidación de un sistema basado en las relaciones personales, para lo cual atrajo a su órbita a los principales personajes de los grupos políticos más influyentes, aunque fueran contradictorios entre sí. Su estilo inicial estuvo marcado por la búsqueda de la conciliación entre las partes en pugna. En el manejo de las relaciones personales el régimen porfirista no se diferenciaba demasiado de los sistemas oligárquicos existentes en América del Sur y en muchos países del centro y del sur de Europa. Esto no excluyó el estallido de numerosos conflictos y rebeliones, como las guerras contra los indios yaqui que afectaron a la región de Sonora entre 1887 y 1910/11. Díaz se rodeó inicialmente de un grupo de jóvenes tecnócratas, los llamados "cientos", influidos por Gabino Barreda, un intelectual mexicano que había evolucionado del liberalismo al positivismo francés.

Barreda había fundado la Escuela Nacional Preparatoria, donde se formaron numerosos cuadros del régimen. Junto con Porfirio Parra crearon la Asociación Metodófila y publicaron la Revista Positiva. Una de sus preocupaciones era presentar la inevitabilidad histórica del porfiriato, una etapa más en el camino hacia el progreso del país. El historiador Justo Sierra compartía este punto de vista, ya que para él, la dictadura de Díaz era una etapa necesaria en la evolución mexicana hacia la modernización y la democracia. A la libertad sólo se llegaría después de que el orden social se hubiera consolidado en el país, aun a costa de la represión. Uno de los "cientos" más descollante fue José Yves Limantour, secretario de Hacienda desde 1893, cargo que mantuvo hasta la caída de Díaz en 1911. A principios del siglo XX los "científicos" ocupaban una posición relevante dentro del régimen y muchos esperaban que Limantour fuera elegido presidente en 1904. Pero, las disputas que enfrentaban a Limantour con el general Bernardo Reyes, secretario de Guerra, obligaron a Díaz a prolongar la duración de su mandato, de cuatro a seis años, y posteriormente a solicitar una sexta reelección en 1906. La apertura de una grave crisis sucesoria comenzó a afectar seriamente la credibilidad del sistema y facilitó algunas manifestaciones de hostilidad al régimen, provenientes tanto de dentro como de fuera del mismo. Los empresarios norteños, nucleados en torno a la emergente industria siderúrgica de Monterrey, se enfrentaron al poder de "los científicos" y a la alianza que habían establecido con los inversionistas extranjeros.

Y si los industriales se habían sabido beneficiar del rumbo seguido por la política económica porfiriana, adoptaron una posición nacionalista y reivindicativa en contra de la línea de Limantour y sus seguidores. Sin embargo, fue muy poco lo que pudieron hacer para imponer sus puntos de vista, pues tras desplazar a Reyes del gabinete, el porfiriato pasó a ser controlado por el tándem Limantour-Ramón Corral (un antiguo gobernador de Sonora y después del Distrito Federal). Estos acontecimientos habían conducido al régimen a una situación de parálisis casi total. Su falta de reflejos políticos se relacionaba con la senilidad del presidente y la del mismo gobierno. En 1910 el presidente Díaz tenía setenta años, dos de sus ocho ministros superaban los ochenta años y otros tres tenían más de sesenta. El más joven era Limantour, con cincuenta y siete, pero como hacía diecisiete años que estaba al frente de la Secretaría de Hacienda era todo un veterano. La senilidad de los principales cuadros dirigentes estaba presente en otros sectores de la Administración. De los veinte gobernadores, diecisiete tenían más de sesenta años, siendo ocho de ellos mayores de setenta. En el Congreso y en el Poder judicial la vejez de los jueces y diputados era un hecho relevante. En el ejército federal no era nada raro encontrar generales de más de ochenta años, coroneles de setenta y capitanes de sesenta. Tras mucho tiempo de silencio y asfixia política fueron numerosos los grupos políticos opositores que quisieron salir a la superficie, tratando de aprovechar la debilidad del régimen.

En parte fue el mismo Díaz quien hizo posible la existencia de posturas sucesorias, al manifestar en una entrevista periodística que le hicieron en 1908 que era el momento más adecuado para que se reabriera el juego político, aunque muchos de los sectores rurales y campesinos postergados tuvieron grandes dificultades para poder hacer oír su voz. Uno de los personajes que accedió al primer plano de las filas opositoras fue Francisco Madero, el futuro líder revolucionario y uno de los mayores hacendados norteños. Las consignas de acabar con la reelección y a favor del sufragio efectivo no le permitieron liquidar a la muy aceitada maquinaria electoral de Díaz. Madero creó el Partido Antirreeleccionista, acabó convirtiéndose en una amenaza para el dictador, y su accionar lo condujo a la cárcel y, posteriormente, al destierro. En octubre de 1910 Madero lanzó el Plan de San Luis Potosí, el verdadero fermento de la revolución maderista que juntaba las reivindicaciones políticas de la oligarquía norteña con la devolución de las tierras a los campesinos que habían sido despojados ilícitamente de ellas. El 20 de noviembre de 1910, Madero convocó a la revolución contra el porfiriato desde su refugio de San Antonio, Texas, al otro lado de la frontera. Nuevamente se esgrimía la consigna de "sufragio efectivo, no reelección" que en su momento había levantado el propio Díaz.

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