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América: problemas

Desarrollo


Hasta fines de la década de 1880, el predominio de los bancos británicos en el mundo financiero relacionado con América Latina era claro y absoluto. Ni otros bancos europeos, especialmente franceses o alemanes, ni los norteamericanos, ponían en peligro su hegemonía. De este modo los Rothschild se convirtieron prácticamente en los banqueros oficiales de Brasil y Chile y los Baring Brothers en los de Argentina y Uruguay. A finales del siglo XIX las posiciones británicas comenzaron a ser amenazadas. En México, los banqueros alemanes controlaron los créditos internacionales del gobierno a partir de 1888, aunque tuvieron que compartir el negocio con banqueros norteamericanos y franceses. En Brasil, Argentina y Chile los franceses y alemanes se hicieron más activos que en el pasado. Después de 1898, con la anexión de Puerto Rico y, de hecho, de Cuba, los capitales norteamericanos aumentaron su presencia en el Caribe. Sin embargo, fue la Primera Guerra lo que cambió la correlación de fuerzas entre las principales potencias implicadas en el continente. Mientras Gran Bretaña salió muy debilitada del conflicto, la posición de Estados Unidos se vio reforzada, a tal punto que adquirió un papel protagonista en la escena internacional, que pudo haber sido mayor en caso de haberlo deseado. De todas formas, habría que esperar a los años 30, y especialmente a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, con el mayor debilitamiento británico, para que esa situación quedara claramente perfilada.

Según Halperín Donghi, el reemplazo de la dominación británica por la estadounidense en América Latina se ejemplifica con el final de la era del ferrocarril y el inicio de la expansión automovilística. Los caminos de hierro se cambiaron por los caminos de asfalto. Tras la Primera Guerra Mundial la presencia norteamericana se intensificó en los países del Pacífico. También se hizo sentir en Brasil, Argentina y Uruguay. A diferencia de lo ocurrido anteriormente con las inversiones europeas, canalizadas a través de empréstitos negociados con los gobiernos o de la búsqueda del control de empresas de transporte o comerciales, los capitales norteamericanos se invirtieron directamente en actividades productivas. Muy rápidamente un número considerable de empresas norteamericanas se instaló en América Latina, bien para fabricar sus propios productos, o bien para ensamblarlos. Una clara excepción en el pasado había sido México, donde a la sombra de la política porfirista se observa una fuerte inversión de capitales norteamericanos en ferrocarriles y minería, desde la década de 1880. En los años 20 la presencia norteamericana en la región se vio reforzada por la magnanimidad de la política crediticia de numerosos bancos de ese origen. El National City Bank ya había abierto sucursales en Argentina y Chile desde 1914 y el Morgan entraría muy pronto en escena. Entre 1922 y 1928 se vendieron en Estados Unidos bonos latinoamericanos por un importe cercano a los 2.

000 millones de dólares. La llamada "danza de los millones" drenó dinero fácil y barato hacia las economías de países como Perú y Colombia, creando una fiebre de especulación muy intensa, en un fenómeno similar al fuerte endeudamiento que en los años 70 provocaron los petrodólares en la región. Cuando en 1929 se interrumpieron los flujos de capitales norteamericanos al exterior, las repercusiones sobre la balanza de pagos de los países latinoamericanos antes favorecidos por los créditos fueron muy serias. Las misiones Kemmerer estuvieron presentes entre 1923 y 1931 en los países andinos (Colombia, Chile, Ecuador, Bolivia y Perú) y Guatemala. Estas misiones no fueron patrocinadas oficialmente por el Departamento de Estado, sino que fueron pagadas por los respectivos países, que demandaban la asesoría de expertos financieros. Se trató de un importante impulso para la creación de Bancos Centrales y para ordenar los sistemas monetarios y de contabilidad fiscal, y muestran claramente el aumento de la influencia norteamericana en una región que sólo algunos años atrás respondía a otros intereses. Influencia que no sólo se reflejaría en el aspecto económico, sino que tendría un correlato político nada desdeñable. La mayor dependencia del crédito norteamericano y de los expertos financieros del mismo origen, llevó a muchos países de la región a poner sus rentas aduaneras bajo el control norteamericano. Esto ocurrió en Cuba, Haití, Santo Domingo y Nicaragua en la década de 1920; en Ecuador, Honduras y Bolivia a fines de la misma década y en Perú entre 1921 y 1924. La creencia generalizada entre un buen número de políticos latinoamericanos de que de ese modo iban a poder conseguir nuevos créditos facilitó tal estado de cosas.

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