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Con frecuencia, se interpreta la historia de África con una visión excesivamente eurocéntrica, como si antes de la conquista nada existiese. Esto, obviamente, es erróneo y conviene hacer al menos un esbozo de la situación de los pueblos africanos. A partir de 1880, en el momento en que el África negra se convierte en objeto de fundamental apetencia para las grandes potencias de Europa, sus tierras se hallan sumidas en una larga fase de decadencia. Las raíces son muy diversas: la trata de negros por turcos y europeos, desde el siglo XVI especialmente, que sería el factor principal del declive africano. La expansión del comercio europeo a partir del siglo XV a costa de los focos civilizadores de Arabia, Persia y Egipto. A las dos razones anteriores, de carácter exógeno al Continente, se unió una endógena: Los movimientos bélicos internos, mal conocidos pero de evidente importancia cultural. Las culturas autóctonas negro-africanas, frecuentemente muy complejas, aparecen ligadas por lo general a cultos de tipo animista (basados en la creencia de la acción voluntaria de seres orgánicos e inorgánicos, incluso de fenómenos de la naturaleza, que se consideran movidos por un alma antropomórfica). En ocasiones, el animismo se concreta en un tótem, animal sagrado del que creen que depende la vida de la tribu. Estas formas anteriores a la penetración contemporánea de los europeos no excluyen, sin embargo, la subsistencia de creencias distintas entre las que destaca la del Dios único, creador del mundo (entre tribus bantúes, kikuyus y gabonesas).

Samuel Johnson en su History of the Yorubas señala que el dios de éstos significa "el señor del cielo". Le consideran como creador del cielo y de la tierra, pero en un lugar tan elevado que no puede ocuparse directamente de los hombres y de sus asuntos, por lo que deben admitir la existencia de numerosos dioses e intermediarios. Creen en el otro mundo, de donde se deriva el culto de los muertos y su fe en un juicio final. En general, la forma de agrupación social suele ser tribal, caracterizada por un hábitat concentrado dentro de su limitación -el poblado- y por el origen familiar de la propia concentración. La actividad económica se caracteriza por tratarse de un sistema orientado a la subsistencia y por su base eminentemente primaria. Son, por lo general, pueblos agrícolas, pero desconocedores -en 1870- del utillaje, fuera de la azada, y de cualquier género de abono, natural o no (salvo la utilización del estiércol en algunas comarcas sudanesas). Ello dificulta la sedentarización y da lugar a la típica agricultura itinerante, seminómada, característica de amplias zonas de la sabana africana. En otras tribus predomina la actividad ganadera, bovina sobre todo. La organización política suele ser monárquica, frecuentemente hereditaria y, en todo caso, sagrada. Se rodea de una administración rudimentaria, pero no sólo central, sino provincial cuando la amplitud del Estado lo requiere. En esta administración sus miembros se hallan ligados a la jefatura por medio de relaciones e incluso ceremonias parejas a las del feudalismo europeo.

En la actualidad, sin embargo, una serie de estudiosos e historiadores africanos empeñados en la tarea de exhumar la historia de África afirman la existencia de una organización democrática del poder político en las sociedades negras. "Antes de la llegada de los europeos -declara Kenyatta- los Kikuyus tenían un régimen democrático, aunque en un principio tuvieron un sistema monárquico". Y Ojike asegura: "Es tan profundamente democrático el sistema político a lo largo de toda África, que nadie siente su libertad oprimida". Ambos autores hacen referencia, para apoyar sus tesis, a la organización de los poblados en Consejos de los jefes, de familia, que eligen a su vez los delegados para la Asamblea de Ancianos a escala tribal. Por lo que se refiere a la Hacienda estatal, se sostiene con el correspondiente sistema fiscal, que tiende a concretarse en la recolección de una parte de los frutos y en la propiedad de los productos del subsuelo. En general, la extensión y fortaleza de los Estados son mayores cuanto más grande es su proximidad a la presencia europea, en conexión, fundamentalmente, con el tráfico de esclavos. Este comercio en las costas del Oeste y Este de África provoca un proceso secular de concentración del poder en los mismos pueblos negros: primero, para defenderse de los cazadores de esclavos; después, para realizar, a su vez, esta misma actividad económica en los pueblos vecinos más débiles (actuando así de intermediarios con los compradores blancos o árabes).

De esta forma, el tráfico de esclavos, sobre cuya enorme incidencia demográfica se han hecho cómputos que oscilan entre 5 y 25.000.000 (cifra esta última que supondría 1/8 de la población del continente en 1960), provoca un segundo proceso secular, en este caso de repliegue de los pueblos más débiles hacia las montañas, suscitando en las zonas costeras y subcosteras la lenta constitución de las grandes unidades políticas que se encuentran los colonizadores europeos a su llegada. Junto a las costumbres religiosas y las instituciones políticas y sociales, las normas jurídicas constituyen uno de los elementos fundamentales de la estructura de una sociedad. El derecho africano es consuetudinario y está impregnado de elementos religiosos: el soberano es, también, la mayor parte de las veces, sumo sacerdote, y las familias son asociaciones rituales. De ahí se deducen importantes consecuencias para la concepción del derecho de propiedad de la tierra: las tierras pertenecientes a la familia africana gozan de una inalienabilidad perpetua y son indivisibles. El África negra en el siglo XIX comprende más de las tres cuartas partes del continente africano, de Sudán al Sur del desierto sahariano. Se puede dividir este continente -exceptuando los países islámicos fundamentalmente- en tres grandes bloques: África Occidental, África Central y del Sur y África Oriental. A este respecto hay que señalar que una de las dificultades para el estudio del África negra, aparte de la escasez de fuentes y de trabajos sobre el tema, es la delimitación de marcos geográficos.

Se ha intentado delimitar regiones o círculos culturales e históricos, pero éstos se trazan como aproximaciones teóricas sin base científica. Siguiendo al historiador africano Ki-Zerbo, sería más real el estudio de los reinos; cuya extensión, sin embargo, conocemos mal debido a la carencia de documentos escritos y a una administración poco desarrollada, aunque los habitantes y dirigentes de estos reinos conocieran con suficiente precisión su espacio geográfico y político gracias a la presencia de un monte, un río, un lago, un bosque, etc. África Occidental es concretamente la zona más afectada por el impacto del esclavismo y se han formado Estados negros, que cabe agrupar en dos sectores principales, tal como se hallan en 1870: 1.- En el Sudán occidental el esclavismo ha sido practicado y estructurado, no sólo por los europeos, sino también por los norteafricanos que, además, han influido culturalmente de forma notable en estas regiones. De hecho, algunos de los más importantes pueblos en esta zona son islámicos: tenemos así, por ejemplo, los reinos peules de Futa Djalon (Guinea), Futa Toro (Senegal) y de Bondú o Bundú (entre ambos). Estos pueblos peules merodean con sus rebaños trashumantes en busca de los pastos de una estepa más o menos seca; pero en algunos casos (como en los tres referidos anteriormente) establecen hegemonías de importancia histórica. En otros casos, los pueblos situados en el Sudán occidental mantienen bases animistas.

Destacan entre ellos los mossi (pueblo de guerreros que habitan la cuenca alta del río Volta y que llegan a disponer de una administración bastante desarrollada) y los bambara (buenos agricultores y soldados, que tienen determinado cada acto a lo largo de su vida por prescripciones o prohibiciones rituales transmitidas por tradición, no dejando nada al azar). Todos estos pueblos mantienen una notable actividad comercial con el Maghreb (actualmente Marruecos y Argelia) a través de las rutas transaharianas, cuya importancia disminuye rápidamente, sin embargo, durante el siglo XIX, ante la competencia europea desde la costa occidental. 2.- Al Sur de la región sudanesa encontramos el segundo gran sector en el que la esclavitud tiene una importancia trascendental. a) Estados subcosteros (al Norte del Gran Golfo de Guinea). Aparte de aquellos que sirvieron de asentamiento a los esclavos liberados, como Sierra Leona (que será ocupada por el gobierno inglés como base de sus patrullas navales contra el comercio de esclavos y donde se instalará la mayor parte de los esclavos liberados por los ingleses), Liberia (constituida como república independiente en 1847; contaba con unos pocos miles de colonos negros) y Libreville (fundada por los franceses en el Gabón en 1849), existen Estados fuertes como los Ashanti o los Estados de Oyo y Dahomey. A fines del siglo XVII, al norte del golfo de Guinea, se crea la confederación Ashanti con una veintena de tribus federadas en 1820 y un ejército dotado de armas de fuego capaz de derrotar a los propios anglosajones (1824: victoria de Adamanso) que lo ocuparán, sin embargo, definitivamente en 1874.

Dahomey, que alcanza en el siglo XIX su máxima expansión territorial, seguirá proveyendo de esclavos a los negreros europeos, mientras hubo demanda, como medio de conseguir los fusiles indispensables para el mantenimiento de su poder militar. El antiguo y gran Imperio Oyo se desintegró a comienzos del siglo XIX. Sus Estados y provincias, independizados del poder central, empezaron a combatir unos con otros por extender sus fronteras y controlar las rutas comerciales. A consecuencia de estas guerras, gran número de cautivos fue reducido a la esclavitud, convirtiéndose esta zona hacia la década de 1840 en uno de los mercados esclavistas más importantes de África occidental. b) Entre los Estados costeros al Norte y Sur del curso bajo del Congo, destacan sobre todos el reino de Loango (o Luango) y el reino del Congo, respectivamente. El primero había sido antiguamente tributario del Congo, pero hacía ya mucho tiempo que era independiente. En cuanto al Congo, a cuya cabeza está un monarca, que es señor absoluto de toda la región, está relacionado con la colonización portuguesa que le dota de una administración misional. A fines del siglo XVIII ha perdido mucho de su antigua magnificencia y en el siglo XIX se encuentra en plena decadencia. La historia de África Central, dominada lingüísticamente por el grupo bantú, resulta particularmente desconocida por la escasa y tardía penetración europea, que no ha legado documentación suficiente y restringe las fuentes, con frecuencia, a la tradición oral.

Se sabe, al menos, que el hecho básico de esa historia es la lenta migración bantú, desplazada de Norte a Sur desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el siglo XIX. Parece que puede afirmarse que su articulación política, tal como se constata en 1870, depende en buena medida de la posesión de riquezas minerales y del comercio del marfil, más que del esclavismo, que se realiza sólo marginalmente. Sobre tales bases se asientan, en el alto Zambeze y en el borde meridional de la cubeta del Congo: 1.- Los Estados Luba-Lunda: son regiones ricas en caza, pesca e incluso minerales. Sus gobernantes eran reyes que se consideraban divinos y que vivían con numerosas esposas y servidumbre. Las capitales eran centros de gobierno y de comercio. 2.- Los reinos interlacustres: es una zona rica con un índice de lluvias perfectamente distribuido a lo largo del año. A fines del siglo XVIII se habían constituido seis grandes Estados: Buganda, Bunyozo, Ankole, Karagwe, Rwanda y Burundi. Todos ellos sobrepasaban el medio millón de habitantes y eran administrados por reyes divinos que gobernaban por intermedio de una elaborada jerarquía de funcionarios de la corte y de jefes provinciales. Con respecto a Sudáfrica, señalar que el primer rasgo decisivo de esta región es la diversidad de su poblamiento, tal como se halla estructurado ya al comenzar el siglo XIX. Lo constituyen tres grandes grupos. Los hotentotes: cazadores, mestizos de protobosquimanos y caucasoides.

Los bantúes: agricultores, procedentes de esa secular inmigración del pueblo bantú de Norte a Sur. Los bóers: colonos de origen holandés y francés, establecidos en Sudáfrica desde el siglo XVII con una cultura característica (religión calvinista y lengua afrikaaner). Practicaban una ganadería extensiva y un rudimentario cultivo de cereales y estaban ligados al comercio europeo centrado en el Cabo. Las tensiones entre estos tres grupos marcan la historia de la región: las relaciones entre hotentotes y bantúes, derivadas del progresivo desplazamiento de éstos hacia el Sur, se resuelven con la expulsión paulatina de los primeros, de capacidad ofensiva menor, que se ven confinados a las tierras peores. A partir del siglo XVIII, los bantúes terminarán chocando con los bóers que avanzan hacia el Este animados seguramente por la mayor demanda del mercado europeo. El choque entre la minoría bóer (5.123 colonos en 1756) y las tribus bantúes (quizás más de 100.000) dará lugar a las llamadas guerras cafres (denominación dada por los portugueses a los bantúes, tomada del árabe cafrun, no musulmán) entre 1779 y 1850. La derrota definitiva de los bantúes deriva del hambre iniciada en 1858. Las relaciones entre bóers y hotentotes carecerán de enfrentamientos armados por la completa supeditación del grupo negroide, sometido legalmente a servidumbre por disposiciones promulgadas entre 1809 y 1819. Dentro de estos enfrentamientos hay que hacer referencia a la figura de Chaka (o Shaka) que se va a convertir en jefe de los zulúes a comienzos del siglo XIX y al que se ha denominado el "Napoleón negro".

Desde 1818 y durante diez años hasta su asesinato, se convirtió en el dictador de una nueva y agresiva nación militar. Organizó a los jóvenes en regimientos reglares, que solamente vivían para la guerra; renovó el armamento de sus guerreros, sustituyendo la poco efectiva arma arrojadiza de largo alcance por las azagayas que obligaban a combatir cuerpo a cuerpo; estableció una nueva estrategia: su ejército empleaba en sus ataques la formación en cabeza de búfalo. Esta organización permitió una fuerte expansión zulú, cuyos efectos afectaron a toda África meridional, al provocar desplazamientos de todas las tribus de los alrededores, y que también llegaron a chocar con los bóers. Hay que resaltar el conflicto entre bóers e ingleses y su evolución posterior. Los bóers vivían bajo administración inglesa desde que, en 1815, se ratifica definitivamente dicha colonia como posesión de Inglaterra. La supresión total de los bóers de la administración por parte de los ingleses, junto con la introducción del inglés como lengua oficial en 1825 (la mayoría de la población no comprendía más que el holandés), supuso agitaciones y problemas que se vieron aumentadas por la abolición de la esclavitud (1834), medida hacia la que los bóers eran decididos adversarios. Los propietarios de esclavos obtuvieron del gobierno de Londres una indemnización de 1.300.000 libras, cuando ellos estimaban sus pérdidas en 3.000.000. En el "gran Trek" (emigración) de 1837, casi 10.

000 familias se trasladaron con su ganado y sus esclavos más allá del Vaal y del Orange y hacia Natal, siguiendo diversos itinerarios. En 1842, los ingleses anexionaron Natal. Los Trekkers, aislados de la costa, penetraron de nuevo hacia el interior y constituyeron la república de Orange, que en 1848 se anexionaron a su vez los ingleses. Un tercer Trek dio lugar a la creación de la república del Transvaal. Londres interrumpió aquí la cadena de represalias. En 1852 admitía la independencia de los bóers al norte del Vaal y en 1854 la de la república de Orange. Sin embargo, en estos hechos está la base de las futuras guerras anglo-bóers. En el África Oriental cabe distinguir tres grandes grupos de formaciones: 1.- Los Estados situados en la zona Nordeste sufren, desde fines del siglo XVIII, un serio declive en su poderío político y actividad económica. La autoridad de los gobernantes se había debilitado y los pueblos nómadas invadían las tierras de los agricultores estables, de cuya producción dependía fundamentalmente el poder de los soberanos y de los jefes de tribus. El Mar Rojo estaba infectado de piratas y, a causa de ello, el comercio se resiente especialmente. Sin embargo, con Mohamed Alí se restablecerá el tráfico del Mar Rojo y se logrará, en 1821, la conquista del Sudán Nilótico por Egipto. Por otra parte, al Oeste del Mar Rojo permanece el insólito reino de Etiopía, cristianizado en el siglo IV, pero aislado por la islamización de Egipto.

Lo pueblan agricultores y pastores. Su organización política es teóricamente monárquico-absolutista, aunque entre 1769 y 1855 -"Edad de los Príncipes"- atraviesa un período de disgregación geográfica del poder, recuperado bajo Theodoros y Menelik II. En la costa occidental del índico, la dependencia foránea se reduce a las factorías establecidas por árabes de Omán y por portugueses; pero la penetración es marginal y pequeña por la propia debilidad de ambas metrópolis. En el caso de Portugal, su desinterés es palpable desde el siglo XVII, tanto en la zona de Zanzíbar (que entonces pasa a ser dominio árabe) como en la costa de Mozambique, dependiente de la lejana Administración de Goa y dejada de hecho en manos de los "prazeros" (mestizos de bantú y colonos portugueses). Respecto a Madagascar, con población negro-malaya, está presidida por dos grandes Estados esclavistas: los reinos de Sakalava e Imerina, que se reparten casi toda la isla y mantienen relaciones comerciales en las costas con mercaderes europeos (especialmente franceses) y árabes.

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