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Hasta 1800 las cifras de la población del mundo que manejan los historiadores de la demografía son inciertas y especulativas. A partir de comienzos del siglo XIX podemos disponer ya de cifras más rigurosas, pues el primer censo verosímil apareció en Inglaterra en 1801, y desde entonces otros países formalizaron recuentos de población sobre unas bases más fiables que las existentes hasta entonces. No obstante, hay que seguir manejando con mucha prudencia las cifras de población mundial, ya que carecemos de fuentes demográficas para una buena parte de los países que se hallan fuera de la órbita del mundo occidental. Incluso, algunos de los países europeos presentan lagunas en sus datos que sólo la aplicación de sofisticados cálculos puede solventar sin el peligro de caer en errores de bulto.No obstante estas dificultades que todavía siguen presentando los estudios poblacionales en una época protoestadística, nos atrevemos a hacer algunas consideraciones de orden general para el primer tercio del siglo XIX. Parece que los especialistas están de acuerdo en admitir que la revolución demográfica es uno de los aspectos fundamentales de la revolución económica que el mundo entero conoció en este periodo. Y eso fue especialmente notable en el continente europeo. Durante todos los siglos anteriores la población de Europa había ido aumentando lentamente hasta alcanzar los 180.000.000 de habitantes. Desde entonces comenzó a crecer de una forma vertiginosa, de tal manera que a mediados de la centuria decimonónica había ya 266.

000.000 de europeos. Aunque en África y Oceanía, las cifras de las que disponemos nos indican una estabilidad de sus poblaciones respectivas entre 1800 y 1850 -100.000.000 para África y 2.000.000 para Oceanía- en el continente asiático se experimentó un crecimiento demográfico considerable, al pasar de una población de 602.000.000 de habitantes a una de 749.000.000. Pero, sin duda, el continente que experimentó una mayor tasa de crecimiento entre estas dos fechas fue el continente americano, donde se pasó de los 24.600.000 a los 59.000.000.En total, y resumiendo las cifras que nos proporcionan especialistas en demografía histórica, como Carr Saunders, Ploetz, o los historiadores de la escuela de Berkeley, podemos decir que el mundo pasó de 908 millones de habitantes a 1.176.000.000.Para explicar este crecimiento demográfico se han sugerido varias razones, aunque resulta difícil determinar qué proporción le corresponde a cada una de ellas en el fenómeno. Lo primero que parece claro es que dicho crecimiento se debió más a la disminución de la tasa de mortandad que al incremento de la tasa de natalidad. Las poblaciones aumentaron, no tanto por el hecho de que naciesen más niños, sino porque sobrevivían en mayor número y porque permanecían vivos un mayor número de años. Entre las causas probables de una disminución de la mortandad, especialmente en Europa, hay que contar la del aumento de las condiciones de seguridad y de orden público establecidas en muchos países desde comienzos del siglo XVIII, con la consiguiente disminución del bandidaje, de la violencia e incluso los enfrentamientos religiosos.

Pero una razón de peso que explica este descenso es la del avance de las ciencias médicas y de la higiene que se produjo en el Setecientos. El desarrollo de la medicina contribuyó a liberar a los países occidentales de las terribles epidemias, como la peste, que habían azotado sistemáticamente a su población durante siglos. De esa forma, enfermedades y males que habían afectado no solamente a los seres humanos, sino a los ganados y a las cosechas, comenzaron a ser dominados y con ello se remediaron problemas de abastecimiento a las poblaciones y se solucionaron en buena parte las crisis de subsistencias y la carencia de alimentos de primera necesidad. Por otra parte, la mejora de los transportes, primero a través de los caminos y los canales, y más tarde con la aparición del ferrocarril con todas sus ventajas de rapidez y de capacidad de carga, hizo posible la disminución de las hambrunas y de las carestías en lugares localizados.A partir de 1800 tuvo lugar una auténtica revolución agrícola en Europa que produjo un notable incremento de la producción. Eso hizo posible alimentar el creciente número de personas que poblaba el continente. En los Estados Unidos, aunque el crecimiento fue aún mayor, no existían problemas de alimentación, pues siempre había tierras abundantes en el Oeste capaces de producir más de lo necesario. Sin embargo, en Europa, donde las mejores tierras estaban ya siendo cultivadas, sólo existían dos medios para adaptar la producción a la creciente demanda de alimentos: o bien mediante la intensificación de los cultivos, o mediante la importación de productos desde el exterior.

Ambos métodos se utilizaron. Mediante el cultivo de raíces en invierno, como el nabo y la remolacha, y de alfalfa y otros pastos, el viejo método de tres hojas mediante el que un tercio de la tierra se dejaba sin cultivar cada año, dio paso al sistema de rotación de cuatro hojas. Así se utilizaba la tierra todo el año y se obtenía alimentación para el ganado durante todo el invierno. A su vez, el aumento de la ganadería facilitaba mayor cantidad de carne y de leche para la alimentación humana y al mismo tiempo ofrecía mayores facilidades para el trabajo de la tierra. Por otra parte, la utilización de medios de transporte más baratos y más rápidos, hizo posible que los grandes productores de granos, como los Estados Unidos, Canadá y más tarde Australia, pudiesen actuar como depósitos de reserva para el siempre deficitario continente europeo.Naturalmente, el crecimiento de la población variaba mucho de un país a otro y de uno a otro continente. Gran Bretaña tenía una población de 18.500.000 habitantes en 1811, y dobló esta cifra a lo largo del siglo. Francia, al contrario que la mayor parte de los países del continente europeo, experimentó en el primer tercio del siglo XIX un crecimiento muy lento. En efecto, en 1800, Francia tenía cerca de 28.000.000 de habitantes, es decir, casi 7.000.000 más que Alemania en su conjunto. A mediados del siglo, la superioridad de su población sobre la de Alemania era solamente de 700.

000 habitantes. Se podrían dar muchas explicaciones al fenómeno, pero además de las guerras y de las campañas de principios de siglo, hay que tener en cuenta el descenso de la tasa de natalidad, que si en 1816 era del 33 por 1.000, en 1831 cayó al 30 por 1.000. También Italia y España crecieron menos rápidamente desde el punto de vista demográfico en los treinta primeros años del siglo, habiéndose señalado para el caso español como causas fundamentales las de las guerras con la Francia napoleónica y la crisis provocada por la independencia de sus colonias en América. Rusia dobló su población en la primera mitad del siglo, gracias a una tasa de natalidad importante, aunque también hay que señalar que conoció una mortalidad bastante fuerte durante esta época. Pero su crecimiento se debió sobre todo a la expansión que experimentó hacia el Este. Se ha señalado que la lentitud de Rusia en adoptar un sistema de agricultura más intensiva fue debido en gran parte a las posibilidades de colonización que ofrecían las tierras asiáticas de los bosques y de las estepas. Esta expansión sirvió para reforzar el poder de los zares y aumentar sus dominios, aunque se vieran obligados a defender unas difíciles y lejanas fronteras.Esta evolución demográfica de Europa tuvo unas importantes consecuencias. El considerable aumento de su población contribuyó a desestabilizar el orden político y social. Se buscaron continuamente nuevas formas y sistemas capaces de satisfacer las necesidades de unos nuevos tiempos para los que las viejas instituciones políticas y la antigua organización social ya no servían.

En el orden económico, la necesidad de crear y distribuir nuevas riquezas dio lugar a la aparición de un constante espíritu de innovación y de inversiones en la explotación de nuevas formas de producción que desembocaron en la llamada "revolución industrial". Con todo, el crecimiento económico no fue paralelo al crecimiento demográfico y ello dio lugar también a la aparición del fenómeno de la emigración de la población excedente.En Iberoamérica, a pesar del aumento demográfico durante este periodo, la inmensidad del territorio hacía que la densidad de población fuese muy escasa. En la Argentina, la población llegaba escasamente a los 700.000 habitantes en 1830, mientras que en Brasil, un país en el que la emigración era ya en esta época considerable, existía una población de 5.000.000 de habitantes a mediados de la centuria. Aunque en Argentina apenas existía problema racial, en el resto de los países de la América hispana la población estaba compuesta por indios, mestizos, negros y descendientes de los españoles que habían colonizado aquellos territorios y que recibían el nombre de criollos.En África y en Asia, las cifras de población son mal conocidas en esta época. En el norte de África, Egipto, Libia, Argelia, Túnez y Marruecos no tenían a comienzos de siglo en su conjunto más allá de 10.000.000 de habitantes. En el África central se calcula una escasa población que no pasaba de los 100.000 habitantes, aunque sí se sabe que en esta época su población negra se hallaba en vías de recuperación después de las extraordinarias sangrías que había supuesto la trata de esclavos durante los siglos XVII y XVIII.

Por otra parte, en África el régimen demográfico se hallaba perturbado por una escasa natalidad, por una extraordinaria incidencia de las endemias como la malaria o la enfermedad del sueño, y por una mortandad infantil muy elevada. En el sur del continente, la colonia del Cabo, Natal, el Transvaal y Rodesia comenzaban a conocer un cierto crecimiento a causa de la emigración de europeos, esencialmente de británicos y, a partir de mediados del siglo, de indios. De todas formas, todos ellos seguían formando una minoría de 500.000 personas, frente a los 2.000.000 de negros, fundamentalmente bantús.En lo que respecta al continente asiático, salvo en el caso del Japón, las estimaciones de cifras poblacionales son poco seguras. La China parece que dobló su población entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX. La prosperidad que alcanzó el país durante la dinastía Manchú favoreció la expansión demográfica y aunque se dictaron medidas prohibiendo la expatriación, la presión demográfica se hizo tan fuerte alrededor de 1800, que esas medidas dejaron de cumplirse. Los chinos se extendieron por todos los territorios del sudeste de Asia, donde crearon verdaderas colonias, pasando a partir de mediados de siglo a otros territorios de Oceanía y América.Frente al rápido crecimiento de la población china, el Japón conoció un estancamiento demográfico entre 1750 y 1850, pasando sólo de 26 a 27.000.000 de habitantes. Habría que esperar a la entrada del Japón en la era moderna con la dinastía Meiji para presenciar un crecimiento rápido de su población.

En la India, la situación demográfica evolucionó de una manera parecida a como lo hizo en China durante el mismo periodo de tiempo. La tasa de natalidad en aquel país era extraordinariamente elevada, sobrepasando el 50 por 1.000 hasta más allá de los años centrales del siglo XIX. Sin embargo, la mortandad también era muy elevada y podía alcanzar una tasa del 60 por 1.000 en épocas de crisis económica. El régimen de lluvias era lo que establecía la posibilidad de una buena o una mala cosecha, pero incluso en el caso de buena cosecha, una parte importante de la población pasaba hambre. De otra parte, las epidemias resultaban catastróficas también en el plano demográfico y las víctimas alcanzaban a veces el número de los 10.000.000. Se calcula que a comienzos del siglo XIX había en la India alrededor de 150.000.000 de habitantes y que a mediados de la centuria esta cifra se había elevado hasta los 175.000.000.En las Indias neerlandesas, y especialmente en la isla de Java, se experimentó un crecimiento poblacional considerable, de tal manera que su población pasó de 4.500.000 en 1816 a 12.000.000 a mediados de siglo. En cuanto a Siam y a Indochina las estimaciones que poseemos para esta época son poco fiables y hasta la introducción de una administración de tipo europeo hacia 1870, no habrá cifras seguras.En Australia, hasta 1821 sólo podían contarse los 150.000 prisioneros que fueron allí deportados, pero a partir de esa fecha en que se autorizó la emigración libre, se asentaron en aquellas tierras muchos ingleses y alemanes. En 1841 en Australia había sólo 220.000 habitantes y desde entonces la emigración aumentó de forma considerable. En Nueva Zelanda, donde la población autóctona maori se calculaba a principios de siglo en 250.000, los europeos no pasaban de 2.000. Pero mientras éstos fueron creciendo en número a partir de entonces, los maoris disminuyeron sensiblemente a causa de las epidemias y de las guerras que mantuvieron con los blancos.

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