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Desde finales del siglo XVII, los Habsburgo pretendían el intercambio de Baviera por los Países Bajos, pues de esta forma consolidarían su posición en el Imperio al dominar otro Electorado. En 1777 moría Maximiliano José de Baviera sin descendientes y, de acuerdo con los códigos medievales, el territorio se uniría de nuevo al Palatinado, con Carlos Teodoro al frente, también sin descendencia. José II reclamó sus derechos por estar casado con María Josefa de Bohemia y Baviera y rescató antiguas costumbres para avalar sus pretensiones, que eran de muy difícil comprobación. La habilidad de la diplomacia vienesa se manifestó en la presentación del problema de la sucesión bávara a Carlos Teodoro, pues, según José II, Federico II ambicionaba los ducados de Berg y Juliers y, para evitar mayores pérdidas, debía aceptar la tutela austriaca y la desmembración, a cambio de Baviera. En enero de 1778 firmaron el Tratado de Partición y los ejércitos imperiales tomaron posesión de manera inmediata para, después, buscar la aprobación internacional, donde Francia jugaba un papel crucial, pues era la única que frenaría las quejas de los afectados, sobre todo Prusia; no obstante, Vergennes declaró la neutralidad. Siempre impetuoso, José II ofreció territorios en Westfalia a Federico II si confirmaba el tratado de reparto bávaro. No podía esperar nada de la neutralidad francesa y de la influencia de María Antonieta en Versalles. Pero ante la sorpresa de todos, Prusia rechazó cualquier entendimiento con el argumento de la defensa del equilibrio de poder y de la Constitución imperial.

Detrás estaba el miedo al poder de los Habsburgo y a sus previsibles reclamaciones sobre Silesia y otros dominios en poder de los Hohenzollern. El cerco diplomático francés dio sus frutos y la mayoría de los Estados se centraron en sus cuestiones particulares, por ejemplo, Gran Bretaña en América y Rusia en el mar Negro. Así, Federico II sólo halló respaldo contra la desmembración en el elector de Sajonia y el duque de Zweibrücken, ambos con derechos sobre Baviera y el Palatinado, respectivamente. Con tales acusaciones, conminó a José II para la evacuación del Electorado, lo que supuso la inminente declaración de guerra. La primera campaña fue la invasión de Bohemia, aunque sin éxito para los prusianos. Por su parte, María Teresa, considerando demasiado peligrosas las acciones de José II, inició negociaciones secretas con Federico II, con la mediación de Francia y Rusia. Empeñado en sus proyectos bélicos, el emperador reclamó el apoyo francés según lo estipulado en el segundo Tratado de Versalles, pero recibió la negativa por respuesta y la calificación del acto de inconstitucional. Dado el aislamiento, aceptó el armisticio de enero de 1779, que concluyó en el Tratado de Teschen, en mayo de 1779, de difícil gestación por los complejos intereses abarcados. Se acordó la anulación de la renuncia de Carlos Teodoro, elector del Palatinado, una pequeña compensación fronteriza para Austria en la región de Inn, el reconocimiento a los Hohenzollern en la sucesión de los margraviatos franconios de Ansbach y Bayreuth, pertenecientes a una rama colateral casi extinguida, la recuperación de las prerrogativas hereditarias del duque de Zweibrücken y la indemnización económica al elector de Sajonia. El gran vencedor fue Federico II: confirmaba su poder de estadista al lograr la ampliación sucesoria a los margraviatos franconios y aparecía como el defensor del equilibrio europeo y de las libertades germánicas. Francia y Rusia garantizaron el nuevo orden fijado en Teschen y se convirtieron en los árbitros de los conflictos europeos.

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