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La potente Rusia no cesaba de hostigar a la Sublime Puerta y los logros de Kainardji le parecieron insuficientes. El privilegio de nombramiento de cónsules en los principados rumanos de Moldavia y Valaquia proporcionaron a Catalina la posibilidad de intrigar contra los intereses turcos, al tiempo que alentaba conspiraciones en Crimea, zona estratégica en el dominio del mar Negro y ambicionada secularmente por Rusia, y trabajaba para que su influencia sobre las comunidades cristianas de los Balcanes desembocara en la independencia bajo la tutela zarista. No cabía duda de que los planes rusos incluían al Imperio otomano, con graves problemas sociales, económicos y políticos, en sus proyectos de reparto. Pronto tuvo la oportunidad y el detonante fueron los conflictos surgidos en Crimea por la expulsión del kan por los tártaros, mientras el sultán argumentaba que iba a la guerra por la unidad del Islam. La intervención de Austria rompió el tejido diplomático ruso y tuvo que iniciar conversaciones, con la mediación de Francia, que cristalizaron en el Tratado de Ainalikawak, donde los beligerantes declararon la neutralidad en los problemas de Crimea y los turcos permitían la entrada por los estrechos a los barcos mercantes rusos. Las negociaciones diplomáticas en 1780, entre José II y Catalina II, concluyeron en una alianza defensiva general en caso de ataque turco al año siguiente. De forma consciente, ignoraron a los pacifistas franceses y sólo informaron a Vergennes cuando todo había terminado.

En respuesta, Versalles se negó a ratificar la alianza, pero no tuvo ninguna consecuencia porque era una reacción esperada. Oriente formaba parte de los planes rusos de colonización y repoblación de las tierras entre el Volga, Don y Dnieper. Catalina II ignoró el Tratado de Ainalikawak y, después de la caída del kan protegido por Rusia en Crimea, en septiembre de 1782 informó a José II de un proyecto de reparto y de su pretensión de reconstruir el Imperio griego, inspirada por Potemkin. Consistía en la creación de un Estado independiente con los principados rumanos y la Besarabia, al que llamaría el reino de Dada, entregado a su nieto el gran duque Constantino. Austria recibiría anhelados territorios fronterizos: Serbia, Dalmacia, Bosnia, Herzegovina, Albania y parte de Grecia. Rusia, en cambio, conseguiría Crimea, Kuban y una parte del litoral oriental del mar Negro. Todo ello sería posible con la conquista de Estambul por ambas potencias. Ningún Estado se oponía a la división de la Sublime Puerta, salvo Francia, liberada ahora del conflicto norteamericano. Vergennes presionó a José II con la formación de una coalición antiaustríaca, envió embajadores a Turquía para que se concediesen ventajas jurídicas y económicas a Catalina II y rechazó la participación en el reparto, ya que los coaligados le prometieron Egipto. Una vez tomada Crimea por los rusos, debido a la diplomacia francesa, José II se retiró de la guerra porque estaba supeditado a las directrices de la zarina y temía el desequilibrio de poder en el Este, que tarde o temprano se volvería en su contra. Catalina II, aislada y sin dinero, aceptó la mediación versallesca y firmó el Tratado de Estambul, en enero de 1784, donde los turcos reconocían su debilidad y el kan de Crimea pasaba a considerarse su vasallo; pero el proyecto griego fracasó por falta de respaldo internacional porque la diplomacia se había impuesto a las ambiciones particulares.

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