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Desarrollo


La república Serenísima, prototipo de ciudad-Estado, comprendía la provincia del Véneto, una parte de Istria, casi toda Dalmacia y las islas Jónicas; gobernada por un sistema oligárquico-ciudadano cuyos miembros estaban inscritos en el Libro de oro de la ciudad, seguía estando viva a comienzos de la centuria gracias a su activo comercio, aunque sus iniciativas expansionistas quedarán abandonadas en 1718 con la pérdida de Morea y conservando únicamente sus enclaves en la costa yugoslava, donde ebullía ya un cierto nacionalismo antiveneciano. El período que nos ocupa está marcado por la estabilidad, y por un cierto retroceso en el comercio mediterráneo, en parte por la concentración de la propiedad agraria, la vigencia de una agricultura tradicional y la decadencia de la clase dirigente. En efecto, la estabilidad política proviene de la constancia de los ingresos comerciales, dándose muchas exportaciones de cerámicas, objetos de vidrio y obras de arte, llegando a declararse la ciudad puerto franco en 1735; en parte también de una clase política conservadora, anclada en las instituciones tradicionales y dominada por la aristocracia (Gran Consejo de Nobles, Senado y Señoría) opuestos a cualquier conato de reforma, y por último, se debe también a una política de neutralidad en la escena internacional. No obstante, en la segunda mitad de la centuria algo cambió en el panorama político culminando una intensa legislación reformadora, gracias al pensamiento ilustrado, que impulsaría notablemente el desarrollo económico: abolición de los derechos de pastos concedidos a los propietarios ganaderos en determinadas zonas de la llanura véneta, puesta en cultivo de tierras baldías, coto al aumento de las propiedades eclesiásticas, mejora del sistema hacendístico y una redistribución de los impuestos, desarrollo de ciertas industrias (talleres de lino, algodón y lana) y supresión de aduanas internas.

Estas transformaciones, aunque no fueron acompañadas de cambios en el terreno institucional, permitieron la aparición de una nueva burguesía en ciudades secundarias y centros rurales, ligada al comercio local, pequeñas industrias o el ejercicio de profesiones liberales. A pesar de sus intentos de neutralidad, la intención austríaca de implantarse en el Mediterráneo hizo que Viena ofreciera en 1747 a la república una permuta de territorios que hubiese supuesto la libre comunicación entre la Lombardía habsburguesa con el Trentino, principado arzobispal, feudatario del Imperio. Dicha negociación no dio ningún fruto y años más tarde, en 1782, cuando el emperador José II negociaba una alianza con Rusia, planteó a Catalina la anexión de Istria y Dalmacia a Austria, aunque tampoco ahora se conseguiría este objetivo.

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