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La muerte de Felipe V en julio de 1746 facilitó el acceso al trono de su hijo Fernando. Con él suben al poder dos personajes, Carvajal, como secretario de Estado, y el marqués de la Ensenada, como titular de Hacienda, Guerra, Marina e Indias, que diseñarán una política de equilibrio debido a la contraposición o complementariedad de sus puntos de vista, encauzando la política exterior bajo nuevos presupuestos y volcándose en la reconstrucción nacional. En 1753 se firma un nuevo concordato con el Papado precedido de trece años de negociaciones arduas y complicadas. La buena disposición de las partes negociadoras permite unos acuerdos estables y duraderos, que se mantendrán en vigor casi un siglo, y aunque Benedicto XIV se opuso al reconocimiento del patronato universal -reivindicación clave del regalismo español- ratificó el ya existente sobre la Iglesia de Granada e Indias y amplió el derecho sobre muchos otros cargos y nombramientos. A nivel interno, Ensenada perseguía, ante todo, la regeneración del país para lograr la prosperidad general. En este sentido su preocupación por la economía era doble: impulsar la producción en todos los sectores productivos y reformar el erario. Los estímulos a la agricultura fueron constantes, acompañados de una amplia política de obras públicas para lograr una mejora en la red de carreteras y comunicaciones; también se impulsan las transacciones comerciales, sobre todo a ultramar, por lo que se realizaron obras de infraestructura en los principales puertos peninsulares.

En octubre de 1749 se emitió una Nueva Ordenanza de Intendentes donde se consolida esta figura administrativa, diseñada en 1717, ahora con mayores atribuciones en materia económica para fomentar la economía rural y el comercio interior. La política hacendística retoma la idea de acabar con la multitud de impuestos existentes, que descansaba en las rentas provinciales, rentas generales, rentas estancas y rentas señoriales, para imponer la única contribución, basada en la riqueza y en la universalidad; todos los súbditos deberían contribuir en el futuro, en proporción a sus rentas, como quedó establecido en el Decreto de única Contribución de octubre de 1749, donde también se proponía la realización de un catastro de la propiedad rústica y urbana. Al mismo tiempo, había que sanear el Tesoro y aumentar los ingresos, lo que exigía agilizar y mejorar el sistema de recaudación, fuera de corruptelas y así hacerlo menos gravoso al contribuyente. El Real Decreto de 1749 puso de nuevo en manos del Estado la recaudación y posterior administración de las rentas provinciales. Esta centralización fue reforzada mediante la creación en 1751 del Giro Real, para canalizar a través de la Real Hacienda el pago de las transacciones comerciales realizadas en el extranjero, y así controlar los capitales que salieran del país. La preocupación por lograr una Marina potente fue también significativa en su mandato; encargó la construcción de barcos a los astilleros existentes en el, país, creando nuevos centros y mejorando la dotación de los puertos; así sentó las bases de una flota mercante que multiplicaría los intercambios con América, al tiempo que disponía de una Armada poderosa. Tras la muerte de Carvajal y la caída de Ensenada, el nuevo hombre fuerte del Gobierno será R. Wall al frente de la Secretaria de Estado. La búsqueda de la entente con Inglaterra y la política continuadora en el interior será lo característico de estos años, hasta la muerte del monarca, en agosto de 1759, aunque es significativo el abandono de determinadas empresas como la del Catastro, que no llegó a terminarse nunca.

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