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Datos principales


Rango

Euro-mun 1700

Desarrollo


¿Cómo ha llegado Gran Bretaña a esa privilegiada situación? Sin duda, la Gran Revolución es el punto de arranque. El 5 de noviembre de 1688, llamado por los nobles, el ejército y el clero anglicano, desembarca en Tor Bay (Inglaterra) bajo el lema "Pro religione protestante, pro libero Parlamento", Guillermo de Orange, Estatúder de Holanda, que era sobrino del rey Jacobo II Estuardo y estaba casado con su hija mayor, María. Y da comienzo a una nueva etapa de la historia de Europa por cuanto que los reinados de María (1689-1695) y Guillermo (1689-1702), y de Ana (1702-1714) (también hija del destronado Jacobo Estuardo), van a dar a la Monarquía inglesa una fisonomía que han de conservar en los siglos siguientes, y en ellos se crean las bases doctrinales, los principios del pactismo británico y la mayoría de sus instituciones políticas. Guillermo de Orange, que en su calidad de Estatúder de Holanda, representaba al autoritarismo frente a lo que él creía debilidad burguesa, en Inglaterra, paradójicamente, se convirtió en el campeón del parlamentarismo y del equilibrio político. Y en otro orden de cosas, en el plano internacional, Guillermo III y su sucesora en el trono, Ana, se erigirán en los paladines de las dos coaliciones antiborbónicas que movilizaron a media Europa contra Luis XIV: la alianza de la Liga de Augsburgo (1688-1697) y la alianza de La Haya (1701-1713).

¿Cuál es el significado de la gloriosa Revolución de 1688 y de las leyes que van completando la estructura político-administrativa de Gran Bretaña en estos primeros años del siglo XVIII? Tras las violencias y traumas vividos por los ingleses durante el siglo XVII, "1688 fue una fecha capital para la historia de Inglaterra y para la historia universal, puesto que firma el establecimiento de un verdadero contrato concluido entre un pueblo y un soberano (...) una Monarquía contractual". La base doctrinal de esa Monarquía pactada seguía los postulados de Locke: contrapesos a la autoridad, equilibrio de poderes. "En realidad, el rey trabaja de acuerdo con la burguesía y el departamento más importante es el Tesoro, en relación constante con la banca de Inglaterra (..). Sobre la alianza de la Monarquía y del capitalismo se fundará el siglo XVIII inglés" (F. Mauro). Así, uno de los principios de la Revolución establece que las subvenciones económicas se concederán sólo por un año, lo que obliga a la Corona a recabar anualmente esas subvenciones. Por su parte, en 1694 se funda, con capital privado y con el fin de hacer frente a los gastos de la guerra contra Francia, una institución financiera que acabaría siendo el Banco de Inglaterra (The Company of the Bank of England), y también ese año se votan dos leyes trascendentales: la abolición de la censura -con lo que la prensa se convierte en un vehículo de las ideas políticas y de portavoz de la opinión pública- y la Ley de Trianualidad (Triennal Act) que determina la necesidad de celebrar elecciones para cubrir los puestos de la Cámara de los Comunes cada tres años, asegurándose así la movilidad de sus miembros e impidiendo al rey que se sirva de unos parlamentarios a los que el transcurso del tiempo en sus escaños pudiera volver demasiado sumisos.

"El rey reina pero no gobierna". El rey representa los intereses históricos colectivos, el pasado y el futuro, es el símbolo hacia el exterior, el equilibrio de poderes; pero la intervención concreta del monarca, la actuación directa sobre la cosa pública, está proscrita por la Ley. En esos años iniciales del moderno parlamentarismo británico nacen, también, las dos grandes corrientes de la historia política inglesa. Los torys, representantes de la aristocracia rural, los grandes señores, el clero anglicano, son partidarios de reforzar la prerrogativa real. Incluso son reticentes hacia muchos de los postulados de la triunfante Revolución. Frente a ellos, los whigs, partido compuesto por habitantes de las ciudades y pequeños propietarios rurales, son defensores de los derechos del Parlamento y acérrimos enemigos del autoritarismo monárquico, y aparecen como auténticos triunfadores en 1688 y en 1714 al asentarse la dinastía de Hannover y apartar definitivamente a los Estuardos católicos de la Corona británica. Otras dos decisiones trascendentales para el futuro de los británicos serán tomadas en los primeros años del siglo XVIII: en 1701 se promulga la Ley de Establecimiento y en 1707 la Ley de Unión. Ante la enfermedad de Guillermo III y la muerte del último hijo de Ana (su cuñada y sucesora en el trono), los parlamentarios whigs, en un clima ferozmente antipapista, temían que otro Estuardo católico accediese al trono por lo que aprobaron en 1701 una ley que regulaba la sucesión (Act of Settlement) que proscribía para siempre a los católicos; en caso de morir sin herederos Guillermo o Ana, los derechos a la Corona británica recaerían en una nieta protestante de Jacobo I, Sofía, casada con el elector de Hannover, o en sus descendientes, que habrían de ser, por supuesto, anglicanos.

Así fue como, en 1714, accedió al trono de Londres la dinastía de Hannover, en la persona de Jorge I (hijo de Sofía). La otra gran decisión política se fecha en la primavera de 1707, cuando los parlamentarios escoceses admiten el Acta de Unión por la que se constituye el Reino Unido de la Gran Bretaña; esta unión política significa, además, que los escoceses y los ingleses tendrán un mismo Parlamento, en Londres, aunque Escocia continuará en posesión de su religión -gran mayoritariamente presbiterianos- y sus leyes. Por contra, los comerciantes escoceses consiguen que sean suprimidas las aduanas interiores, caminando los británicos hacia un mercado nacional en claro proceso de expansión. Este Reino Unido estará en condiciones de hacer más patente su ya iniciado dominio de las rutas marítimas y de iniciar una sutil pero eficaz forma de hegemonía en el Continente europeo, sobre todo desde 1713-1714. Con la dinastía hannoveriana Jorge I, Jorge II y Jorge III- se pasará de la Inglaterra rural, inquieta y enfrascada en luchas internas del siglo XVII, a la Gran Bretaña que definiera, despectiva, pero atinadamente, Napoleón como un "país de tenderos". Pero de tenderos del mundo. Si cuando se iniciaba el siglo -de hecho el XVII concluye históricamente en 1714- y el primero de los Jorges se sentaba en el trono de la Corte de San Jaime, el valor del comercio alcanzaba los 14 millones de libras y las naves mercantes con base en Londres ascendían a 3.

500 (con un arqueo de 260.000 toneladas), en la última década del siglo se superaban los 40 millones de libras y los barcos de carga eran más de 16.500 (con 2.780.000 toneladas). Y es que la importancia que tenía para el dominio de Europa el problema colonial y, por tanto, naval- en los albores del siglo XVIII fue visto por sus contemporáneos con claridad meridiana. Así, Daniel Defoe (1660-1731), ferviente partidario de Guillermo III, y genial autor de "Las aventuras de Robinson Crusoe", desde su dilatada experiencia como periodista político, armador, comerciante y agente de varios gobiernos británicos durante más de cuarenta años decisivos de la historia de Inglaterra (1680-1720), escribía que: "...ser dueños del poder marítimo representaba serlo de todo el poder y de todo el comercio en Europa..." (en su Plan of the English Commerce). Por su parte, Voltaire escribió que "el comercio que ha enriquecido a los ciudadanos ingleses, ha contribuido a hacerles libres y esta libertad, a su vez, ha extendido el comercio; esta es la base de la grandeza del Estado". Como vemos, palabras tales como mar, libertad, comercio, poder, adquieren un enorme significado en esta naciente potencia colonial que tiene, en Utrecht, el punto de arranque. Durante la Guerra de Sucesión a la Corona de España "va afirmándose cada vez más netamente la existencia de una política exterior británica que, llegada a un nivel de poder internacional que hasta entonces no había alcanzado nunca, aspira, no ya a ser mero partenaire en una coalición destinada a impedir la hegemonía de la mayor potencia continental, sino a ordenar el Continente, de acuerdo con su propia iniciativa y su propia inspiración, sobre unos principios que dejen garantizado, de manera estable, el equilibrio europeo" (Jover-Hernández Sandoica).

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