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Durante el siglo XVI, a raíz del descubrimiento y la explotación del Nuevo Mundo, un grupo de teólogos y juristas de la universidad de Salamanca, sin rehuir los problemas jurídicos y morales derivados de la relación colonial, se vieron en la necesidad de analizar e interpretar los nuevos acontecimientos económicos y sus efectos sobre la economía interna. Preocupados por la legitimidad moral de la ganancia en los intercambios mercantiles y en las operaciones bancarias, por la inflación provocada en el país como consecuencia de aquella empresa, por la legitimación moral y social de la avaricia y por la extensión de la usura, por los conflictos entre los intereses de los hombres de negocios y la doctrina de la Iglesia, elaboraron teorías económicas que, sin constituir un cuerpo doctrinal, tuvieron una enorme utilidad para afrontar problemas básicos e inéditos. Entre sus logros se hallan la exposición de una teoría subjetiva del valor, la aceptación de la ley de la oferta y de la demanda como determinantes de los precios en condiciones de competencia perfecta, el establecimiento del valor del dinero en función, no sólo de su abundancia o escasez, sino de su capacidad de compra, la formulación de la teoría cuantitativista del dinero, es decir, el establecimiento (inédito hasta esas fechas) de una relación mecánica entre la abundancia de moneda y el aumento de los precios y, por influencia de esa teoría, la del intercambio de divisas. Se atribuye la formación de la Escuela de Salamanca a tres profesores: Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Martín de Azpilcueta.

Vitoria nació en 1492 y, adolescente aún, ingresó en los dominicos. En 1506 se trasladó a la universidad parisina de la Sorbona, donde estudió y enseñó hasta 1522. A su vuelta a España fue durante tres cursos profesor en Valladolid y después permaneció en Salamanca, como catedrático de teología, hasta su muerte en 1546. En sus aulas intentó conciliar el tomismo aprendido en París con los problemas jurídicos, éticos y económicos de su tiempo, aunque no se le conoce obra escrita. Su influencia, sin embargo, fue excepcional entre los pensadores de su generación y de las posteriores. Precisamente, Domingo de Soto (1495-1570) asistió a sus clases en la Sorbona. De París regresó a la universidad de Alcalá, en 1520, como profesor de metafísica. Pocos años después ingresó en los dominicos y ocupó una cátedra de teología en Salamanca (1532), donde escribió el tratado "De iustitia et iure", en cuyas páginas se examinan fundamentalmente los problemas económicos relacionados con el comercio. Sustituyó a Vitoria en el Concilio de Trento por expreso deseo de Carlos V, de quien sería confesor (1548), aunque por poco tiempo, pues volvió a su cátedra, que desempeñó hasta su muerte. El tercer miembro iniciador de la Escuela fue Martín de Azpilcueta (1493-1586). Navarro de nacimiento, estudió teología en Alcalá, Toulouse y Cahors, y a su regreso ocupó una cátedra de Derecho canónico y civil en Salamanca. Sus innovaciones pedagógicas le otorgaron enorme prestigio como canonista, por lo cual Carlos V le envió a la universidad de Coimbra donde enseñó hasta su retiro.

Su mejor aportación al pensamiento económico es la de haber sido el primero en formular clara y rigurosamente el cuantitativismo monetario, doce años antes que lo hiciera el francés Jean Bodin. En efecto, en su obra "Manual de confesores y penitentes" (1556) y en sus apéndices ("Comentario resolutorio de usuras" y "Comentario resolutorio de cambios") critica la tesis aristotélica sobre la esterilidad del dinero, trata de conciliar las exigencias de la moral tradicional con las prácticas mercantiles de su época y establece categóricamente que la disparidad del poder adquisitivo del dinero en los distintos países obedece a la abundancia o escasez que hubiera en ellos de metales preciosos. Otros muchos autores, contemporáneos de los citados, profesores de teología moral, escritores de manuales para comerciantes, podrían considerarse como integrantes de la Escuela de Salamanca (Villalón, Saravia, Covarrubias, Mercado, Salas, etc.), pero en realidad se trata de continuadores y deudores (algunos como discípulos) del pensamiento de los tres primeros. Desde posiciones escolásticas todos los autores referidos afrontaron teóricamente las mismas cuestiones y ofrecieron respuestas diversas aunque no contradictorias.

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