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Japón

Desarrollo


Desde mediados del siglo XIV, el poder del Hijo del Sol, el emperador o mikado, residente en Kyoto, se vio oscurecido por el del shogún o mayordomo de palacio, cargo ocupado por la dinastía Ashikaga. El shogún controlaba el territorio a través de gobernadores militares (shugo) e intendentes militares de la tierra (jito), nombrados por él en cada una de las 66 provincias. Paralela a esta organización militar, existía la división del país en "shoen", feudos en los que su propietario tenía a su vez derechos fiscales y administrativos. Pero a mediados del siglo XV diversas circunstancias fueron mermando el poder central del shogún y propiciando una atomización entre múltiples familias feudales. La guerra de Onin (1467-1568) enfrentará a los shugo, que se habían ido haciendo independientes de hecho, en dos facciones por la consecución del poder shogunal: el resultado fue la pérdida casi total de su poder. Es el período denominado "Sengoku", de Estados beligerantes, que durará hasta la llegada al poder de Oda Nobunaga en 1568. En este proceso militar, los "shugo" fueron sustituidos por los "daimyos", jefes de clanes, apoyados en sus criados o vasallos, los "samuráis". Los "daimyos" fueron acaparando toda la autoridad en los propios territorios, reemplazando a los propietarios de los shoen. Esta descomposición del poder central en múltiples poderes señoriales se ha relacionado con el régimen político y social imperante en la Europa medieval, y por tanto se ha denominado así mismo a este período como el del feudalismo japonés, con todas las reservas impuestas por las diferencias existentes entre culturas y tradiciones tan distantes.

A la semejanza se sumaba el poder creciente de la Iglesia japonesa, con monasterios budistas propietarios de extensos territorios y amplios poderes señoriales. Las guerras intestinas provocaron importantes cambios en el paisaje político japonés de comienzos del siglo XVI. Los daimyos se fueron haciendo con el poder de hecho, sin más base de legitimidad que la extensión que cada uno pudiese defender, bien atrincherados en castillos y murallas. Los daimyos fueron concentrando, no sólo la propiedad del terreno que conquistaban, sino todo tipo de autoridad. En cada feudo se dictaban las "leyes de la casa", que fijaban los derechos y obligaciones entre los señores feudales y los vasallos, a quienes se les cobraban impuestos a cambio de la defensa y administración del territorio. El daimyo también regulaba los mercados, el transporte, los pesos y medidas, y determinaba leyes penales y sucesorias. Durante el "Sengoku" se produjo, por una parte, el fraccionamiento de los feudos en unidades a veces mínimas, pero por otra también provocó la concentración paulatina de señoríos y la formación de algunos especialmente importantes, unos 30 en total. La aparición de las armas de fuego de precisión, los arcabuces y cañones, importados por los portugueses, cambiaron los sistemas de defensa y los encarecieron, al verse obligados los daimyos no sólo a comprar las armas, sino a levantar fortalezas más sólidas. Así, los más débiles o pobres sucumbieron.

A mediados del siglo XVI el camino hacia una nueva centralización política se realizó a través de tres hombres de una personalidad extraordinaria, que aprovecharon el estado de desorganización existente para ir sometiendo a los restantes daimios a un único poder central. Oda Nobunaga (1534-1582), miembro de una pequeña familia feudal de Owari, fue acrecentando sus posesiones a costa de sus vecinos hasta tener la posibilidad de ver cumplidas sus esperanzas de llegar a shogún. Favorecido por una excelente posición geográfica central, que dividía a sus rivales, y por la ayuda del emperador, que esperaba debilitar o incluso derribar a los Ashikaga, consiguió en 1568 apoderarse de la ciudad de Kyoto y proclamarse protector del emperador. De momento, aceptó al último Ashikaga como shogún, con el compromiso de que actuaría a su dictado. Sin embargo, el mikado no pudo aprovecharse de la situación y siguió detentando exclusivamente un poder nominal. Inmediatamente Nobunaga emprendió la tarea de controlar el territorio, dirigiéndose en primer lugar contra el poder budista, dueño de inmensas propiedades. De 1571 a 1573 incendió y destruyó templos y monasterios, mató y expulsó a millares de monjes y se apoderó de sus propiedades. Una vez fuerte, derrocó al último Ashikaga y se proclamó jefe temporal del Imperio o "dainagon". A continuación emprendió la reorganización del territorio conquistado, se reservó las tierras mejores y más estratégicamente situadas, cedió a sus daimios vasallos las restantes y se construyó el castillo de Azuchi, enorme fortaleza desde la que controlaba el conjunto.

Los daimyos que aceptaban su liderazgo eran situados a su servicio y recompensados por sus esfuerzos militares. Este tipo de organización, que apenas le dio tiempo a esbozar, fue la base sobre la que se asentará todo el edificio institucional del Japón unificado. A pesar de tener que hacer frente a diversos levantamientos de daimyos en los años siguientes, cuando murió en 1582 había conseguido imponer una auténtica política nacional en la tercera parte del país bajo la autoridad real del shogún. Los últimos años de su vida los pasó Nobunaga intentando acrecentar el territorio centralizado a costa de los feudos de grandes daimyos. Cuando en 1582 Nobunaga y su hijo fueron asesinados, el peligro de descomposición territorial amenazaba con dejar la acción de Nobunaga en mera aventura ocasional. Pero el general Toyotomi Hideyoshi (1582-1598) estaba presto a continuar la labor de su antiguo señor. Aprovechando la potencia de su ejército impuso una dictadura militar. Este origen, por otro lado, lo identificó con las aspiraciones populares contra el enemigo común, los señores feudales. Su gobierno consiguió extender en los años ochenta la unidad japonesa a las islas que habían conseguido mantener su independencia y completar la unificación militar del Japón, habiéndole jurado vasallaje todos los daimyos. Sobre esa base realizó una gran labor de reconstrucción y centralización administrativa. No atreviéndose a aspirar al título de shogún por sus humildes orígenes, se autotituló regente imperial en 1585, para dar visos de legitimidad a su poder, adoptando en 1586 el nombre de gran ministro de Estado.

Arropado por esos títulos se arrogó todos los poderes políticos y militares: acuñó moneda, dirigió la política exterior y promulgó una legislación válida para todo el país. Las provincias más cercanas a la capital fueron gestionadas por daimyos fieles, y el resto por aquellos que habían aceptado la autoridad de Hideyoshi con más desgana. En los territorios de su propiedad repartió las funciones administrativas y militares entre sus vasallos. La política de Hideyoshi no se detuvo en el interior, sino que continuó en el exterior, movido por las posibilidades comerciales. La frustración de las relaciones diplomáticas con China le decidió a su conquista. El primer paso de la expansión por el continente fue la fallida invasión de Corea (1592-1598).

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