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India

Desarrollo


El reinado de Akbar no se limitó a la ampliación territorial, sino que su gran aportación fue la organización de una fuerte y centralizada administración que fuese capaz de asumir las nuevas anexiones. Aunque muchas de sus reformas hubieran sido anticipadas por sus inmediatos antepasados, suyo fue el mérito de haber establecido los cambios necesarios para convertir una dictadura militar en un Estado administrado por un extenso servicio civil. La nueva administración dividió al territorio en trece provincias, a la cabeza de cada una de las cuales había un gobernador o "mansarbdar", con poderes políticos, fiscales y militares. A su vez se dividían en distritos y éstos en subdistritos, con su correspondiente personal militar y fiscal. Estos funcionarios locales representaban a la autoridad imperial y, en lo posible, la imitaban en fasto y lujo, pagados con el dinero público, que cobraban directamente o arrendando su recaudación. El sistema piramidal estaba presidido por el Gobierno central, o diván, responsable de las finanzas; el "mir saman" para fábricas, almacenes, transportes y comercio, y el "sadr" y el qazi, departamentos para las cuestiones religiosas y la ley. Esta organización del territorio estaba en relación con la del ejército, nutrido por los jinetes puestos a su disposición por los jefes administrativos y militares de cada zona. Además existía un ejército permanente de caballería, preparado para cualquier contingencia inmediata.

El "mir bakhshi" era el departamento centralizado del que dependían todos los asuntos militares. Los antiguos o nuevos señores feudales, "zamindars", seguían manteniendo amplios territorios, donde ejercían todos los poderes, aunque podían ser despojados de sus feudos por voluntad del emperador, que de hecho mantenía a los herederos en su lugar. Pero la facultad de aquél de apoderarse de las propiedades de los nobles a la muerte de éstos, desanimaba la inversión o la acumulación de capital y fomentaba el gasto y el despilfarro en productos de lujo. La necesidad de aumentar los ingresos del tesoro imperial para mantener los crecientes gastos de la Administración y las campañas militares llevó a una serie de reformas en el terreno económico. El sistema tradicional mogol de recaudación de impuestos a los campesinos no los incitaba a la puesta en cultivo de nuevas tierras, cuyos rendimientos iban a provocar un mayor acoso del recaudador de impuestos. Una serie de medidas tales como la concesión de créditos, las rebajas fiscales en años de malas cosechas o el gradual pago en metálico permitió el aumento de las inversiones en nuevas roturaciones y de la producción total, a pesar de que la corrupción de los funcionarios limitase el alcance de las reformas. Otras medidas se encaminaron al fomento de los intercambios, como la mejora de la fabricación y comercialización de los tejidos, la rebaja de ciertos impuestos a los mercaderes, la estandarización en el sistema de pesos y medidas o la construcción de nuevas carreteras.

No faltaron reformas sociales en el reinado de Akbar, traducidas en los intentos de terminar con los matrimonios infantiles y de suprimir la práctica del "sati" o incineración de viudas hindúes junto a sus maridos, en el control de la prostitución y en la introducción de una educación más eficiente. Los temas religiosos ocuparon un amplio lugar en la política de Akbar, lo que no pudo ser menos teniendo en cuenta que sus súbditos practicaban diversas confesiones, enfrentadas entre sí y, en algún caso, con un fuerte componente integrista. Por lo demás, política y religión se hallaban indisolublemente unidas, estando por una parte el jefe temporal sometido al dictamen religioso y por otra teniendo que ser defensor de su propia fe. Tolerancia es la palabra clave que puede aplicarse a la política de Akbar en este campo. Pero esta tolerancia tiene dos explicaciones, absolutamente diferentes, aunque no incompatibles. Por una parte, comprendía que un gobierno estable necesitaba ser aceptado por fieles de diversas religiones, lo que le obligaba no sólo a permitirlas, sino a defenderlas. Así, siendo musulmán sunnita, abrió las puertas de su administración a los hindúes y suprimió la discriminación fiscal al terminar con el impuesto sobre las peregrinaciones hindúes y la jizya (1564). Habiendo desposado mujeres de diversas religiones, les permitió su práctica, e incluso asistió a sus ritos. En otros casos, la ruptura de la ortodoxia musulmana se debió a la necesidad de prescindir de ataduras en la práctica política.

Pero no hay que descartar las sinceras preocupaciones religiosas de Akbar, que era "el hijo de un padre sunnita y de una madre chiíta, nacido en la tierra del sufismo en casa de un hindú" y que había sido educado por sus maestros en la tolerancia religiosa. Su tendencia mística y el gusto por las especulaciones religiosas le llevaron al estudio de las religiones musulmana, hindú, jainita y cristiana, y a la celebración de coloquios mixtos en palacio. Con algunas personas de su entorno, adoptó el nuevo credo "Din-i-Ilahi", fe divina, intento de sincretismo entre todas las religiones que conocía, religión universal que buscaba la verdad común yacente en todas las creencias. En 1579 consiguió de los ulemas o teólogos musulmanes el decreto de infalibilidad o "Mazar", por el que se consideraba a Akbar árbitro en las polémicas sobre interpretación del Corán, siendo obligatorio el acatamiento de sus decisiones. Este decreto establecía la jefatura espiritual del emperador sobre la Iglesia musulmana y la eliminación de cualquier otro poder censor superior. La autonomía religiosa musulmana se completó con la supresión de los envíos de dinero a La Meca y Medina en el mismo año 1579 y la prohibición de la peregrinación anual a Ajmer en 1580. El establecimiento, en 1584, de una nueva cronología que se iniciaba con su propio ascenso al trono (la Era Divina) inició una paulatina divinización de Akbar, permitida por la ambigüedad al respecto de la nueva religión. La desviación respecto de la doctrina tradicional, el recorte de los privilegios de los líderes religiosos en favor de la autoridad imperial y la tolerancia hacia los hindúes provocaron el descontento y, en algún caso, la insurrección abierta de los sunnitas ortodoxos, que consideraban a Akbar apóstata y, por tanto, no legítimo soberano acreedor de obediencia.

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