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Datos principales


Rango

América 1550-1700

Desarrollo


Aunque en Hispanoamérica hubo esclavos indios (los Caribes), esta condición fue propia de los africanos. La ética entonces vigente dudó de la posibilidad de esclavizar a los indios, que fueron declarados libres, pero no a los africanos, situación que era considerada normal. Había esclavos negros en casi todas las ciudades costeras de España y hasta en la misma corte papal. Es más, la solución de importar negros en las Indias para aliviar el trabajo de los naturales fue sugerida por los mismos religiosos (dominicos) que luchaban en favor de los indios (el padre Las Casas incluido). Los negros fueron así emigrantes forzosos a América. Se les cazaba como animales o se les compraba en los mercados esclavistas africanos, transportándoles luego al Nuevo Mundo para ser vendidos como mercancía. El negocio esclavista es una de la mayores lacras de la civilización occidental y en la que están implicados por igual los países que vendieron y compraron dichos esclavos. Los primeros negros llegaron como compañeros de los conquistadores y procedían de la Península, donde había unos cien mil, principalmente en las zonas ribereñas del Mediterráneo. El tráfico empezó a operar a raíz de la transformación de la economía minera de La Española en agrícola, debido al cultivo de la caña. La primera licencia conocida fue otorgada a Lorenzo de Gorrevod, en 1518, para transportar 4.000 a Santo Domingo. Luego hubo otras a los Welzer, a la mujer de Diego Colón, etc.

Más tarde se compraron a los esclavistas portugueses e ingleses. Finalmente, los portugueses lograron regularizar este negocio a partir de 1595, obteniendo licencias. Desde 1595 y 1600 se llevaron a Hispanoamérica 25.338 esclavos. Durante los primeros 40 años del siglo XVII se mantuvo el asiento portugués, que introdujo otros 268.664. La independencia de Portugal hizo disminuir luego el negocio negrero, que cayó en manos de algunos asentistas de menor consideración. Entre 1663 y 1674 se introdujeron otros 18.917 esclavos. Naturalmente estos datos se refieren al tráfico legal, que algunos cifran en la mitad o un tercio del ilegal. En total, se supone que durante el siglo XVII entrarían en Hispanoamérica unos 400.000, que sumados a los 75.000 que Curtin da para el siglo XVI darían un total de casi medio millón para ambas centurias. Los puertos a los que llegaba mayor número eran Cartagena, Veracruz, Buenos Aires, seguidos por los de otras zonas del Caribe: Cuba, Margarita, Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela. Los esclavos procedían de diversos lugares de África (Guinea, Senegal y Congo sobre todo) y se les embarcaba en algunos puertos, reflejados en los gentilicios que se les daban (mandingas, congos, angolas, minas, etc.). Se llevaban en las bodegas de los buques negreros y en condiciones inhumanas, muriendo en la travesía el 23% de ellos. Los supervivientes eran vendidos en subasta y obligados a trabajar para sus amos en minas o plantaciones.

Se ha asegurado que en la aclimatación (vida en esclavitud y adaptación a la nueva dieta) moría otro 25%. Lo increíble es que este grupo sobreviviera a su circunstancia y se reprodujera (en algunos lugares fue realmente difícil), llegando a configurar los esclavos criollos, una tipología esencial en la nueva América. Los datos sobre población negra existente en Hispanoamérica son aún más discutibles que los del tráfico. Se calcula que hacia 1570 había unos 40.000, y que serían ya 735.000 a mediados del siglo XVII. Por esta época había ya muchos negros libres. Plantean un verdadero enigma, pues las posibilidades de salir de la condición de esclavo eran mínimas. Algunos lo lograban porque sus amos les entregaban la libertad cuando se veían a punto de morir, otros la compraban poco a poco, cultivando en su tiempo libre una pequeña parcela, que se les entregaba en la plantación, o robándole algo al amo cuando los arrendaba a otros españoles para algunos oficios. Los más, lograban la libertad huyendo al monte y convirtiéndose allí en cimarrones o negros alzados. Se asociaban entre sí y formaban los llamados Palenques o repúblicas independientes, donde vivían con sus propias autoridades y sus leyes peculiares. Desde los palenques asaltaban los caminos o haciendas próximas, constituyendo una verdadera pesadilla para las autoridades españolas de algunas gobernaciones (Cartagena, Panamá, Santa Marta), que enviaban periódicamente tropas contra ellos. Ante la imposibilidad de reducirles, terminaron por ofrecerles la libertad y tierras si accedían a radicarse en algún sitio, lo que hicieron en no pocos casos. La situación de estos libres en las ciudades era muy variable, y Le Riverend cita un caso de un libre habanero que tenía un corral de puercos, poseía un esclavo y tenía un indio asalariado.

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