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Poco después de la caída de la dinastía Yüan en China y de la expulsión de los mongoles del Celeste imperio, la nobleza turca también arrebató el poder a los mongoles en el khanato del Turquestán. Pero aquí un personaje turco-mongol, llamado Tamerlán, lograría en poco tiempo crear el llamado segundo Imperio mongol. Tamerlán (Timur Leng o Timur el Cojo) nació en 1336 en Transoxiana, cerca de Samarcanda, en el seno de una familia noble del clan mongol turco de los Barlas. Su sobrenombre de el Cojo le vino a raíz de que una ballesta atravesara su pierna. Las fuentes historiográficas timúridas lo han querido hacer descender de un compañero de Gengis-Khan, si bien era de origen turco. De extraordinarias dotes militares, pero sin ninguna clase de escrúpulos, sabe cómo ampliar rápidamente su poder aprovechando la desintegración del khanato de Yagathai y encauzando el espíritu de conquista de las tribus turcas, a las que había forzado ya antes a someterse a su poder como visir del khan de Yagathai. Tamerlán fue un ferviente musulmán que aglutinó en torno a su originario Turquestán un inmenso Imperio que tuvo como capital Samarcanda. Su política económica fue muy distinta de la tradicional de los mongoles, ya que interrumpió la habitual ruta comercial que iba desde Europa hasta China, a la vez que prohibió en sus dominios la acción de los misioneros cristianos, que hasta entonces habían sido respetados. Fue un conquistador nato en la línea destructora de los turco-mongoles, y su gran imperio se mantuvo únicamente por sus continuas guerras y por la ocupación militar.

Primero sometió Persia y parte de Asia Menor. De 1376 a 1378 luchó contra la Horda Blanca de Siberia occidental y en 1391-1395 contra la Horda Amarilla. En 1397 sometió Jorezm y en los años 1398-99 emprendió una campaña contra la India, destruyendo Delhi. En 1400 conquista Siria, un año después tomó Bagdad y en 1402 venció al ejército otomano del sultán Bayaceto en la batalla de Angora (Ankara). Su obsesión fue la conquista de China, preparando una gran campaña militar contra ella en 1404, pero apenas iniciada murió a los setenta y un años. La grandiosidad territorial del imperio de Tamerlán careció de la más mínima homogeneidad institucional y administrativa, le faltó la faceta de hombre de Estado que tuvo en cierta manera Gengis-Khan. Al vencer a los turcos otomanos su figura despertó gran admiración en Occidente, que le vio como un valedor de la Cristiandad frente al poderío más próximo y peligroso de los sultanes otomanos de Bursa. En este contexto admirativo hay que situar la embajada de Ruy González de Clavijo que en nombre de Enrique III de Castilla se presentó en su corte, y que nos ha dejado uno de los documentos más interesantes del último gran conquistador turco-mongol. Samarcanda, capital del imperio timúrida, se convirtió en una esplendorosa y rica metrópoli. Gracias a su posición se convirtió en el principal mercado y nudo caravanero de Asia, que Tamerlán embelleció con la construcción de la gran mezquita, que siguió el modelo de la mezquita de las Mil Columnas de Delhi; el mausoleo de Bibi Khnaum, su primera mujer; la calle funeraria de Shah Zinde, en la que están enterrados los miembros más destacados de su familia, y, finalmente, su propio mausoleo. Del rico y enorme palacio de Tamerlán en Samarcanda nada se ha conservado, a excepción de lo que nos han dejado los testimonios literarios y las miniaturas persas. Siguiendo la costumbre de los pueblos de la estepa, Tamerlán dividió sus conquistas entre sus hijos y nietos, aunque dejó a uno de ellos, Xahruj, la supremacía sobre los demás. Samarcanda continuó hasta principios del siglo XV como una gran capital comercial y artística, si bien políticamente, a la muerte de Xahruj, en 1447, el imperio timúrida se fraccionó hasta desaparecer, disperso entre los Estados rivales más próximos.

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