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Pontificado y cultur

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Esta obra de Marsilio de Padua, con la colaboración de Juan Jandún, concluida en 1324, puede ser considerada como la más acabada exposición del averroísmo político; libro de excepcional importancia, punto obligado de referencia de sus refutadores, es un radical ataque a la autoridad temporal del Pontificado y a su primacía, proporcionando un arsenal de argumentos en los que beberá el luteranismo, de quien es precursor en el ataque a numerosos objetivos de aquéllos, y debe ser considerado como punto de partida de la ruptura de la Cristiandad. Marsilio había nacido en Padua en los primeros años del ultimo cuarto del siglo XIII; estudiante en la universidad de su ciudad natal, marchó luego a París, siendo rector de esta universidad en 1312. Pronto debieron recaer sospechas respecto al contenido de sus enseñanzas porque en 1315 tuvo lugar una investigación al respecto. Unos años después, desde 1320 aproximadamente, en que comienza esta su obra más representativa, se confirma su ruptura con la Iglesia. Su colaborador y amigo Juan Jandún es otro maestro averroísta de la universidad parisina; en el conflicto entre fe y razón, del que Siger de Brabante se mostraba desinteresado, o decía inclinarse en último extremo hacia la fe, Jandún se muestra partidario de la razón y burlón respecto a la fe: aunque no niega las verdades de la fe, se muestra incapaz de demostrarlas racionalmente. Una irónica incredulidad penetra toda su producción filosófica.

Ambos forman parte del conjunto de pensadores, como Miguel de Cesena y Guillermo de Ockham, refugiado en 1327 en la Corte de Luis de Baviera, a cuyo servicio ponen las ideas contenidas en su obra; la aventura italiana del emperador permite a Marsilio el intento de poner en práctica las doctrinas contenidas en su libro. Fracasada la empresa volverá con el emperador a Munich, permaneciendo a su servicio hasta su muerte, anterior a abril de 1343. En la Corte bávara escribiría su "Tractatus de iurisdictione imperatoris in causis matrimonialibus", defendiendo tal prerrogativa imperial, una de las consecuencias de las doctrinas del "Defensor pacis", con el objetivo, en este caso, de justificar el matrimonio del príncipe Luis con Margarita Maultasch, ya casada con el futuro Carlos IV; la pretensión de Luis de Baviera de disolver este matrimonio produjo vacilaciones incluso entre los más firmes defensores de las prerrogativas imperiales, momento en que se inserta esta nueva obra de Marsilio. El "Defensor pacis" lleva al terreno político la separación entre fe y razón y entre el fin material y espiritual del hombre; ello se traduce en una estricta diferenciación entre el poder espiritual y el temporal: aquél atiende, con ayuda de la revelación, al fin eterno, y el poder temporal regula la vida de los hombres y asegura la paz, con el apoyo de los filósofos. La doctrina tradicional de la Iglesia, últimamente sintetizada por santo Tomás, admite una organización temporal de la Iglesia, para facilitar el cumplimiento de sus fines espirituales.

Precisamente en estos años los Pontífices se esfuerzan en la creación de los mecanismos administrativos y fiscales que hagan realidad esa teoría, lo que les vale las críticas de muchos sectores, la oposición de los poderes públicos y el enfrentamiento con los sectores espirituales del franciscanismo, partidarios de una Iglesia desposeída de toda propiedad y poder temporal: no es casual la convergencia de este sector con el autor del "Defensor pacis" en la Corte bávara. Marsilio se oponía tajantemente a la doctrina tomista; aunque no le importa la utopía de la pobreza absoluta, utiliza las críticas de estos sectores al Papado como un elemento más de debilitamiento. Lo esencial es la comunidad humana, cuyas necesidades materiales son satisfechas por los distintos órdenes de artesanos y funcionarios en que los hombres se agrupan. Para regular la vida de la comunidad ésta delega su poder en el príncipe que ostenta el poder ejecutivo y también el legislativo, pero sometido a la ley, vigilado por la comunidad que puede deponerle si se convierte en tirano. El sacerdocio cumple también en la sociedad una función, como viene cumpliéndola desde las sociedades paganas; en la cristiana debe enseñar el evangelio y, a través de las enseñanzas eternas y de la esperanza de justicia ultraterrena, instar al respeto de la moral privada y colaborar así en el mantenimiento del orden social. La Iglesia es una creación meramente humana, con una función definida; si interviene en el orden temporal se convierte en un elemento de perturbación.

Para garantizar la actuación del sacerdocio en sus justos límites e impedir la perturbación del orden, el príncipe debe seleccionar a los candidatos al sacerdocio, vigilar su actividad y, desde luego, disponer de los bienes eclesiásticos. Como en toda sociedad humana, en la Iglesia el poder reside en la comunidad; ahora bien, la Iglesia esta integrada por clérigos y laicos, luego el poder no reposa sólo en aquellos, sino en la totalidad, de la que es expresión el Concilio. Es radical en la negación de la potestad de los obispos, a quienes considera investidos de idénticos poderes sacerdotales que al resto de los presbíteros; la jerarquía no es de institución divina, sino creación humana para regular la vida común. Niega, en consecuencia, todo poder al Papa, cuya dignidad procede únicamente de ser obispo de la capital imperial; como todos los demás fieles, el Papa debe estar sometido al emperador, que es a quien corresponde la convocatoria y presidencia del Concilio. En el "Defensor pacis" la Iglesia queda reducida a cumplir una función dentro del Estado. Al ser la suya una misión únicamente espiritual, niega a la Iglesia la facultad de imponer penas temporales, así como las excomuniones y la doctrina de las indulgencias. Por el contrario, si los herejes se convierten en peligro para el orden social, corresponde al poder político, garante de ese orden, la persecución de los herejes. En algunos aspectos el pensamiento de Marsilio es oscuro o se ve obligado a salvar, con bastantes apuros, ciertas contradicciones.

Afirma la plena autonomía del poder temporal y considera la ley como resultado de la voluntad del pueblo, causa primera específica y eficiente de la ley, y, por tanto, sin referencia a la ley eterna o a la natural. Sin embargo, implícitamente, se refiere a ella al hablar de lo justo, como requisito indispensable para la validez de las decisiones colectivas y, en consecuencia, de la ley. Al residir el poder en la comunidad, las decisiones han de tomarse por acuerdo mayoritario. Aquí se produce un desfallecimiento argumental. No puede sostener que el hecho numérico de constituir mayoría significa estar en posesión de la verdad; en consecuencia, expone el concepto de "maior et sanior pars". La mayoría no garantiza la verdad: ésta puede ser sostenida por una mejor parte, aunque minoritaria. El criterio para determinar esa mejor parte sólo puede venir dado por la coincidencia de su postura con la moral sana; en caso de no coincidir con ella, una mayoría, por muy amplia que sea, pierde su legitimidad. Inevitablemente se abría la necesidad de admitir una ley natural, anterior al hombre, a cuyo orden han de ajustarse las decisiones colectivas para ser legítimas. Una cuestión que no alcanza respuesta en la obra de Marsilio es si se requiere, o no, un poder universal como legislador supremo. En su obra se considera que una variedad de poderes garantiza mejor el orden social y el bien común que el Estado universal, pero se plantea la dificultad de conciliar esa preferencia con la evidente conveniencia de un Imperio universal en el que las decisiones de un Concilio, universal también, tengan adecuada fuerza de ley.

Otra cuestión sin respuesta es si las múltiples Monarquías son totalmente soberanas, y ejercen por ello en su ámbito la función de supremo legislador, o deben reconocer un Imperio superior a ellas, y, en ese caso, qué tipo de normas deben regular esa relación. Otra cuestión de difícil explicación es la del gobierno de la Iglesia cuando el gobernante es infiel: el caso de la primitiva Iglesia, por ejemplo. La apurada respuesta es que el gobierno carismático de la Iglesia correspondió entonces, de modo excepcional, a los obispos. Mayores consecuencias y más difícil respuesta tiene el problema que plantea la existencia de súbditos que no forman parte de la comunidad de creyentes; cuando añadamos a ese problema no resuelto la convicción de que esos no creyentes son peligrosos para el orden social, se abrirá la posibilidad de las más variadas acciones del poder político para la extirpación de ese potencial peligro. El "Defensor pacis" ejerció una gran influencia. En primer lugar en la política de Luis de Baviera, a pesar de que los radicales postulados defendidos por Marsilio eran excesivamente revolucionarios para su aplicación; en los mismos círculos imperiales encontró oposición por el temor a las consecuencias que podían derivarse. Sin embargo, los argumentos de Marsilio ejercerán una gran influencia en todos los críticos contra el Papado, en quienes demandan medidas de reforma, en el debate conciliarista del siglo XV, y en muchos de los movimientos heterodoxos, casos de Wyclif y Hus, por ejemplo.

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