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Pontificado y cultur

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Transcurrió sin novedades la fecha límite dada a Benedicto XIII. En mayo se reunió en París una asamblea del clero francés, con representaciones castellana y navarra, para analizar la sustracción de obediencia a Benedicto XIII. No se puso en tela de juicio su legitimidad; se argumentó que era un Papa nocivo para la Iglesia por su malévola prolongación del Cisma. Se le acusó especialmente de imponer tasas abusivas y de usar en exceso de la colación de beneficios; esa era la verdad: no interesaba tanto la sustracción de obediencia como aprovechar la ocasión para restablecer las libertades de la Iglesia de Francia y quebrantar el nocivo poder del Pontificado. Era un ataque a la construcción de la Monarquía pontificia realizada por todos los Papas del periodo aviñonés. Los defensores del Pontífice, muchos, a pesar del ambiente enrarecido de la discusión, no tuvieron dificultades para demostrar que un Papa legítimo, y nadie dudaba que Benedicto XIII lo era, no podía ser desobedecido, ni aun por el bien de la Iglesia, que las tasas y colaciones eran plenamente legitimas y, en fin, que la pretendida reforma no era más que un revuelta contra la autoridad del Pontificado. Si el desarrollo de las sesiones fue anómalo, las votaciones fueron un modelo de irregularidad: los clérigos votaron individualmente, haciendo público ante los príncipes el contenido de su voto, que permanecía secreto para el resto de los asambleístas.

A pesar de tales presiones fue preciso manipular el sentido exacto de algunos votos, incluir otros irregulares y otros incluso varios días posteriores al cierre del escrutinio, para poder anunciar que de 300 votos, 247 habían sido favorables a la sustracción. Se falseaba una votación que, en realidad, ponía de relieve que una parte muy notable de la asamblea se había opuesto a la sustracción. Sólo 123 votos se pronunciaron por la sustracción inmediata. Francia hizo publica la sustracción el 27 de julio de 1398, sin hacer siquiera referencia a una posible restitución, como se había acordado expresamente, si Benedicto XIII aceptaba finalmente la cesión. Seis meses después, el 13 de diciembre de 1398, el clero castellano, reunido en Alcalá de Henares, hacía pública la sustracción de obediencia, y un mes después, el 14 de enero de 1399, lo hacía Navarra, aunque careció de efectos. Sólo seis cardenales permanecieron en la obediencia de Benedicto XIII que, a finales de septiembre de 1398, quedaba cercado en su palacio aviñonés, contra el que, en las semanas siguientes, se realizaron diversas tentativas de asalto. A finales de noviembre se acordó un armisticio que permitió una gran actividad diplomática durante los meses siguientes. Benedicto XIII resistió toda clase de presiones que sobre él se hicieron para forzarle a aceptar la cesión: expuso sus sólidos argumentos y negoció incansablemente en una lucha contra el tiempo, seguro de que su paso le favorecía.

No se equivocaba en el cálculo. A la repugnancia que la sustracción de obediencia causaba en muchas conciencias había que sumar el desengaño de quienes habían pensado que la nueva situación conocería un alivio de la fiscalidad pontificia; en realidad, las exigencias de las autoridades laicas dejaban pálidas las de los colectores apostólicos. El bajo clero era tiranizado por los prelados, carentes de control; el Colegio cardenalicio, dirigido por los más ambiciosos de sus miembros, era una corte de intrigantes. Las potencias urbanistas no manifestaron ningún deseo de sustraer obediencia a Bonifacio IX; quienes lo hicieron, Ricardo II y Venceslao, se vieron enfrentados a duras resistencias por parte de sus súbditos. En septiembre de 1399 era destronado Ricardo II, y su sucesor, Enrique IV, abandonaba tanto el pacifismo de su predecesor respecto a Francia, como su política en favor de la sustracción, manifestándose ostentosamente partidario de Bonifacio IX. Algo similar ocurrió en Alemania: el 20 de agosto de 1400 era destituido Venceslao y sustituido por Roberto de Baviera que hará bandera de su fidelidad al Pontificado romano. Esta es la situación que justifica la inquebrantable confianza de Benedicto XIII en sí mismo, en la justicia de su postura y en el triunfo final de sus postulados; en ese contexto deben ser entendidas sus maniobras diplomáticas y sus reiteradas acciones dilatorias. Desde marzo de 1400 existían contactos entre Aragón y Castilla en orden a una posible restitución de obediencia y tanto en este Reino como en Francia crece paulatinamente el descontento del clero y el número de los que reclaman la restitución.

Los rumores de una restitución se hacen intensos a finales de 1401; no se hacen realidad, pero durante todo el año siguiente numerosas personas e instituciones la reclaman y tanto la Monarquía castellana como la francesa daban muestras públicas de una pronta restitución de obediencia. Todo parecía, en efecto, decidido; sin embargo, el esperado acontecimiento no terminaba de hacerse efectivo. El desenlace se precipita bruscamente cuando, en la noche del 11 al 12 de marzo de 1403, con el apoyo de agentes aragoneses, castellanos y del duque de Orleans, Benedicto XIII huía de Aviñón; el lento proceso hacia la restitución de obediencia se precipitaba ahora: primero los cardenales y los aviñoneses, sin condiciones; en abril anunciaba Castilla su restitución, aunque desde hacia tres años, en la práctica, había vuelto a la obediencia benedictista; un mes después lo hacía Francia. Benedicto XIII no contraía en ningún caso compromisos concretos; buscaría la unión con empeño, pero sin coacción en el tiempo o en el medio a seguir. Todo volvía al punto en que se hallaba en el momento de la sustracción. Se debían plantear nuevas soluciones.

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