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En los siglos XIV y XV aumentó muchísimo el dominio de los mercaderes latinos -venecianos, genoveses, catalanes, algunos provenzales- en las rutas navales y puertos del Próximo Oriente y norte de África, y su control del comercio llevado a cabo en ellas. Tanto los griegos como los musulmanes quedaron reducidos a funciones de escasa importancia o complementaria: algún comercio de cabotaje, actividad como factores de los occidentales, etc. Es cierto que en el siglo XV aún había algunos comerciantes griegos que traficaban directamente con Alejandría, Ragusa o Venecia, pero eran la excepción. Igualmente, en el Egipto mameluco, los poderosos mercaderes karimi, intermediarios en el trafico de especias, habían quedado sujetos a la condición de agentes del poder político desde la tercera década de aquel siglo, y con ellos desapareció la última manifestación de alta burguesía mercantil que aun permanecía en el país. Los barcos de los occidentales dominan el Mediterráneo, y los musulmanes y griegos los utilizan para sus viajes y negocios: cocas o barcos redondos que alcanzan a fines de la Edad Media las 360 a 480 toneladas de desplazamiento, grandes carracas genovesas, mayores aún, galeras de hasta 200 o 250 toneladas. La moneda de oro utilizada en todas partes como patrón de los intercambios es el ducado o florín: ni los bizantinos acuñan oro desde el hundimiento del "hyperpere" en el siglo XIII, salvo para imitar al ducado a veces, ni tampoco los otomanos; los mamelucos, en cambio, mantienen el dinar de oro y en el Magreb y Granada corren doblas, de tipo almohade, de muy buena calidad.

Los mercaderes occidentales superaron paulatinamente los antiguos procedimientos de comercio llevados a cabo por barcos o comerciantes particulares, añadiendo a ellos itinerarios más complejos, con diversas escalas, que enlazaban, además, las rutas del Mediterráneo con las del Atlántico. Aquella actividad llegó a su plenitud en el siglo XV, aunque conservando los antiguos marcos legales creados desde el XII y el XIII: tratados comerciales, barrios o "funduks" propios y cónsules en las principales plazas, ventajas aduaneras, etc. Es preciso estudiar conjuntamente o, al menos, en relación, el comercio que desarrollaron en ámbitos sujetos a poderes políticos diversos y en condiciones fluctuantes, a las que se añadía la rivalidad entre las diversas naciones de mercaderes occidentales. Así ocurría, por ejemplo, entre Venecia y Génova, enfrentadas por el dominio de los mercados griegos y balcánicos. Los genoveses alcanzaron sus mejores posiciones entre 1261 y 1270, tanto en el Egeo como en el Mar Negro, gracias a la ayuda prestada a Miguel VIII, las consolidaron en la misma Constantinopla entre 1294 y 1299 y, de nuevo, entre 1345 y 1349, o entre 1375 y 1381, cuando Venecia pretendió hacer efectivo el dominio sobre la isla de Tenedos, junto a la entrada de los Dardanelos. En 1431, los genoveses defendían sus posiciones en Chipre y Quíos contra amenazas venecianas. Por entonces, sin embargo, el mayor peligro para ambos contendientes era la expansión turca.

La organización del comercio veneciano fue más sólida, al estar coordinada y respaldada directamente por el poder político de la ciudad, que organizaba las flotas (muda), con barcos de propiedad estatal, en los que debían viajar y cargar sus productos los mercaderes. Había flotas regulares hacia Bizancio, Siria, Egipto, norte de África y Atlántico. Además, Venecia llegó a construir un pequeño imperio colonial, para asegurar el tráfico y sus escalas en la Romania, verdadera prolongación del golfo de Venecia y de su dominio en el Adriático, según señala F. Thiriet, a la que se accedía a partir de Durazzo y Corfu, conquistadas en 1390-1392. Los enclaves continuaban en el Peloponeso (Corón, Modón), Creta o Candía, que era la posesión principal, la isla de Eubea o Negroponto y el "arcipélago" de islas del Egeo. El conjunto recibía el nombre de "Romania Bassa", por contraposición a la Alta, de la que formaban parte las costas de Macedonia y Tracia y los estrechos hacia el Mar Negro, de modo que Constantinopla era el limite extremo de la Romania. Los genoveses actuaban mediante compañías privadas, o bajo el amparo de la banca o "Cassa di San Giorgio" en el siglo XV, pero la "signoria" de la ciudad sólo intervenía en el piano diplomático. Contaban también con escalas y dominios importantes, pero dotados casi siempre de mucha mayor autonomía, más dispersos y difíciles de defender. El principal fue la isla de Quíos, donde se mantuvieron hasta 1566, centro del comercio de alumbre; contaron también con enclaves en Samos, Focea y Lesbos, con un barrio en Constantinopla, el de Pera o Gálata que era, de hecho, una ciudad aparte, en la otra orilla del Cuerno de Oro.

Mantuvieron colonias en el Mar Negro, donde su dominio era mayor desde que el Tratado de Ninfea con el Imperio les abrió aquel espacio (año 1261): Sinope, Amástris, Trebisonda, Soldaia y Caffa, que era su terminal de las rutas hacia Rusia, del mismo modo que Tana lo fue para los venecianos. Conquistaron, además, Famagusta en Chipre (1373), lo que les facilitó un punto de apoyo excelente para el comercio con Cilicia, Siria y Egipto, semejante al que los mercaderes catalanes encontraban en la isla de Rodas, dominio de la Orden de San Juan del Hospital. Mientras que Venecia se pudo mantener en muchos de sus enclaves de la Romania y concentró cada vez mayor volumen de comercio con el Egipto mameluco, para los genoveses eran dominantes los intereses mercantiles en el Mar Negro, costa oeste de Asia Menor y Anatolia, por lo que procuraron mantener la convivencia con los otomanos, pero las dificultades aumentaron mucho desde los anos 1460 y, coincidiendo con ellas, Génova intensificó el desplazamiento de sus actividades hacia el Mediterráneo occidental, que venía siendo otro de los escenarios habituales de su comercio desde el siglo XII. Los tráficos hacia el Levante mediterráneo movían gran cantidad y variedad de productos. Venecia y Dubrovnic (Ragusa) adquirían plata, plomo y cantidades menores de oro y cobre de Bosnia y Serbia, así como sal de toda la costa dálmata. Grecia y Creta proporcionaban cereales, uva pasa, seda en gran cantidad y vinos de Morea muy apreciados (malvasías) y pronto imitados por los productores occidentales.

En Creta concentraban los venecianos productos con destino a Cilicia, las islas del Egeo y Alejandría: cereales, sal, resinas, madera, caballos, esclavos procedentes de los mercados del Mar Negro. Algo semejante hacían los genoveses en Quíos, centro de almacenamiento y reexportación hacia el oeste del alumbre extraído de las minas de Focea, el trigo del Mar Negro, sedería y especias, azúcar, vinos y algodón de Chipre. A partir de Constantinopla y Pera los genoveses dominaban buena parte del comercio del Mar Negro desde 1261. En 1275, el kan tártaro de la Horda de Oro les autorizó para construir la colonia de Caffa, y en los decenios siguientes controlaron también las bocas del Danubio. Bizancio había perdido así el monopolio del comercio en el Mar Negro que, hasta 1204, había sido la "pieza maestra de su sistema comercial" (M. Balard), a manos de venecianos y, sobre todo, de genoveses, que se beneficiaron de la "pax mongolica" para desarrollar un activo comercio de cereales -de los que la misma Constantinopla se abastecía-, pescado salado, pieles y cueros, madera, cera, esclavos, seda persa y también especias venidas por las rutas terrestres. La decadencia griega era, sin embargo, compatible con la continuidad y auge de su influjo cultural, campo en el que los mercaderes italianos no competían. De todos modos, las destrucciones provocadas por Tamerlán y las dificultades cada vez mayores para mantener abiertas las rutas terrestres al norte y este del Mar Negro produjeron un declive en la importancia de aquellos mercados durante el siglo XV, en contraste con lo que sucedía en el Levante mediterráneo.

En él, un ámbito importante era la Pequeña Armenia o Cilicia, en el sur de Anatolia, en torno a Lajazzo, donde desembocaban las rutas terrestres procedentes de Mesopotamia, norte de Persia y Mar Caspio, especialmente transitadas durante la época de dominio del iljanato: por ellas llegaban al Mediterráneo especial, azafrán, cera y miel, lanas y cueros, manufacturas de las ciudades musulmanas del interior y esclavos. Pero la dificultad creciente para mantener aquellos enlaces terrestres o a través del Mar Negro provocó el auge de Alejandría y de algunos otros puertos, como Beirut, bajo dominio mameluco, en especial desde finales del siglo XIV. En el comercio que los latinos realizaban allí se resume a la perfección todos los intereses y mercancías que confluyeron en aquellos tráficos. El llevado a cabo con Alejandría había ido creciendo desde mediados del siglo XII y alcanzó un momento de plenitud cien años después, aprovechado, entre otros, por los mercaderes catalanes, que tuvieron cónsul en la plaza desde 1262. Pero la caída de San Juan de Acre y el desarrollo de las rutas terrestres controladas por el iljanato y de las que terminaban en el Mar Negro produjeron un tiempo de eclipse relativo del que comenzó a salir el comercio alejandrino después de la desintegración del poder de los iljanes y de los primeros choques violentos con los tártaros de la Horda de Oro, que saquearon Tana en 1343 causando daños muy cuantiosos a venecianos y genoveses.

El asalto a Alejandría realizado por el rey Pedro I de Chipre en 1365 fue un revés fuerte por las pérdidas y represalias que provocó, pero pasajero, pues las rutas alternativas estaban decayendo, en especial durante la época de Tamerlán. Los venecianos eran los principales interesados en el mercado alejandrino, donde adquirían muchos productos que redistribuían desde Venecia misma, mientras que, por el contrario, los genoveses viajaban directamente desde Alejandría hasta las plazas atlánticas, en especial Brujas y Londres. A fines del siglo XIV se incrementó la presencia de mercaderes de otras procedencias, en especial catalanes, florentinos, napolitanos y algunos sicilianos. En aquel momento, las principales partidas de las exportaciones occidentales eran paños, sobre todo, lienzos de lino o sargas, cobre, estaño y plomo, algunos productos agrícolas y los esclavos, madera y material primes traídas del área del Mar Negro. Las compras o importaciones se referían a las especias de procedencia india -la pimienta representaba el 60 al 80 por 100 y el jengibre el 10 al 15-, el algodón egipcio y sirio, muy utilizado ya por las manufacturas de Milán y diversas ciudades de Europa central, el azúcar y algunos otros productos (piedras preciosas, tintes). En los años normales, los occidentales compraban por valor de más de 1 millón de dinares; venecianos, genoveses y catalanes adquirían por valor de 200.000 a 250.000 cada cual, pero la tendencia al alza de Venecia era evidente -casi 500.

000 dinares en los primeros años del siglo XV-, mientras que la política más agresiva de genoveses y catalanes provocaba represalias y una decadencia de su actividad que afectó antes a éstos -desde los años 1430- que a aquéllos pues el declive del comercio genovés en Alejandría no sucedió hasta el último cuarto del siglo XV cuando todavía importaba por valor de 130.000 a 150.000 ducados, mientras que Venecia -en el apogeo de su comercio alejandrino-lo hacía por importe de 600.000 cada ano, como promedio. Hacia 1500, aquel trafico movía de 1.100.000 a 1.500.000 ducados anuales, y los beneficios eran, sin duda, muy apreciables: entre 20 y 25 por 100 de ganancia neta en las especias, hasta 40 a 50 por 100 en el algodón. La competencia y agresividad comercial de los occidentales influyeron mucho en la decadencia que desde principios del siglo XV padecieron las manufacturas egipcias y sirias (paños, papel, astilleros...); a ello se añadieron algunos retrasos tecnológicos, por ejemplo en la obtención del azúcar de caña, más caro por no emplear los nuevos trapiches y por convertirse en monopolio estatal, y la sustitución de los mercaderes de especias (karimi) por funcionarios del sultán, ordenada por Barsbay: ambos hechos sucedieron entre 1423 y 1427; al año siguiente el sultán reglamentaba estrictamente el comercio de algodón. Todo aquello suponía más trabas burocráticas, abusos e impuestos pero, en definitiva, los mercaderes occidentales lo compensaban aumentando el precio de las mercancías que traían al Imperio mameluco, con las que obtenían frecuentemente beneficios de entre 50 y 100 por 100, y los sultanes no podían evitar fenómenos de fondo, como lo fue la mayor oferta y descenso de precios de las especial desde mediados de siglo.

El comercio con el Magreb y Granada se desarrollaba en circunstancias algo distintas pues la gama de mercancías ofrecidas era diferente, y los poderes políticos tenían menos fuerza para intervenir -nunca pudieron, por ejemplo, establecer monopolios propios-, aunque practicaron los mismos tipos de control sobre la presencia de mercaderes extranjeros y sobre los lugares de almacenamiento y venta de algunos productos más valiosos -la seda de Granada, por ejemplo- que se encuentran también en el Próximo Oriente, tanto bizantino como musulmán. En las escalas portuarias de Berbería, recorridas a menudo en viajes de cabotaje o "per costeriam", nombre con el que se conocen en Génova, los mercaderes de esta ciudad, los de Venecia, a través de sus "mudae" oficiales, los catalanes y valencianos, los castellanos y andaluces, desde sus bases en Sevilla y sus antepuertos atlánticos, traficaban con los diversos productos ofrecidos por los musulmanes: oro y esclavos del África subsahariana, caballos de raza, cereales de Ifriqiya y el Magreb atlántico, cera y miel, cueros, frutos secos, uva pasa de Málaga, pimienta de Guinea o malagueta, orchilla y grana, índigo, goma arábiga, fibras textiles (lana, lino, seda de Granada), alfombras, etc. La oferta occidental incluía también alimentos, en periodos de escasez -trigo, frutos- o habitualmente -sal, pescado-, a veces productos estratégicos -armas, pólvora, caballos- y manufacturas diversas, pero, sobre todo, pañería inglesa, en el siglo XV, y, en menor cantidad, la de otras procedencias más antiguas (flamenca, italiana, catalana).

A veces, compañías de mercaderes occidentales conseguían concesiones en monopolio para la compra y exportación de determinados productos, como sucedió con el coral de Túnez o las uvas pasas, higos y almendras de Granada a mediados del siglo XV: así aumentaba la dependencia de unas economías ricas en determinadas materias primas pero mal defendidas políticamente, tanto en la Berbería mediterránea o de Levante como en la atlántica o de Poniente y en la Granada nasrí, donde se sucedían las escalas de mercaderes: entre las principales, de Este a Oeste, Trípoli, Sfax, Túnez, Constantina, Bugía, Argel, Orán, Honein, Almería, Málaga, Ceuta, Arcila, Larache, Salé, Mazagán, Safi, Agadir...

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