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La desaparición de Bayezid I en 1402 provocó una crisis fuerte, aunque pasajera. Su primogénito Suleymán conservó el control sobre parte de Rumelia pactando con Génova, la Orden de San Juan, el emperador Manuel II -que logró la desaparición del barrio turco de Constantinopla- y el príncipe serbio Esteban Lazarevic. Pero, al cabo, fue otro hijo de Bayezid, Mehmet I (1413-1421) quien consiguió reunir todo el poder en sus manos e iniciar una prudente política de recuperación que continuó con todas sus consecuencias Murad II (1421-1451), comenzando por la nueva sumisión parcial de los principados de Karamán y Djandar y por el asedio de Constantinopla, pues el emperador Juan VIII había apoyado a los hermanos del sultán durante la breve crisis sucesoria. El basileus obtuvo tregua en 1424 a cambio de un tributo y de ceder los territorios junto al Mármara y el Mar Negro que todavía controlaba, de modo que la ciudad podía quedar aislada a voluntad de los otomanos, pero Murad prefirió enfrentarse con Venecia, que defendió Salónica hasta 1430 y sólo aceptó una tregua cuando los turcos aseguraron el respeto a los enclaves que aseguraban el dominio marítimo de los venecianos: Durazzo, Scutari, Alessio, Zante y Cefalonia, Lepanto, Corón, Modón, Eubea (Negroponto), además de Creta. El sultán tuvo así las manos libres para recuperar Valaquia, y Serbia a la muerte de Lazarevic. La última intervención timúrida en Anatolia, año 1435, fue salvada sin muchas dificultades.

A continuación se produjo el enfrentamiento directo con Hungría, cuyo rey, que era el emperador alemán Segismundo, había tomado Belgrado. Murad contó con el apoyo de sus vasallos serbios y valacos -entre los que se contaba Vlad Drakul- pero también con la resistencia de magnates turcos, comenzando por los visires Yandarlí, que estimaban peligrosas nuevas aventuras en Rumelia, a la vista de lo sucedido en 1402. La organización de la defensa de Hungría y Transilvania por Juan Hunyadi produjo una situación de equilibrio durante varios años, mientras que el emperador de Constantinopla, Juan VIII (1425-1448), buscaba en vano ayudas occidentales tras aceptar la unión de las Iglesias en el Concilio de Florencia (1439). Durante la década de los cuarenta se desarrolló una compleja historia guerrera y diplomática protagonizada, del lado cristiano, por el húngaro Juan Hunyadi, el déspota serbio Jorge Brankovic, el caudillo albanés Jorge Skanderberg, el príncipe válaco Vlad II Drakul y Venecia. La disparidad de sus intereses y la insuficiencia de sus alianzas fueron bien aprovechados por Murad II, que aplastó a los húngaros y a los cruzados occidentales venidos en su apoyo en la batalla de Varna (noviembre de 1443). Hunyadi fue de nuevo vencido en Kosovo (1448), y Skanderberg sólo pudo resistir en Albania, en parte gracias a los apoyos que le envió desde Nápoles Alfonso V, rey de Aragón, pero aquello no impidió la definitiva sumisión de Serbia, ni el fin de la guerra contra Hungría y Valaquia, enfrentadas entre sí.

Por otra parte, la nueva tregua con Venecia, en 1446, la sumisión prestada por el déspota de Morea, y la del principado de Karamán, permitieron al nuevo sultán Mehmet II (1451-1481) afrontar directamente la conquista de Constantinopla. En aquel momento, la ciudad era sólo un pequeño Estado griego mercantil enclavado en el Imperio otomano, pero su nombre comportaba un prestigio inmenso que Mehmet II, con "visión imperial de su papel" (N. Vatin) quería para sí. El asedio se prolongó durante los meses de abril y mayo de 1453, aunque el sultán disponía de un ejército de 100.000 a 150.000 hombres, una gran flota y numerosa artillería. Tras el asalto final, el saqueo de tres días y las esclavizaciones correspondientes, la ciudad siguió teniendo una parte de población griega aunque no necesariamente autóctona -Constantinopla tenía antes de su toma entre 40.000 y 50.000 habitantes-, el sultán hizo nombrar patriarca a Jorge Scholarios, que era opuesto a la unión de las Iglesias, y le situó al frente de la comunidad ortodoxa. Mehmet II se preocupó inmediatamente de manifestar la condición islámica de Estambul y convirtió Santa Sofía en mezquita, mejoró las defensas y el urbanismo, aumentó la actividad artesanal y mercantil, y la población musulmana; respetó el tratado mercantil con Venecia, que seguiría presente en su cadena de enclaves litorales e insulares, incluido Naxos, y la presencia genovesa en el barrio de Gálata-Pera; sin embargo, en los años inmediatos los genoveses abandonaron el comercio del Mar Negro y retrocedieron en el Egeo, donde pierden Focea (1455) y todas sus islas salvo Quíos, aunque pagaron tributo por ella a los otomanos.

Para el sultán, sin embargo, los principales objetivos seguían estando en tierra firme, tanto en los Balcanes como en Anatolia, y los consiguió prescindiendo ya de su gran visir, Yandarlí Halil, y acallando las resistencias que había encabezado. El despotado de Morea y Tebas, último reducto del ducado de Atenas, cayeron en 1458-1460, al mismo tiempo que Serbia; la región de Bosnia y Herzegovina, en 1463 y 1466; la resistencia albanesa cesó desde 1458 y el país fue conquistado en el siguiente decenio; incluso Montenegro aceptó pagar tributo en 1479. Mientras tanto, los turcos habían tomado Negroponto (Eubea) en 1470 a Venecia, que hubo de comprar la paz en 1479 pagando una indemnización de 100.000 ducados y un tributo anual de otros 10.000 para conservar la libertad de comercio. Los turcos llegaron a dominar durante algunos meses Otranto, en 1480, pero fracasaron ante Rodas aquel mismo año: alcanzaron así los límites de su poder en el Mediterráneo, por entonces. También en los Balcanes, donde se situaban en el Danubio gracias a la defensa húngara de Belgrado, aunque Valaquia era tributaria de los otomanos y, más al oeste, al sur de Croacia y en la costa dálmata, dominada por Venecia, pero Ragusa (Dubrovnik) aceptó pagar tributo al sultán en 1487. Por último, Mehmet II había conseguido triunfos definitivos en Anatolia y el Mar Negro: Karamán fue anexionado por completo entre 1468 y 1474, y se conquistaron Cilicia y la zona del Taurus hasta fijar la frontera con los mamelucos de El Cairo; cayó el enclave bizantino de Trebisonda en 1461, y los genoveses de Caffa y Tana, en Crimea y el Mar de Azov.

En definitiva, Mehmet II llevó a su culminación todos los proyectos políticos y guerreros de los otomanos, lo que le convirtió en un personaje de leyenda y, al mismo tiempo, consolidó los medios militares y financieros del Imperio y reforzó la preeminencia efectiva del sultán frente a las diversas aristocracias, tarea que continuó, en tiempos de mayor paz, su sucesor Bayezid II (1481-1512), cuyas principales actividades militares fueron la definitiva conquista de Herzegovina en 1483, la represión de la revuelta albanesa de Jorge Castriota entre 1492 y 1499, y la guerra contra Venecia en 1499 a 1503, en cuyo transcurso la Serenísima perdió los enclaves de Lepanto, Modón, Corón, Navarino y Durazzo, justamente antes de que el sultán tuviera que enfrentarse en Anatolia a la crisis producida por la implantación de la dinastía safaví en Irán. La organización del Imperio llegó a su plena madurez bajo Mehmet II y Bayezid II. El sultán era un autócrata que gobernaba rodeado de una casta político-militar de la que sólo formaban parte los "kapikullari" y los miembros de la aristocracia otomana que aceptaban una sumisión total. La sucesión se aseguraba en vida del sultán, que designaba a uno de sus hijos; los demás quedaban excluidos, incluso físicamente a veces, cuando aquél accedía al poder, para evitar problemas como el que Bayezid II hubo de soportar a causa de su hermano Djem, huido a Francia y luego a Roma hasta su muerte en 1495.

Las únicas limitaciones al poder del sultán eran de tipo religioso y jurídico, aunque detrás de ellas se amparaban realidades históricas y culturales, y el poder de las diversas aristocracias sociales que sustentaban la estructura del Imperio: sobre todo, el respeto a la ley islámico, fuente única de legitimidad porque el poder del sultán es de raíz religiosa, y garantía de buen acuerdo entre la Puerta y sus súbditos musulmanes. Pero también las leyes y costumbres de las diversas poblaciones sometidas, siempre que la sari'a islámica no previera nada al respecto y que no se opusieran a ella, porque eran indispensables para el ejercicio del poder: así llegó a suceder que "un Estado nacido para la conquista de la Cristiandad tomara de ella buena parte de sus fundamentos legislativos" (Beldiceanu). Mehmet II compiló muchas de aquellas disposiciones en un código con tres libros relativos a derecho penal, estatuto de los campesinos y de sus relaciones con los timariotas, y administración de algunas regiones balcánicas. El código vino a completar la adopción anterior de costumbres y reglamentos diversos sobre cecas, salinas, régimen de la tierra, fiscalidad, aduanas, mercados, puertos. Las grandes campañas militares y conquistas de Mehmet II provocaron déficits financieros saldados con medios extraordinarios tales como la depreciación de la moneda de plata (el aspre) y la requisa de bienes de mezquitas y fundaciones pías (waqf) para entregarlos en timar, lo que provocó fortísima oposición política.

Bayezid II anuló aquella práctica y mejoró el funcionamiento de la fiscalidad que, hacia 1475, proporcionaba en torno a 1.800.000 florines y, teóricamente, un superávit de en torno al 20 por 100 sobre los gastos del Imperio. Sus fundamentos eran los derechos pagados por los campesinos, en especial el diezmo de la cosecha y, para los no musulmanes, la capitación, los monopolios arrendados (minas, salinas, jabonerías, cererías, cecas, arrozales, correduría de paños y otros productos), los derechos aduaneros, y el arrendamiento de tiendas, talleres, casas y otros inmuebles urbanos propiedad de la Puerta. Hacia 1500, el Imperio contaba con unos 7.825.000 habitantes (1.532.000 fuegos). De ellos, 1.111.800 se situaban en Rumelia, donde los musulmanes eran sólo 244.958 fuegos, y otros 420.000 en Anatolia, de los que 388.397 eran de musulmanes. A pesar de aquella situación, la Puerta nunca practicó una política de proselitismo sistemático, por razones tanto fiscales como de equilibrio político, aunque, con el paso del tiempo, la influencia turca llegó a ser importante en el paisaje y la organización de la vida urbana, los usos, el menaje y otros aspectos de la vida cotidiana en las tierras balcánicas. En Rumelia, exceptuando la Tracia oriental, siguieron siendo mayoritarias las poblaciones búlgaras, serbias, albanesas, eslavas, válacas y, por supuesto, griegas, con preponderancia en unas u otras regiones. En Anatolia, en cambio, las minorías griega, armenia o georgiana fueron muy escasas, salvo en la zona oriental, especialmente en torno a Trebisonda.

Y en las ciudades principales, la diversidad de grupos religiosos, aunque casi siempre con predominio musulmán , era también consecuencia de aquella situación. Constantinopla alcanzó los 22.000 fuegos hacia 1500, de los que el 58,3 por 100 eran musulmanes, el 31,6 cristianos y el 10 judíos. En Andrinópolis había 4.060 fuegos por entonces, de los que en torno al 73 por 100 eran musulmanes, un 12 cristianos y un 5 judíos. Pero Salónica, como consecuencia de la llegada de los judíos españoles, contaba con 2.645 fuegos de hebreos frente a 981 de cristianos y 1.229 de musulmanes. De aquella manera, el Imperio conservaría siempre su carácter de Estado musulmán sobre una población multinacional y diversa en su fe religiosa. Una vez transcurridas las violencias de la conquista y asegurada la sumisión, fue mucho más conservador que transformador y combinó de manera muy peculiar la autocracia con la tolerancia.

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