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Nuevas fronteras cri

Desarrollo


País menos evolucionado y con escasa unidad natural, Noruega seguirá a larga distancia el camino recorrido por Dinamarca. De hecho, no logrará una monarquía estable hasta el siglo XIII. En el año 1000, muere Olaf I dejando como herencia dos legados que se mantendrán como constantes en las dos centurias siguientes: por una parte, el primer intento serio de extender la fe cristiana y, por otro, un periodo de anarquía interna. Olaf II el Santo (1016-1028) reunificaría de nuevo el país y establecería para el cristianismo unas sólidas bases. Poco después, Noruega pasa a formar parte del primer Imperio nórdico constituido por Canuto el Grande, hasta Magnus el Bueno, hijo de Olaf, que recuperará la independencia. A lo largo del siglo XI, reinando Harald III (1046-1066) y Olaf IV (1068-1093), se va completando la cristianización, en medio de las dificultades creadas por las continuas guerras de sucesión y la lucha contra el creciente poder del alto clero. La influencia de la Iglesia nacional fue tal, que esta llegó a pretender intervenir en la elección del monarca. Desde el punto de vista económico, la fundación de la ciudad de Bergen fue clave para el desarrollo del comercio y la consolidación del dominio noruego en las Hébridas y Orcadas. Desde 1130, en que muere el rey cruzado Sigurd, hasta 1217, el país sufre de nuevo una etapa de conmociones internas. La crisis estuvo determinada por las rivalidades de los pretendientes a la Corona y los conflictos de éstos con las altas jerarquías eclesiásticas.

Estas, consolidando su posición, con la creación del obispado de Nidaros (Trondheim), llegan a imponer la designación del rey. Sin embargo, Sverre (1184-1202), sacudiéndose dicha tutela, mantuvo una monarquía fuerte con apoyo de los pequeños propietarios agrícolas, frente a la aristocracia y al clero. Fue un paréntesis breve, pues Noruega continuó debatiéndose en sus habituales conflictos. Entre los sucesores de Sverre, destacan las figuras de Haakon IV (1217-1263) y Magnus VI (1263-1280). Ellos serán los continuadores del verdadero Estado al pacificar con su autoridad el país, impulsar las instituciones feudales y buscar la reconciliación con la Iglesia. Progreso del poder monárquico, que quedaría sellado en 1247 al ser coronado, por vez primera, un monarca noruego por un legado del Pontífice. Con estas bases, Haakon IV se orientó hacia una política expansiva en torno al eje de los archipiélagos del Atlántico Norte (Orcadas-Shetland-Feroe), imponiendo su dominio sobre Islandia, en 1261, y un año después sobre Groenlandia, que había sido colonizada anteriormente por los propios noruegos. Máximo empuje, que llegaría a estrechar lazos con Suecia y abrirse a negociaciones políticas y económicas con países de primer orden en la Europa occidental. Magnus VI, mediante la legislación, consolidó la obra restauradora de su padre, asegurando el principio hereditario de la Corona. A partir de este momento, Noruega consigue ponerse a la altura de Dinamarca. Y es entonces cuando Erik Magnusson (1280-1299) y Haakon V (1299-1319) habrán de enfrentarse a los mismos problemas que los reyes daneses, es decir: agitaciones internas, que tienen como principales protagonistas a la alta nobleza y al episcopado, e intromisión del comercio anseático en el área de su influencia económica.

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