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Monarquías occidenta

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En la situación que se encontraba Inglaterra a la muerte de Juan, sólo un monarca prudente y económico hubiera podido mantenerse sin sobresaltos. Ninguno de estos dos requisitos reunió el nuevo Plantagenet bajo cuyo reinado se produjo el segundo gran sobresalto en la historia de la Inglaterra del siglo XIII. Los primeros anos de la minoridad de Enrique conocieron la regencia de un veterano de la política Plantagenet: Guillermo el Mariscal, fiel y eficiente servidor de Enrique II, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra tanto en Inglaterra como en el continente. Cuando murió en mayo de 1219 el mejor elogio fúnebre se atribuye a su viejo rival en los campos de batalla, Felipe Augusto: "El Mariscal fue, a mi juicio, el más leal, verdadero que haya conocido jamás en cualquier lugar que estuviese". El negro contrapunto a tal juicio lo había fijado el propio Mariscal en el lecho de muerte refiriéndose al futuro del reino: entregaba la guarda del joven rey Enrique a Dios "ya que no había país en el que la gente estuviera tan dividida como en Inglaterra..." En los años siguientes, Enrique fue haciéndose con las riendas del poder. Hombre devoto y obsesionado por los amargos recuerdos de su infancia, pronto se convirtió en un servil pupilo de una Santa Sede que no tuvo escrúpulos en abusar de su situación privilegiada. Ello valió al Plantagenet enajenarse las simpatías de buena parte del clero nacional inglés y de una baronía que, conducida a desastrosas empresas exteriores, no vio más camino que repetir la rebelión contra su señor natural.

El gobierno de Inglaterra descansaba, fundamentalmente, sobre tres organismos: la Cancillería, el Echiquier y el Hotel (Wardrobe). El personal de este último acabó convirtiéndose en el "staff" administrativo de la casa real. En 1236, Enrique III casaba con la cuñada de san Luis de Francia, Leonor de Provenza. Con ella vino a Inglaterra un nutrido grupo de provenzales y saboyanos que, unidos a los poitevinos afincados en el reino, coparon los más importantes puestos de responsabilidad en el Hotel así como también un elevado número de beneficios laicos y eclesiásticos. A los ojos del elemento indígena, Inglaterra estaba sufriendo una verdadera colonización política. Las operaciones en el exterior no hicieron más que acrecentar el desprestigio personal de Enrique. Varios intentos de recuperar posiciones en Francia se saldaron con rotundos fracasos entre 1230 y 1242. El grupo de poitevinos había reclamado la intervención del Plantagenet para evitar que Alfonso, hermano de san Luis, recibiera el homenaje de los vasallos del Poitou. Enrique sufrió graves derrotas en Saintes y Taillebourg a manos del monarca francés. Años más tarde se firmaba la paz entre los dos contendientes (acuerdo de París de 1258) por la que Londres abandonaba definitivamente a manos de los Capeto Normandía, Maine, Anjou, Poitou y Turena. Ruinosas fueron también otras dos empresas internacionales al servicio de los intereses de la Santa Sede. En 1254, aceptó Enrique la Corona de Sicilia para su hijo Edmundo.

Tres años más tarde, el soberano inglés comprometió a su hermano Ricardo de Cornualles como candidato a la Corona imperial. Dos grandes proyectos saldados con dos grandes fiascos... y con gravísimos problemas financieros que hicieron crecer la inquietud en el interior de Inglaterra. Las varias redacciones que se hicieron de la Carta Magna en la primera fase del reinado de Enrique III (la última en 1225) potenciaron entre la feudalidad inglesa el deseo de institucionalizar un Consejo de barones y prelados que vigilase los subsidios otorgados al rey y la designación de altos funcionarios. Bajo los nombres de Parlamento o de "Magnum Consilium", este organismo nucleó un creciente descontento que estalló en 1258. Un periodo de malas cosechas actuó como detonante. A la cabeza de los barones ingleses se puso un hombre dotado de indudable carisma: el conde de Leicester Simón de Montfort, hijo del vencedor de los albigenses del mismo nombre y afincado en Inglaterra hacia 1230. Las "Provisiones de Oxford" impuestas a Enrique III fueron un primer éxito de los alzados. Los comités creados asumieron amplias funciones judiciales, fiscales y políticas. Siguiendo el modelo francés establecido por san Luis, el nuevo justicia mayor Hugo Bigod promovió un amplio sistema de encuestas en todo el reino a fin de reparar los agravios cometidos en los años anteriores. La acción exterior quedó en manos del núcleo duro de reformadores: negociaciones con la Santa Sede, contención de las incursiones de galeses y escoceses e, incluso, los acuerdos con Francia.

De hecho la paz de París fue un asunto conducido por Simón de Montfort. A las provisiones de Oxford se sumaron en marzo de 1259 las "Provisiones de Westminster". A través de ellas Simón de Montfort pretendía satisfacer las demandas de las clases medias del reino que deseaban que los barones se sometieran también al régimen de encuesta aplicado a los meses anteriores a los oficiales reales. Fue una determinación que provocó una primera fisura en el bloque baronial. Una parte se mantuvo fiel al de Montfort; otra basculó hacia el rey. Enrique III vio entonces la oportunidad de librarse de los funcionarios que le habían impuesto y de dar marcha atrás a las reformas. Luis IX de Francia fue solicitado -dado su enorme prestigio en todo el Occidente- por las partes en litigio para actuar de árbitro en el contencioso. El "Laudo de Amiens" dado por el Capeto era altamente favorable a su cuñado inglés pero no fue aceptado por las clases populares: los artesanos de Londres, la clase media rural y los marinos de los Cinco Puertos formaron piña en torno a Simón de Montfort quien en mayo de 1264 inflingió a Enrique III una grave derrota en Lewes, en las cercanías de Londres. El monarca se convirtió en prisionero del vencedor que se dispuso a ejercer un gobierno personal para llevar a termino el programa de reformas. El 20 de enero de 1265 dio el golpe decisivo al convocar un Parlamento en el que participaron junto a los señores y los caballeros de los condados, representantes de "York, Lincoln y otras ciudades de Inglaterra". Un importante paso en la participación del elemento burgués en los centros de deliberación y decisión política. Ni este Parlamento ni los "custodes pacis" enviados a los condados para garantizar el orden lograron establecer la paz. La solución para los graves problemas que afectaban al reino vendría de manos de un personaje que había permanecido en un segundo plano: el príncipe heredero Eduardo.

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