Ocaso y herencia

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Rango

Pontificado e Imperi

Desarrollo


En 1181, a los dos años de la celebración del III Concilio de Letrán moría el "padre de la urbe y el orbe" Alejandro III. Su antiguo rival el emperador alemán habría de sobrevivirle aún nueve años a lo largo de los cuales se sucedieron cuatro pontífices de breve reinado. El primero, Lucio III (1181-1185) reunió un concilio en Verona con la asistencia del soberano germánico, en el que fueron condenados algunos errores (catarismo, arnaldismo, valdismo...) en la línea de lo establecido en Letrán III. Federico no perdió el tiempo a lo largo de estos años. En Alemania había procedido (1181) al despojo de Enrique el León a quien redujo a la posesión de los pequeños feudos de Brunswick y Luneburgo. En su sexto viaje a Italia firmó con las ciudades lombardas la paz de Constanza: las comunas veían satisfecha su autonomía a cambio del juramento de fidelidad al soberano por parte de sus magistrados libremente elegidos. El mayor éxito de la política imperial en Italia se lograba, sin embargo, en el Sur: Federico pactaba el matrimonio de su hijo y previsiblemente heredero Enrique con la princesa Constanza, heredera de Sicilia y Apulia. La diplomacia estaba logrando lo que la fuerza no había conseguido en los años anteriores. En 1187 una noticia venida de Tierra Santa conmocionó a Occidente: el desastre de los caballeros francos en Hattin. El vencedor, Saladino, pudo en rápida operación apoderarse de Jerusalén y de un importante conjunto de plazas fuertes.

El Oriente latino se veía amenazado de extinción. Ante tal coyuntura, el papa Clemente III predicó una nueva cruzada a la que prometieron asistir los más importantes príncipes europeos. Federico, sexagenario ya, no quiso faltar a la cita. Al frente de un nutrido ejército hizo la ruta terrestre de los cruzados: Danubio, Bulgaria y Constantinopla para introducirse luego en el Asia Menor. La operación militar propiamente dicha comenzó con buenos augurios para el emperador con la toma de Iconio, pero concluyó dramáticamente al perecer ahogado en un riachuelo de Cilicia. Federico entró desde entonces en la leyenda. La posteridad forjó un mito: el monarca no había muerto sino que simplemente estaba dormido a la espera del día en que retornase para "liberar a Alemania de la esclavitud y darle el primer puesto en el mundo". El príncipe Enrique, a quien Federico había dejado como regente, procedió con extraordinaria rapidez a hacerse con el control de la situación. En tan sólo unos meses obtuvo la Corona real germánica y la imperial del papa Celestino III (abril de 1191). Las ambiciones italianas del joven Enrique VI no se vieron de momento colmadas ya que en el sur un señor normando, Tancredo de Lecce, disputaba a su esposa Constanza los derechos al trono siciliano. La muerte de Tancredo en 1194 trajo una nueva oportunidad para el emperador que, en esta ocasión y con métodos extraordinariamente violentos, logró hacerse con el control de Apulia, Calabria y Sicilia. La existencia de un único poder, desde el Báltico al golfo de Tarento podía resultar embarazoso para un pontificado que, tradicionalmente, había confiado en los normandos del Sur de Italia como contrapeso a las ambiciones imperiales. Sin embargo, cuando Enrique VI se aprestaba a organizar una magna operación contra los musulmanes de Oriente falleció de forma inesperada (septiembre de 1197) dejando un niño de tres años como heredero: el futuro Federico II. Tan sólo unos meses después ascendía al pontificado el que sin duda sería el Papa mas importante del Medievo: Inocencio III.

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