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CristianyMusulm

Desarrollo


El Imperio mantuvo una apreciable potencia hasta los años finales del siglo XlI, bien administrada por los sucesores de Alejo I, Juan II (1118-1143) y Manuel I (1143-1182), que consiguieron éxitos importantes, aunque limitados, en los escenarios tradicionales de la política exterior bizantina. Juan II se vio libre del peligro de los pechenegos desde 1122 y desarrolló una política de alianza con Pisa y Venecia -nuevos privilegios comerciales en 1111 y 1126, respectivamente- y con los emperadores germánicos. Aquello facilitó el logro de sus objetivos en los Balcanes, donde los serbios reconocieron de nuevo la autoridad imperial y se ganó algún terreno en Croacia y la costa dálmata frente a Hungría, y en el otro extremo del espacio bizantino, pues Antioquía prestó otra vez vasallaje entre 1137 y 1142. Por entonces, el Imperio aseguraba su dominio sobre los puntos clave de la costa sur del Mar Negro, en especial Trebisonda. El fracaso de la segunda cruzada (1147-1148) impulsó a Manuel I a realizar una especie de inversión de sus alianzas occidentales y a promover una presencia más activa en el Próximo Oriente pero, en ambos casos, se demostró que Bizancio carecía de fuerzas adecuadas pare sostener una política demasiado ambiciosa. La alianza con Venecia se debilitó desde 1147, a trueque de reforzar la mantenida con Genova -privilegios comerciales en 1155 y 1170- y Pisa; hubo un acercamiento a la causa del Papa y de la Liga Lombarda, en detrimento de la anterior alianza con los emperadores germánicos, e incluso una alianza en 1164 con Hungría, hasta entonces país adversario.

Así pudo Manuel I atacar a Roger II, rey de Sicilia desde 1130, en la Italia del Sur, donde hubo operaciones militares entre 1155 y 1158, y conseguir por algunos años una autoridad más efectiva en Croacia. En Oriente, el deterioro de la capacidad militar de los cruzados acabaría siendo también muy dañino para Bizancio: el emperador estableció lazos familiares, como era tradicional en la diplomacia bizantina, mediante el matrimonio de princesas imperiales con los reyes de Jerusalén; sujetó de nuevo a su preeminencia a los príncipes de Antioquía pare evitar sus asaltos a Chipre, e intentó combatir la unión sirio-egipcia de 1171 participando junto con Amalarico I en la fracasada expedición contra Damieta. Los resultados finales de la política de Manuel I fueron exiguos, a pesar de tantos esfuerzos. Rota la paz firmada en 1162 con los sultanes de Rum, Kilij Arslan II le derrotó en Myriokephalon (1176) batalla que, a cien anos de la de Mantzikert, refrendaba la perdida de Asia Menor. En 1178, Federico I acordaba con la Liga Lombarda la paz de Venecia, y el sistema bizantino de alianzas en Italia y los Balcanes se derrumbaba. Así, en los años siguientes a la muerte de Manuel I, la situación se deterioró con rapidez. Andrónico I utilizó los sentimientos xenófobos del pueblo para ocupar el poder y la dignidad imperial, lo que produjo una revuelta, robo y expulsión de los mercaderes occidentales asentados en la capital del Imperio, en 1182 la promesa de proteger su reinstalación, en 1183, y los nuevos privilegios concedidos por Isaac II a los venecianos en 1187 y a los pisanos y genoveses en 1192, no bastaron para acabar con rencores y recelos.

Los emperadores no contaron, así, con apoyos: en 1185, los normandos italianos se atrevieron incluso a ocupar por algún tiempo Tesalónica, mientras que, en los años siguientes, Bulgaria y Serbia rechazaban definitivamente la tutela imperial y, en 1191, los cruzados ingleses de Ricardo Corazón de León conquistaban Chipre. Los acontecimientos se precipitaron desde 1195, cuando Alejo III depuso a su hermano Isaac y ocupó el trono imperial. Para evitar las reivindicaciones del emperador occidental, Enrique VII, que era además rey de Sicilia, hubo de compensarle con 1.600 libras de oro, lo que obligó a recaudar un impuesto especial durante varios años (allamanikon). Los intentos por aproximarse a Inocencio III tropezaron con la condición pontificia de que su primado fuera reconocido, y para refrendar aquella exigencia, el Papa puso bajo su protección a las iglesias búlgara y serbia, que siempre habían estado en el ámbito del patriarcado de Constantinopla. Pero los desencadenantes últimos del ataque occidental a la capital en 1204 fueron, de una parte, la discordia interna en la familia imperial, pues Alejo, hijo de Isaac II, reclamó el auxilio de los cruzados y, de otra, el afán de Venecia por asegurar y aumentar todavía más su predominio mercantil.

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