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En sus inicios, Hungría fluctuó entre Oriente y Occidente por su situación geográfica entre los Imperios germánico y bizantino. Con el tiempo, se convertirá en un Estado occidental, fruto de la simbiosis de elementos nómadas, que poblaron todo el país, con influencias germanas, eslavas y latinas. A ello también contribuyó que su centro de gravedad se situó, no en la zona de las estepas, sino al oeste del Danubio, siendo inevitable que basculara hacia la Cristiandad romana y que colaborara con ella como gran baluarte frente a las presiones de los pueblos orientales. Esteban I el Santo (997-1038) convirtió a Hungría en un reino con bases cristianas y occidentales, suficientemente asentadas para que no sucumbiera ante las crisis que se originaron a su muerte. En efecto, el periodo siguiente se caracterizó por revueltas paganas y especialmente por conflictos dinásticos. Algunos miembros de la familia Arpad solicitarían ayuda a los alemanes y se vincularán a su Imperio en calidad de vasallos. Por eso, el enfrentamiento al poder germano será un gran esfuerzo, que culminará con éxito en tiempos de Ladislao I (1077-1095), el gran rey después de san Esteban, que sería también canonizado en 1192. En el interior, san Ladislao, enemigo de los paganos, dictaría severas medidas contra ellos así como contra la aristocracia, poseedora de grandes dominios, a la que opondría una fuerte protección de las ciudades libres reales. De cara al exterior, se sacudió toda idea de vasallaje del Sacro Imperio, apoyando al pontificado en la lucha de las investiduras.

Rechazó los ataques de pechenegos y cumanos y extendió las fronteras húngaras, ocupando Croacia y Bosnia, que se integraron en Hungría en 1091. Allí fundó el obispado de Zagreb. Por tanto, la gran prueba del siglo XI -la lucha con los alemanes- fue superada, pero además se había preparado para salvar nuevos obstáculos en la centuria siguiente: la expansión veneciana en el Adriático y la política balcánica de los Comnenos. El primero sería obra de Colomán I (1095-1116) que, libre de Alemania, fiel al pontificado y respaldado en el interior por su obra legislativa y organizadora, pudo emprender la gran aventura de salir definitivamente al Mediterráneo. Para ello, aseguró la ocupación de Croacia y arrebató Dalmacia a Venecia. En 1102 firmaría, con estos países, el acuerdo de los "Pacta conventa", por los que era reconocido rey legitimo, en virtud de herencia dinástica, manteniendo su autogobierno. Una maniobra que complacía a Hungría y a la aristocracia croata y dálmata, pues así salvaguardaban su autonomía frente a las apetencias de la vecina republica italiana. La vinculación de Croacia al reino húngaro, que se prolongaría tres siglos, significó el inicio de su occidentalización, pero también el principio de las rivalidades con Serbia. La unidad religiosa en Croacia no se había conseguido y el Gran Cisma de 1054 había profundizado todavía más las diferencias entre los sectores pro-ortodoxo y el pro-latino.

El triunfo de este último sellaría la ruptura definitiva con los otros eslavos del sur Los sucesores de Colomán I presidirán un periodo de decadencia en el que confluirán, en el interior nuevas luchas dinásticas, aprovechadas por la aristocracia para afirmar su poder y, desde el exterior, la intervención del Imperio bizantino para impedir que Hungría controlara las regiones eslavas de la península balcánica. En este sentido, especial interés tiene la actuación de Manuel Comneno, que utiliza todos los medios a su alcance para lograr este objetivo, que aparentemente consigue con la llegada al trono de Bela III (1172-1196). Este, educado en Constantinopla, parecía el Arpad más idóneo para satisfacer a Bizancio. Sin embargo, Bela desarticulará para siempre el plan de los griegos, al mostrarse firme continuador de la obra de Coloman I. Como él, dará un nuevo brío a la monarquía a través de la occidentalización del reino. La influencia de Occidente se observa: - En el dominio que Hungría vuelve a ejercer sobre Croacia, Dalmacia y Bosnia. - En la introducción de nuevas prácticas administrativas -creación de la cancillería en 1185-, fiscales y militares. - En la penetración del Císter (Zircz, Egres, Pilis) que impulsa la economía y espiritualidad. - En los asentamientos sajones en Transilvania que, además de contribuir a la defensa de sus fronteras, activan el desarrollo agrícola, comercial y urbano. Su matrimonio con la hermana de Felipe II Augusto fue todo un símbolo.

Las relaciones con Francia abrieron el mundo cultural húngaro a nuevas corrientes e influencias artísticas e intelectuales. No fue todo beneficioso pues, como contrapartida a las innovaciones, la penetración del feudalismo significó un fortalecimiento de los cuadros nobiliaros y del estamento eclesiástico, que cobraron una fuerza extraordinaria en el siglo XIII. Andrés II (1204-1235) participó como cruzado en 1217. Los recursos económicos para dicha empresa los obtuvo enajenando parte de los dominios reales en favor de la aristocracia terrateniente, cada vez más fuerte. Ante ella cedería, al promulgar la "Bula de Oro" de 1222. Decreto que ha sido calificado como la "Carta Magna Húngara", pero con el inconveniente de que la nobleza en este país era mucho más poderosa que la inglesa. Mediante este documento, los nobles obtenían: exención de tributación, libertad de disponer de sus dominios, garantía contra cualquier confiscación arbitraria y autorización para celebrar una "Dieta" anual que les permitía fiscalizar la política regia. Asimismo, poco después, en 1231, las altas jerarquías eclesiásticas conseguían otro decreto que igualmente sancionaba sus privilegios. Su sucesor, Bela IV (1235-1270) se planteó poder reparar las pérdidas y retroceso producidos en el reinado anterior, pero su política se vio forzada por la invasión mongola. Consciente de dicha amenaza, fortificó las fronteras, mediante la creación de marcas defensivas, y aceptó la instalación de los cumanos -bajo la condición de su conversión al cristianismo- entre el Danubio y el Tisza, con la intención de utilizarlos como barrera defensiva contra los mongoles.

Mas las tensiones nobiliarias frustraron dicho asentamiento y los cumanos optaron por marcharse hacia Bulgaria, privando a Hungría de una preciosa ayuda ante la inminente irrupción mongola de 1241. La invasión tártara a Europa se efectuó, según los hábitos de este pueblo, a través de un ataque simultáneo en dos frentes: uno que penetró en Polonia, derrotando a un ejercito conjunto de polacos y caballeros teutónicos en Liegnitz (1241), y otro al mando de Batu, que ataco Hungría aniquilando al ejército junto al río Sajo, dos días después del desastre de Liegnitz. El país fue ocupado e incorporado momentáneamente al imperio asiático. Bela huyó a una isla del Adriático hasta que pudo regresar para seguir gobernando hasta 1270. Su vuelta está relacionada con la muerte del gran khan Ogodei -acaecida en Mongolia a fines de 1241- que determinaría la inmediata retirada de Batu hacia las estepas cumanas. Zona de mejores condiciones que la llanura húngara para sustentar de forma permanente a ejércitos mongoles de gran envergadura. Efectivos militares que Batu necesitaba para defender su candidatura como sucesor del gran khan. A partir de 1242, nuevas bandas mongolas volvieron a efectuar incursiones, pero nunca a gran escala como en la etapa anterior. Desde luego, la muerte de Ogodei salvo realmente a Europa occidental, puesto que ésta no estaba preparada para combatir a una fuerza del calibre mongol, máxime cuando, a pesar de sus terribles acciones devastadoras, los occidentales seguían obsesionados con la pugna entre Papado e Imperio Tras el abandono mongol, Hungría quedó sumida en la ruina, por lo que Bela IV emprenderá con rapidez la reconstrucción del país. Para ello, utilizó principalmente dos vías: la atracción masiva de inmigrantes alemanes -que, como siempre, influirían de forma singular en el desarrollo urbano- y el reforzamiento de sus fronteras. Asimismo, por razones de defensa, autorizó a la nobleza a construir fortalezas, que pronto serían bastiones de luchas feudales y de acciones contra la propia monarquía. De hecho, los últimos reyes intentarían poner freno al poder feudal, pero sus esfuerzos resultaron estériles. La muerte en 1301 de Andrés III, ultimo representante de los Arpad, abrió un interregno que no se cerró hasta la llegada de la dinastía angevina.

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