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Datos principales


Rango

Restauración occiden

Desarrollo


El Reich alemán bajo los primeros Otones actuó como fuerza evangelizadora (y europeizadora habría que añadir] de los pueblos de la Europa Central. Ello compensó en parte los distintos sinsabores cosechados por los soberanos germanos en Italia y en la propia Alemania. Enrique de Baviera sucedió en 1002 a Otón III y se convirtió en el último monarca de la casa de Sajonia. Sus esfuerzos por imponerse militarmente a los eslavos del Este y por pacificar Italia obtuvieron escasos resultados cuando murió en 1024. Para esas fechas, además, el Imperio veía cómo en el Occidente estaban consolidándose las fuerzas políticas del futuro: las monarquías feudales. En la Francia Occidentalis de los primeros Capetos, el reino sobre el que Hugo Capeto ejercía nominalmente su autoridad al ser elegido en el 987 era un mosaico de Estados feudales. Algunos tenían una extensión -y, por consiguiente, unos recursos- superior a aquella sobre la que se extendía de forma directa el poder del rey: la cuenca media del Sena con París por capital. Con tan modesta plataforma, Hugo tuvo la fortuna de ser reconocido como una especie de señor de señores. Siguiendo el modelo de los carolingios, asoció a su hijo Roberto a las tareas de gobierno: los textos del momento hablarán de los reyes Hugo y Roberto, ejerciendo una cierta colegilidad. Esta práctica sería respetada por las sucesivas generaciones y acabaría consagrando una profunda innovación: el poder real, en principio electivo, se convierte en la práctica en hereditario.

En el 996 moría Hugo Capeto y Roberto el Piadoso (996-1031) pasaba al primer plano. Monarca devoto pero protagonista de tortuosas aventuras conyugales que le llegaron a costar una excomunión, el segundo de los Capeto lograría la anexión temporal de Borgoña a los dominios reales. A la postre sería infeudada a su hijo menor Roberto, tronco de una dinastía ducal capetiana en este territorio. Pese a todo, con Roberto el Piadoso se iniciaba una de las más prestigiosas tradiciones monárquicas francesas: la de los poderes taumatúrgicos adquiridos por sus reyes desde el momento de ser ungidos. Por los mismos años, el obispo Adolberón de Laón redactaba su "Carmen ad Rotbertum regem" en donde se popularizaba la imagen clásica de la trifuncionalidad social feudal: los que rezan, los que combaten y los que trabajan. La realeza se erigía en punto de equilibrio necesario para la buena marcha del conjunto de la sociedad. En Inglaterra, se manifiesta la lucha entre anglosajones y daneses. Los sucesores de Alfredo el Grande, apoyados en la labor del arzobispo Dunstan de Canterbury, lograron reimplantar la hegemonía política anglosajona en territorio británico. Sin embargo, en el 978, Eduardo el Mártir moría víctima de la rebelión de su hermano Etelredo. La crisis política se producía en un mal momento ya que el monarca danés Seven Barbapartida que había establecido su autoridad en Jutlandia, se dispuso -retomando viejas tradiciones normandas- a emprender una gran campaña contra Inglaterra.

Sus éxitos en el campo de batalla forzaron a Etelredo a negociar una paz. Ésta fue aprovechada por los dos rivales para fortalecer sus posiciones. Sven procedió a la conquista de Noruega y Etelredo a buscar alianzas en Normandía. Sintiéndose fuerte mandó pasar a cuchillo a la población danesa de Inglaterra (Matanza de San Bricio de 1002). La venganza de Svend se dejó sentir a lo largo de un decenio en que procedió a la ocupación sistemática de Inglaterra. Su heredero, Canuto el Grande (1014-1035), gobernó sobre un auténtico imperio a caballo del Mar del Norte. Por primera vez en muchos años los países ribereños de éste gozaron de estabilidad. En los Estados hispanocristianos, la muerte de Almanzor en Medinaceli en el 1002 permitió a los cristianos españoles restañar heridas en los años siguientes. En el 1010, incluso, tropas de los condes de Barcelona y Urgel terciaban en la guerra civil que asolaba el califato de Córdoba y saqueaban la capital andulusí. La crisis de la España musulmana se acompañó de importantes proyectos de reorganización en los Estados cristianos. Así, en 1017, el monarca leonés Alfonso V procedió, ante una magna asamblea, a promulgar un conjunto de importantes leyes para poner orden en la administración de sus Estados. Como "Fuero de León" se conocen aquellas decretadas para la capital legionense. En el otro extremo de la Península, los condados catalanes habían mantenido relaciones de vasallaje con los monarcas carolingios.

Con la subida de los Capeto tales lazos acabarían por relajarse. De hecho, los condes se mantuvieron independientes entre francos y musulmanes. El núcleo formado por Barcelona-Ausona-Gerona había de constituirse, al entrar en el segundo milenio, en el poder hegemónico entre el Pirineo y el curso del Llobregat. De todos los proyectos de restauración política de la España cristiana a principios del siglo XI, ninguno fue de tanta envergadura como el de Sancho III el Mayor de Navarra (1000-1035). La vieja hegemonía política leonesa se transfiere con él durante algunos años al núcleo vascón. La incorporación al reino pamplonés de algunos condados pirenaicos; el protectorado establecido sobre el condado de Castilla que, desde 1029, se tradujo en ocupación; y las intervenciones en el reino leonés, convirtieron a Sancho en la primera potencia política de la España cristiana. En su testamento, redactado en términos absolutamente patrimonialistas, se echarán las bases para el nacimiento de dos nuevos reinos peninsulares: Castilla y Aragón.

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