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Datos principales


Desarrollo


La reforma del Estado emprendida por C. Aurelio Valerio Diocleciano (nombre que adoptó tras ser elevado por el ejército al poder en el 284), fue de enorme importancia y revelaba las dotes de estadista que poseía este excelente militar. La compleja situación del Imperio, que contemplaba tanto problemas de orden exterior como problemas que afectaban a las propias estructuras del Imperio, hacia imposible o ineficaz que el mando y la autoridad se concentraran en un solo emperador. Asó procedió a la elaboración de un sistema político, denominado tetrarquía, que sin ser totalmente nuevo (el poder compartido era el habitual durante la República y aún en el Imperio se dio en algunas ocasiones) presentaba perfiles propios y adecuados al momento. Inicialmente, en el 286, nombró a un segundo emperador asociado a él, al que encomendó la solución de los problemas occidentales, tales como la defensa del Rin ante la invasión de alemanes, francos y otras tribus germánicas, las incursiones de los sajones en las costas de Bretaña y las revueltas de los bagaudas (masas campesinas proletarizadas) en la Galia. Este emperador fue designado con el nombre de M. Aurelio Valerio Maximiano. Este nombre intentaba traducir la idea de una filiación, de un parentesco político llevado al terreno de lo personal. Al mismo tiempo, mientras Diocleciano seguía siendo el sumo emperador, el Augusto, Maximiano accedía al Imperio como César. Esta misma jerarquización se establecía entre los epítetos divinos que ambos emperadores decidieron ostentar: Diocleciano es representado siempre como Iovius, mientras que Maximiano lo era, a su vez, como Herculeus.

Las razones de atribuirse esta ascendencia divina ficticia son difíciles de explicar. Tal vez se intentara reforzar la autoridad de la persona del Emperador (tan devaluada en los años anteriores), pero la jerarquización entre ambos era evidente: sus relaciones mutuas se expresaban a través de la de Júpiter, el dios supremo y Hércules, el más eminente de los héroes divinizados. La influencia del mundo persa, que atribuía un carácter divino al monarca, sin duda influyó también en esta decisión de Diocleciano, como influyó en todo el ceremonial de la corte: la suntuosidad, la postración ante el emperador, etc. Mientras Maximiano combatía a los germanos en el Rin y rechazaba (a través de sus generales) las invasiones y saqueos de los mauros en Africa, Diocleciano obligaba a los persas a abandonar la Mesopotamia romana que habían ocupado en el 283, vencía a los sármatas en el Alto Danubio, expulsaba a las bandas árabes de Siria y sofocaba una sublevación en Egipto. Las empresas militares eran ingentes, pero la necesidad de abordar un programa de reformas internas era inaplazable para Diocleciano. Así pues, en el 293, procedió a la culminación del sistema político de gobierno. Ese año fueron elegidos otros dos emperadores con el rango de césares: C. Galerio Valerio Maximiano y C. Flavio Valerio Constancio. Ambos, como se ve, asumieron también el patronímico de Valerio. Maximiano se elevó a la categoría de augusto y mientras asoció a la acción en el área occidental al césar Constancio, Diocleciano asociaba al césar Galerio a la parte oriental.

Había, pues, dos emperadores vinculados a Júpiter y dos vinculados a Hércules. Para reforzar esta unión y plasmar la imagen no de un imperio disgregado, sino de una única autoridad que sólo contemplaba el reparto de funciones, se establecieron alianzas matrimoniales que unieron a los césares con sus respectivos augustos. Galerio se casó con Valeria, hija de Diocleciano, y Constancio (que antes había vivido con Helena, con la que había tenido un hijo, el futuro emperador Constantino), se casó con Teodora, hija de Maximiano. A ambos césares les fueron asignados los recursos necesarios para administrar y ejercer el poder (en calidad de auxiliares de los augustos) en las áreas asignadas: a Galerio el conjunto de países situados al sur del Danubio, desde el Mar Negro hasta los Alpes, teniendo como centro Salónica. A Constancio Cloro (apelativo con el que era designado) la Galia, a la que se añade después Britania, con la capitalidad en Tréveris. Maximiano actuaría principalmente en Italia y Africa, con capital en Milán, y Diocleciano en las provincias orientales y Egipto, con capital en Nicomedia. No obstante, esta distribución de áreas no era rígida, puesto que en ocasiones debieron actuar donde fuese preciso, con independencia de que se tratase de su zona o no, como por ejemplo Galerio, que fue encargado por Diocleciano de proteger la frontera contra los persas en el 296, librando contra éstos varias batallas que culminaron con la victoria de Galerio y la extensión de la Mesopotamia romana hasta el Tigris superior.

Este sistema colegiado de gobierno, que se contemplaba como perdurable, suponía que tras la abdicación de los augustos, los césares pasaran a sustituirlos y designaran a su vez a otros dos césares. Si bien no se prohibía que los nuevos césares pudieran ser hijos de los emperadores, lo cierto es que el principio de la sucesión se fundaba, sobre todo, en la capacidad y experiencia del candidato. También parece que se contemplaba la abdicación de los augustos como regla constitucional. La falta de continuidad posterior impide constatar si este plazo se establecía a los veinte años del acceso al nombramiento de cesar (lo que coincide con la abdicación de los primeros tetrarcas) o se relacionaba con la edad y las facultades físicas y psíquicas de los augustos. Diocleciano se retiró en el 303 y en el 305 obligó a Maximiano a abdicar, que no parecía estar muy dispuesto a retirarse. El sistema tetrárquico era casi perfecto y se adecuaba a la situación presente del imperio. Resultaba no sólo eficaz, sino también más pragmático por lo que se refiere al procedimiento de captación. Mientras vivió Diocleciano, al que se le reconoce un prestigio enorme y gran ascendiente sobre los otros emperadores, no hubo problemas. Las intrigas e intereses personales vulneraron posteriormente el funcionamiento de la institución y su duración fue mucho menor de la que sin duda hubiera deseado Diocleciano.

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