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La historiografía antigua prosenatorial presenta una imagen deformada de Cómodo en la que se resaltan, entre otros elementos negativos, sus amistades con los gladiadores, su freno a la política fronteriza de Marco Aurelio y sus extravagancias religiosas. Ahora bien, cada día contamos con más datos que confirman la falsedad o deformación intencionada de la imagen del emperador en este tipo de relatos antiguos. Ciertamente, Cómodo solo tenía 19 años cuando se hizo cargo del poder imperial y fue asesinado al alcanzar la edad de 31 años. Pero no puede valorarse la obra de Cómodo como un simple resultado de su juventud, inexperiencia e inmadurez política. Hacía tiempo que el consejo privado imperial tenía un peso decisivo en toda la actividad política y administrativa. Y ese mismo consejo fue corresponsable en la elección de los prefectos del pretorio, brazo ejecutor principal de las decisiones colegiadas. El Senado de la época de Cómodo, compuesto mayoritariamente por orientales, debía mantener intereses encontrados con los de los caballeros. La elección de Perenne como prefecto del pretorio contribuyó a reforzar la posición de los caballeros en el gobierno. El incidente de la conjura para asesinar al emperador, en la que se encontraba implicada su propia hermana Lucilla, parece reflejar la decidida oposición senatorial a la política de apoyo a los caballeros. Descubierta la conjura (año 182), muchos senadores fueron condenados a muerte, hecho que determinó el odio irreconciliable entre el emperador y un amplio sector del Senado.

Hasta el año 185, Perenne fue el auténtico hombre fuerte del gobierno. Su proyecto de encargar el mando de las legiones a caballeros provocó descontentos entre varios jefes militares y la acusación -probablemente falsa- de que pretendía hacerse con el gobierno. M. Aurelio Cleandro, el acusador de Perenne, fue su sucesor al frente del pretorio hasta el año 85 y el auténtico dirigente del Imperio. En ese marco de hegemonía de los caballeros, hay que entender la línea pacifista con la que se inicia y continúa el régimen de Cómodo. La guerra resultaba muy costosa y los beneficios de una hipotética victoria no muy grandes. Cómodo firmó la paz con los bárbaros danubianos, abriendo una nueva era de tranquilidad en las fronteras. Para las tradiciones orientales, no resultaba extraña la consideración del emperador como personaje divino y/o protegido especialmente por los dioses. Y el mundo occidental se estaba progresivamente orientalizando. El propio emperador se había hecho iniciar en los misterios del dios iranio Mithra, que contaba con muchas comunidades de seguidores en el Imperio, sobre todo en los medios militares del Danubio. Un paso más fue la vinculación del emperador con Hércules; muchos autores definen esta identificación de modo que el emperador resultaba ser también un dios. Pero en tales decisiones, hay muchas ambigüedades -sin duda buscadas-: Hércules era tanto un héroe como un dios, uno de los primeros del panteón. El Hércules del siglo II d.

C. estaba asumiendo la mística de los dioses orientales; era un modelo de vida para el creyente: pecó, purgó su culpa con los Trabajos y se redimió. Esas y otras circunstancias permiten ofrecer una interpretación más matizada: Cómodo -sin duda bajo la inspiración de su consejo privado- se presentaba como si fuese Hércules, dios capaz de neutralizar la rápida expansión de los cultos orientales a la vez que de recibir una interpretación orientalizada. Ciertamente, las fuentes nos dicen que Cómodo fue llamado Heracles Romanus y que se creó en Roma un flamen Herculaneus Commodianus; contamos con representaciones en las que figura con los atributos de Hércules. Pero todo ello se explica dentro de la ideología orientalizante que se pretende dar como justificación del poder imperial y no es un reflejo de locuras o caprichos del emperador, como la historiografía prosenatorial quiere hacer creer. La tensas relaciones mantenidas entre el emperador y el Senado le valieron una damnatio memoriae, de cuya aplicación nos quedan testimonios en la epigrafía; su sucesor, Septimio Severo, rehabilito la figura de Cómodo.

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