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Barroco e ilustración son los dos términos conceptuales e historiográficos a partir de los cuales puede realizarse una aproximación más adecuada a la complejidad del período aquí estudiado. Porque, en efecto, el peso de la tradición barroca, con sus múltiples propuestas, y la Ilustración, con sus innumerables lenguajes, confluirán durante los años centrales del siglo XVIII. Si la fecha de 1750 ha sido caracterizada como el momento en el que se formulan con mayor nitidez las críticas al pasado y el origen de la modernidad, aquí será entendida como un dato cronológico, como una atalaya privilegiada desde la que contemplar el panorama.Es habitual, además, identificar en esos años alrededor de 1750 el momento en el que se produce un salto cualitativo no sólo en la valoración de la Antigüedad, sino también en los mismos métodos de estudio de las ruinas, confirmándose así un cambio entre los procedimientos de los anticuarios y los de los arqueólogos. Sin embargo, la observación requiere muchas matizaciones. Veamos un ejemplo que puede ilustrar la hipótesis de partida sobre la dialéctica entre el barroco y la Ilustración.En 1738, un arqueólogo y erudito como Francesco Bianchini publica un estudio sobre el Palatino de Roma con el título de "Del Palazzo de' Cesari". En él reconstruye, a partir de las ruinas existentes, la supuesta disposición originaria del palacio en tiempos de los emperadores Flavios. Para realizar los dibujos se sirve de un joven arquitecto recientemente premiado en la Academia de San Lucas, lo que resulta enormemente significativo.

Pues bien, en la imagen del Palacio de los Césares se pueden descubrir alzados y tipologías que derivan directamente no de los testimonios arqueológicos, sino de ejemplos concretos de la arquitectura moderna, de la Rometta de la Villa d'Este a la plaza de San Pedro o el proyecto para el ábside de Santa Maria Maggiore en Roma, ambos de Bernini. De la restitución de las ruinas se ha pasado al proyecto de arquitectura. Un proyecto que toma como excusa la Antigüedad pero que utiliza la propia historia de la arquitectura para parecer verosímil. El carácter de proyecto de arquitectura del magnífico palacio barroco reconstruido por Bianchini lo pone él mismo en evidencia cuando afirma en el texto que ese edificio podría servir de "modelo para el Palacio Real de un Soberano". De hecho, proyectos muy semejantes eran realizados por los arquitectos que solían presentarse a los Concursos Clementinos de la Academia de San Lucas.Conviene recordar, por otra parte, que también solían soñarse ruinas de edificios modernos. Unos años después, el influyente C. N. Cochin podía imaginar que en el futuro, en el 2355, se reconocería en la reciente iglesia de Sainte-Geneviève, de Soufflot, el mismo estilo que el de un edificio, del siglo anterior, emblemático para la arquitectura del siglo XVIII, como la fachada del Louvre de Perrault. Es más, llegaba a afirmar que la obra de Soufflot la atribuirían, los historiadores, a Perrault.

Se trata de dos ejemplos, el de Bianchini y el de Cochin, que nos ponen delante de un problema fundamental del siglo XVIII, el de la historicidad del arte y de la arquitectura. La restitución de un edificio antiguo como el del Palacio de los Césares sólo podía ser realizada ateniéndose a lenguajes y tipologías célebres, tanto del Renacimiento como del Barroco. Por otra parte, en un edificio como el de Sainte-Geneviève, confluyen, según palabras de un arquitecto colaborador de Soufflot como M. Brébion, "la ligereza de la construcción de los edificios góticos con la pureza y la magnificencia de la arquitectura griega" y, como recordara Cochin, el estilo, el clasicismo francés del siglo XVII, de Perrault. Ese mismo edificio podía ser, a la vez, ilustración de las teorías racionalistas de Cordemoy y Laugier. Es decir, el debate de los años centrales del siglo XVIII parece establecerse no tanto entre rococó y neoclasicismo, cuando entre la tradición barroca y el racionalismo de la Ilustración. Un racionalismo que también se oponía al neoclasicismo y al romanticismo posteriores. Sólo circunstancialmente, en cuanto antibarrocos, neoclasicismo y racionalismo tuvieron algún punto de confluencia.Pero mientras el racionalismo proponía una mirada histórica al pasado, fuese clásico o barroco, el neoclasicismo sería fundamentalmente ahistórico. Al primero le interesaba de la Antigüedad, pero también de otros momentos de la historia, lo que no fuera incompatible con la Razón.

Sin embargo, al segundo, al neoclasicismo, sólo le interesaba la Antigüedad en términos de modelo de perfección absoluta, en cuanto objeto de imitación formal y moral. De ahí que el racionalismo pudiera asumir la tradición clasicista, el mundo grecorromano, algunos aspectos de la cultura barroca e incluso la funcionalidad constructiva del gótico y darles una nueva formulación.De esta forma, entre la ruina del Templo de la Filosofía del jardín de Ermenonville, verdadero proyecto interrumpido, la restitución barroca del Palacio de los Césares, de Bianchini, y la ruina futura de Sainte-Geneviève, confundida con el estilo de la fachada del Louvre, lo que se plantea son distintas maneras de entender la propia historia de la arquitectura, pero no una polémica entre estilos.

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