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Datos principales


Rango

demo-soc XVIII

Desarrollo


Pese a ser la célula básica de la sociedad, unidad de producción económica y de reproducción biológica y social y pieza clave en la transmisión de bienes materiales, el estudio de la familia moderna, tras un primer planteamiento en el siglo XIX -del que interesan, sobre todo, las aportaciones de F. Le Play- no ha sido emprendido sistemáticamente sino en fecha reciente, al compás del desarrollo de la demografía histórica. En Francia, Ph. Ariès, en el campo de la historia de las mentalidades, investigaba el papel del niño en la vida familiar y algo más tarde, en Inglaterra, P. Laslett y el denominado Grupo de Cambridge, condicionados por la mediocre calidad de sus registros parroquiales, se centraban en el estudio de las estructuras familiares, elaborando una metodología susceptible de ser aplicada a realidades dispares. Serán estas cuestiones relativas a las estructuras familiares y su incardinación social las que nos ocupen ahora, abordándose en un capítulo posterior el estudio de otros aspectos también relacionados con la familia y la vida familiar. Las primeras conclusiones del Grupo de Cambridge (1972) rechazaron el modelo evolutivo de las estructuras familiares propuesto por F. Le Play para los siglos modernos -del predominio de familias complejas y muy numerosas al de la familia nuclear-. Investigaciones posteriores han señalado la ya insinuada por Ariès coexistencia en Europa, desde muy antiguo, de diversos modelos familiares -sobre cuyos orígenes, sin embargo, apenas se sabe nada-, fruto de la variedad de tradiciones y formulaciones del derecho hereditario y de las no menos diversas formas de explotación económica, los más importantes de los cuales serían, desde la perspectiva cultural adoptada por A.

Burguière, estos tres: a) Familia comunitaria, en la que conviven diversos núcleos matrimoniales, de padres e hijos u otras combinaciones de parentesco, como las hermandades (varios hermanos casados). Relacionada con prácticas hereditarias desigualitarias y con la necesidad de acumular gran cantidad de mano de obra no remunerada, se daba frecuentemente en los grandes dominios señoriales de la Europa del Este (Rusia, Polonia), así como en determinadas zonas de aparcería (Poitou, Auvernia o las mezzadria de Italia central, por ejemplo) o de dominio indiviso (zadruga serbia, por ejemplo). b) Familia troncal, en la que los padres conviven con el matrimonio de uno de sus hijos -el heredero de todos los bienes-; los demás permanecerán solteros en la misma casa, se integrarán, casados, en otra o bien emigrarán. Era característica, entre otros ámbitos, de zonas montañosas y ganaderas, de hábitat disperso, en que junto con la hacienda se heredaban también, por ejemplo, participaciones en bienes comunales y podía encontrarse en muy diversas zonas: norte de Portugal, Francia meridional, zona alpina, Países Bálticos... c) Familia nuclear, conyugal o simple, compuesta exclusivamente por la pareja y sus hijos solteros, quienes al contraer matrimonio abandonaban el hogar paterno constituyendo el suyo propio (neolocalismo). Presente en toda Europa, predominaba en el cuadrante Noroeste, podía ser numerosa en la Europa meridional y central (en Francia abundaba mucho más en el Norte que en el Sur) y estaba menos presente en el Este.

Tratándose de la estructura más flexible, se adaptaba por igual a prácticas hereditarias igualitarias y a las que privilegiaban a un heredero y no solía ser raro que algunos de los hijos abandonaran el hogar antes del matrimonio para conseguir o mejorar sus recursos de cara a su establecimiento independiente, que estaría condicionado (y con él la edad del matrimonio) por las condiciones económicas generales. Aunque no se ha podido establecer con claridad la evolución a largo plazo entre los distintos modelos familiares, lo cierto es que los cambios socioeconómicos del siglo XVIII, y su prosecución en el XIX, terminaron jugando a favor de la familia conyugal. La difusión de la industria en el mundo rural, proporcionando empleos y salarios no agrícolas, tendía a resquebrajar las bases de las familias complejas. El crecimiento demográfico, aumentando el número de hermanos solteros dependientes del heredero, y la inevitable necesidad de terminar fragmentando los patrimonios, las empujará hasta el límite de su lógica. Frente a ellas, la mayor flexibilidad de la familia nuclear, su facilidad de constitución al margen de estructuras heredadas, su mayor viabilidad en el medio urbano, su asimilación del espíritu de empresa -cada matrimonio debía iniciar su propia hacienda- hicieron que se adaptara mejor a los nuevos tiempos. La promulgación de códigos civiles en el siglo XIX -el ejemplo del código napoleónico francés de 1804 es clásico- que tendían a unificar el derecho hereditario de cada país, aunque sus disposiciones, en la práctica, tardaran en cumplirse, incidiría también en la tendencia a la uniformización de los modelos familiares.

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