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Datos principales


Rango

demo-soc XVIII

Desarrollo


El interés de los poderes públicos por conocer el volumen de la población fue constante durante la Edad Moderna, pero estuvo motivado más por preocupaciones fiscales o militares que por las puramente demográficas, teniendo como uno de sus resultados la habitual oposición, pasiva o activa, a los recuentos. Todavía en 1753, en Inglaterra, la Cámara de los Comunes rechazaba un proyecto de censo general, entre otras razones (las hubo diversas, religiosas incluidas), porque amenazaba las libertades inglesas. Sin que las preocupaciones fiscales y militares llegaran a desaparecer, durante el siglo XVIII se comienza a considerar la población como una variable de conocimiento necesario para planificar la acción política. Y poco a poco se fueron llevando a cabo los primeros censos con criterios modernos. Suecia introdujo, a partir de 1749, la periodización de los recuentos, que tardará cierto tiempo en imponerse de forma generalizada. En España los primeros censos modernos fueron los denominados Censos de Aranda (1768-1769), Floridablanca (1786-1787) y Godoy (1797), dándose un paso más, al publicarse los resultados de los dos últimos. Había en ello, como se reconoce en el prólogo de la edición del Censo de Floridablanca, una finalidad propagandística: hacia el interior, para que se apreciaran los beneficios derivados de la política gubernamental, y hacia el exterior, "para que vean los extranjeros que no está el reino tan desierto como creen ellos y sus escritores".

Y es que desde mucho tiempo atrás, población abundante se identificaba con riqueza, potencia y eficacia política. Era una concepción derivada de los planteamientos mercantilistas y que, en líneas generales, se mantuvo durante este siglo, en el que se desarrollaron notablemente los estudios y reflexiones sobre la población. Entre ellos, Recherches et considérations sur la population de la France (1778), de J. B. Moheau, merece ser señalada como el primer auténtico tratado de demografía. En un ambiente mayoritariamente populacionista, el radical optimismo de que hacían gala muchos de los autores les llevaba a confiar en la -infinita, según Condorcet- perfectibilidad del hombre y la sociedad para resolver los delicados problemas derivados del equilibrio entre población y recursos. Algo que fue drásticamente cuestionado por el pastor inglés Robert Malthus en su Essay on the Principle of Population (1798). Malthus partía del diferente ritmo de crecimiento de la población, que en ausencia de control se multiplicaría siguiendo una progresión geométrica, y las subsistencias, que sólo lo harían en progresión aritmética. El desequilibrio, obviamente, terminaría por producirse y, para evitar que la pobreza, las calamidades y el vicio fueran los frenos positivos a un crecimiento desmesurado de la población, abogaba por su limitación mediante la puesta en práctica de la constricción moral, esto es, restringiendo el acceso al matrimonio a quienes pudieran mantener adecuadamente una familia y retrasándolo hasta el momento en que esto ocurriera. La obra, de repercusiones inmediatas, planteaba crudamente una polémica que ha seguido vigente hasta nuestros días.

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