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Desarrollo


Como consecuencia de las guerras de independencia, la sociedad que emergía del mundo colonial sufrió, según señala correctamente Halperín, un proceso de ruralización y militarización que favorecería el surgimiento del caudillismo. En realidad, la figura del caudillo (cacique, en términos políticos) ya existía en la sociedad colonial y descansaba fundamentalmente en la existencia de relaciones patrón-cliente y en el establecimiento de lazos de fidelidad y lealtades personales a cambio de seguridad y determinadas prebendas. En algunos casos, como en México, asistimos a la formación de sistemas verticales de tipo piramidal, que trasladan las relaciones clientelistas de una pirámide a otra, a lo largo de toda la escala social, de modo que ciertos caudillos dependerían a su vez de otros caudillos. La principal diferencia con el pasado radicaba en que los caudillos coloniales se desarrollaron en una sociedad escasamente militarizada, lo contrario de lo ocurrido tras el estallido de las guerras de independencia y de las guerras civiles. La militarización se había hecho necesaria en la búsqueda de un sistema democrático, pero una vez consolidado, la misma militarización puso en peligro el proceso democratizador.Los procesos de ruralización y militarización constituyeron al caudillo en una de las figuras típicas de América Latina en el siglo XIX. Al mismo tiempo, la inestabilidad política y el debilitamiento del poder central revalorizaron la figura de los caudillos, convertidos por las circunstancias en los principales garantes del orden y de la cohesión social a escala local o regional, orden y cohesión que en numerosas ocasiones debían defenderse con las armas.

La figura del caudillo se manifestaba al margen de las opciones políticas o ideológicas de la época, los había federalistas o centralistas, y liberales o conservadores, pero también había quienes cambiaban de bando a medida que cambiaban sus lealtades personales o que las circunstancias concretas lo aconsejaban. Dada la debilidad del poder central, los jefes armados se volvieron autónomos de las autoridades que habían organizado los ejércitos, siendo la figura de Facundo Quiroga arquetípica del caudillo rural decimonónico.La emancipación prácticamente no había provocado transformaciones sociales en el mundo rural, aunque sí revalorizó el papel de los propietarios rurales en comparación con la posición más subordinada que solían tener en la colonia. Esto respondía, en parte, al mayor empobrecimiento de las élites urbanas, mucho más afectadas por la política de los gobiernos que buscaban fondos (confiscaciones) con los que financiar las guerras. En el medio rural seguían siendo los propietarios quienes mandaban y eran ellos, o sus representantes, los encargados de mantener el orden y quienes estaban al frente de las milicias. La figura de Juan Manuel de Rosas, dominante en la Argentina entre 1829 y 1852 es fiel reflejo de lo que aquí se dice. La entrega de tierras a los oficiales que pelearon en las guerras de independencia, notable en el caso venezolano, provocó una cierta renovación entre los terratenientes.A consecuencia de las guerras, la violencia se convirtió en algo cotidiano y la movilización bélica tuvo su parte de movilización política.

La larga duración de los enfrentamientos llevó a los dos bandos en pugna a sumar al es fuerzo bélico a amplios grupos sociales, no pertenecientes exclusivamente a las oligarquías y para ello fue necesario otorgar contrapartidas. En el Río de la Plata, en México y en Venezuela, y de un modo más limitado en Chile o Colombia, la rapidez de la movilización militar no permitió disciplinar a aquellos sectores convocados a las armas, como los indios o los esclavos.Los ejércitos que sobrevivieron a las guerras de independencia eran muy nutridos y las autoridades no siempre quisieron, o pudieron, desmovilizarlos, ya que su favor podía ser vital para la estabilidad del propio gobierno. Por ello era necesario dedicar a los gastos militares las mejores y más saneadas partidas presupuestarias, que por lo general superaban el 50 por ciento de los gastos del Estado. El presupuesto de defensa se dedicaba a pagar los salarios a la tropa y a la oficialidad y también a la adquisición de armas y municiones, de modo de evitar cualquier conflicto de tipo gremial o reivindicativo por parte de los militares y que pudiera terminar en una asonada. A veces los recursos sólo se conseguían mediante el saqueo, es decir, recurriendo a una mayor cuota de violencia.En México y Perú, buena parte de la oficialidad provenía de los ejércitos realistas, lo que otorgó a los militares profesionales un peso mayor que en otros países del continente. En aquellos países cuyos ejércitos habían estado peleando fuera de sus fronteras (argentinos, chilenos, venezolanos o colombianos), las milicias locales, más vinculadas a las estructuras locales de poder que las fuerzas regulares, fueron claves para garantizar el orden.

El costo de mantenimiento de las milicias era menor que el de los ejércitos, y muchas veces sirvieron como correa de transmisión para expresar el agobio de las poblaciones frente a las exacciones gubernamentales. Pero a medida que las milicias extendieron su actuación, requirieron una mayor cantidad de dinero, única manera de competir eficazmente con los ejércitos regulares.Esto explica la recurrencia de las guerras civiles durante gran parte de la centuria, pero el recurso sistemático a la guerra no se debe sólo al peso de lo militar, sino también a la falta de una política o de un sector social que fueran hegemónicos y pudieran imponerse claramente sobre el resto de la sociedad. La naturaleza y el alcance de los enfrentamientos fueron exagerados por los viajeros extranjeros y por algunos testigos locales, que centraban sus descripciones en la ferocidad de los contendientes y en la destrucción generalizada. La abundancia de las guerras influyó negativamente en las economías, especialmente en los gastos militares o en la pérdida de vidas humanas, más cuantiosas en los conflictos prolongados, como la Guerra Federal venezolana o la que enfrentó a los colombianos Joaquín Mosquera y Mariano Ospina Rodríguez. Las batallas destruían buena parte del aparato productivo, de ganados, cultivos y campos de labor. El reclutamiento, muchas veces mediante procedimientos violentos, de campesinos y otros trabajadores, era causa de continuas deserciones, que se hacían más numerosas en las épocas de la siembra y la cosecha. En la segunda mitad del siglo, México y Venezuela fueron afectadas por las peores guerras civiles desde la independencia, que en el caso de México se vio agravado por la invasión francesa.

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