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La recuperación de tierras para el cultivo en la Europa de fines de la Edad Media no fue, ni mucho menos, el contrapunto del gigantesco proceso roturador que se había desarrollado siglos antes. Mas no por ello dejó de tener su importancia. Se trataba de ganar para el cultivo sobre todo aquellos suelos que, a pesar de su probada calidad, habían tenido que ser abandonados debido a la incidencia de la guerra o de las mortandades. Así las cosas, los especialistas afirman que entre 1440 y 1475 se perfila con toda claridad una etapa caracterizada por la pretensión de recuperar las tierras de buena calidad. Esto se comprueba lo mismo en Francia (la colonización fue muy intensa en comarcas como Ile-de-France o Cambresis) que en Alemania o en Italia. Esas tierras se dedicaban, preferentemente, a cultivos no cerealistas, como el lino, las viñas o los frutales, sin duda más interesantes desde el punto de vista económico que aquellos. De todas formas la expansión también benefició a los granos. En Auvernia o en los campos de la región parisina los cultivos cerealistas crecieron, entre mediados del siglo XV y las primeras décadas del XVI, entre un 50 y un 100 por 100. Paralelamente los precios de los granos se recuperaron en casi toda Europa a partir de la década 1460-1470. En el último cuarto del siglo XV, y aun en las primeras décadas del XVI, el acento se puso en recuperar las tierras marginales. El empuje demográfico incitaba a un incremento de la producción de granos, lo que explica esa obsesión por recuperar tierras para el cultivo que se observa en toda Europa.

De todos modos el éxito alcanzado fue sólo parcial, pues, proyectando nuestra reflexión al conjunto del agro europeo, no parece que se volviera a ganar para el arado más allá de un 20 por 100 de los suelos abandonados. Paralelamente retornaban a la vida muchos lugares despoblados en los años difíciles. En Provenza la mitad de las 180 aldeas abandonadas desde mediados del siglo XIV estaban reconstruidas antes del año 1460. La actividad colonizadora también esta comprobada para el mundo hispánico. Es posible que en esas tierras tuviera un carácter precoz, pues está atestiguada en la primera mitad del siglo XV, desde las tierras gallegas hasta las murcianas y desde el valle del Duero hasta Andalucía. Así, por ejemplo, en tierras salmantinas el proceso roturador, que se supone había dado comienzo al filo del año 1420, se encontraba en pleno desarrollo a mediados de la centuria, según ha demostrado N. Cabrillana. Incluso referencias como la que aparece en un documento del año 1435, procedente de la zona toledana, "quedan otros terminos por labrar por causa de non aver quien los labre", cabe interpretarlas en el contexto de un proceso de colonización de tierras que habían sido abandonadas, por más que en la fecha indicada se careciera todavía de suficientes brazos para ponerlas en explotación. Hay que señalar, no obstante, que el impulso colonizador que se observa en Europa en el siglo XV casi nunca partió de la iniciativa de los labriegos. Fueron los magnates laicos y eclesiásticos los que, en la mayor parte de las ocasiones, guiaron el proceso, cuando no simplemente las aristocracias urbanas, progresivamente interesadas en invertir en tierras. Este interés del "popolo grasso" por el entorno rural fue muy frecuente en el mundo italiano, pero también estuvo presente en otros países, como es el caso de Castilla, y en particular de la ciudad de Burgos, según ha demostrado de forma contundente en sus investigaciones H. Casado.

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