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América borbónica

Desarrollo


La política española del siglo de las luces no pudo zafarse de los conflictos coloniales internacionales, que gravitaban ya inexorablemente sobre toda América. En sus comienzos se vio inmersa en la Guerra de Sucesión, en la que intervinieron casi todas las naciones de la Europa occidental, y en sus finales en el de las guerras napoleónicas, que afectaron ya a la totalidad de Europa. Entre uno y otro, puede decirse que España participó en casi todos los problemas bélicos internacionales, lo que se reflejó en sus colonias, que jugaron sin saberlo un papel de sostenedoras del status quo mundial. Este status quo fue, seguramente, el que evitó que España se quedara sin la mayor parte de ellas, ya que su potencial militar y naval era claramente inferior al de sus vecinos de Europa. Al término del siglo XVIII, la unidad territorial de Hispanoamérica resultaba así muy semejante, aunque algo mermada, con respecto a la que tenía a comienzos de la misma centuria. España participó en siete grandes guerras: La de Sucesión, la de la Oreja, la de los Siete Años, la de emancipación de las colonias inglesas, la de la Convención, y las dos contra Inglaterra de 1797 y 1804. En la primera no sufrió pérdidas territoriales en América (sí en Europa), salvo la ratificación legal de las anteriormente ocupadas. En la segunda tampoco. En la tercera perdió la Florida, cedida a los ingleses, y tuvo que ratificar la ocupación legal de Belice, pero se le regaló la Louisiana, que le compensó sobradamente.

En la norteamericana recobró la Florida. En la de la Convención perdió la parte española de Santo Domingo, que pasó a ser francesa, y en las dos últimas contra Inglaterra la isla de Trinidad. Podemos comprobar, por consiguiente, que las colonias hispanoamericanas mantenían casi intacta su extensión, pese a los problemas bélicos, lo que demuestra el interés de las potencias hegemónicas porque fuera así, ya que esto les permitía colocar sus manufacturas. Tampoco afrontó España grandes problemas políticos internos en Hispanoamérica, contra lo que era de esperar, ya que durante el siglo XVIII se aplastó el poder criollo y se impuso la explotación colonial. Las rebeliones, motines y asonadas se hicieron, principalmente, contra los impuestos y la mala administración, no pasando por lo regular de movimientos de "Viva el Rey y abajo el mal gobierno". Tales fueron las de los comuneros del Paraguay (1717-35), originada por usufructuar el trabajo personal de los indios del Chaco; la de Juan Francisco León (1749?52), contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana; la de Quito de 1765 contra las alcabalas; la de Túpac Amaru de 1780 contra los repartimientos de los corregidores y los nuevos impuestos; la de los Comuneros neogranadinos de 1781 contra la reforma fiscal que creaba nuevos impuestos, y todas las que les sucedieron hasta 1806. Sólo la invasión de Miranda a Coro en este último año tuvo ya un carácter verdaderamente político y revolucionario, fracasando por faltarle el apoyo de las oligarquías, empeñadas en mantener el orden social vigente (amenazado por lo ocurrido en la colonia francesa de Haití), aunque inclinadas ya a relevar a los peninsulares en la administración.

El hecho de que estas revoluciones no lograran integrar a los distintos sectores sociales existentes en las colonias permitió que las autoridades españolas las abortaran con relativa facilidad. Guerras internacionales y conflictos internos motivaron, finalmente, que España se preocupara por reforzar su planta militar hispanoamericana. Los gastos de defensa en la primera mitad del siglo fueron del 66% de los ingresos en México, 73% en Nueva Granada, 81% en el Perú. Aumentaron a partir de la Paz de París (1763), cuando se fortificaron mejor La Habana, Cartagena y Callao y se dieron órdenes para que en cada virreinato se mantuviera un contingente de tropas regulares (6.000 en Nueva España, 3.000 en Nueva Granada y 1.500 en Perú), reforzado por milicias (20.000 en México, 40.000 en Perú y 15.000 en Nueva Granada), que se movilizaban en casos excepcionales. Lo mismo se hizo en Buenos Aires, donde las milicias jugarían un papel decisivo frente a las invasiones inglesas de comienzos del siglo XIX. En cualquier caso, fue una planta militar insignificante para la enorme extensión y población hispanoamericana y situada además en lugares claves, como Cartagena, La Habana, Panamá o en las capitales virreinales. Bajo ningún aspecto puede considerarse una organización militar destinada a someter unas colonias rebeldes: sólo a defenderlas de ataques extranjeros.

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