Nuevas fuerzas sociales y económicas

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Renacimiento agra

Desarrollo


Del dicho popular que circuló en la Edad Media afirmando que "el aire de la ciudad hacía libres" a los hombres y mujeres que en ella residían, trabajaban y se relacionaban, a la llamada revolución comercial de R. S. López, la historia urbana y mercantil ofrece toda una serie de nuevas incitaciones que requirieron un conjunto de respuestas tendentes a solucionar los desequilibrios que el tirón de la ciudad provocó en la sociedad y economía de los siglos del crecimiento y la expansión de Europa (XI-XIII). Pero nada hay más incierto en esta época que la propia concepción de lo urbano, a pesar de que ello incluye una diversidad de actividades individualizadas (artesanos, comerciantes, intelectuales, juristas, oficiales al servicio del príncipe, clérigos), una especialización laboral y una solidaridad corporativa y concejil que no se encuentra en el medio rural. Los límites entre el campo y la ciudad no acabaran de perfilarse todavía en estos siglos del despertar urbano porque la población, los medios de subsistencia y las materias primas las seguirá proporcionando el campesino o el señor al vender los excedentes de la producción de sus tierras. Pero tampoco las ciudades tendrán una homogeneidad, aunque se identifiquen más aquellas que cuenten con una catedral y su correspondiente obispo, un mercado importante e incluso una feria, uno o varios puntos de contratación de mercancías prioritarias, un estatuto jurídico propio y, sobre todo, un recinto amurallado en uno o varios cinturones concéntricos con accesos controlados para proteger a sus habitantes o percibir los aranceles establecidos para las mercaderías circulantes y garantizar el proteccionismo comercial donde y cuando lo hubiera.

Ahora bien, la ciudad se idealiza en la Edad Media. A mitad de camino entre la "Jerusalén celestial y la terrenal (la real y tangible)", que debe aspirar a imitarla, está la "ciudad ideal" que nos presenta, entre otros, el gerundense Francisco de Eiximenis en el siglo XIV, quien, aun formado en Colonia, París y Oxford, ejerció su quehacer filosófico y cultural en Valencia. El éxito de la ciudad a partir del siglo XI justifica esta idealización que no se halla para el campo, al que no le llegará en los tiempos medievales el elogio de la "alabanza de aldea y menosprecio de corte" de la Edad Moderna. Pero la ciudad es un organismo vivo que se transforma constantemente. Como apunta L. Benevolo, se trata en primer lugar de un sistema urbano que emerge a partir del siglo XI, después, en los siglos álgidos de la expansión económica se asiste a la formación de un nuevo sistema urbano occidental entre los siglos XII y XIII, y a partir del XIV vino la que este autor llama la época de los acabados. De esta forma, paulatinamente, los diversos espacios de la ciudad fueron integrándose en un espacio continuo, se regularizó la capacidad necesaria para su autonomía de gestión, se erigieron las construcciones repartiéndose el suelo edificable y se canalizó la producción a través del mercado, el cual constituye desde entonces el instrumento regulador de la oferta y la demanda, frente al mercado rural caótico y desmotivado. La figura del "hombre de ciudad" aparece animada de un espíritu de empresa, de una aceptación del riesgo y de un gusto por el enriquecimiento y el lucro sin límite que no se encuentra en el medio rural.

Para ello se requiere un "soporte financiero", una "capacidad de organización del trabajo" en sus diversas fases de la producción y una "nueva ética mercantilista" que asuma "el purgatorio", cuyos orígenes ha desvelado J. Le Goff. La enorme vivacidad de la ciudad nos presenta al mercader alimentado por una gran curiosidad y un ansia por conocer que no encontramos ni en las cortes señoriales y castellanas ni en los claustros monásticos, donde prevalece lo establecido por costumbre o por norma. Pero la ciudad asume además su función intelectual y su papel como centro jurídico. En el mismo ambiente en el que irán surgiendo las Universidades, entre los siglos XIII y XIV, se instalarán también los tratados comerciales y de mercadería junto a los textos jurídicos que los romanistas contrastaran con los de los canonistas. Hasta el tiempo se vio afectado por los nuevos hábitos del mercader y del urbanita. El hasta entonces exclusivo tiempo litúrgico y estacional sería desplazado progresivamente por "el tiempo del mercado y del mercader, el tiempo del crédito y el interés", condenado por la Iglesia porque el tiempo sólo es de Dios, y el tiempo de lo festivo, cuando la ciudad se vaya transformando en un escenario público de celebraciones, espectáculos y diversiones, al recuperarse el "homo ludens" del que hablaba Huizinga. El tiempo se secularizó en el medio urbano mientras que perduraba en su regulación canónica en el campo, y si en éste la luz solar, desde el amanecer hasta el ocaso astral, concentraba la actividad rural, en aquel la actividad diaria comenzó a medirse por medios mecánicos.

Los cambios en la medición del tiempo reflejaban, sin embargo, no sólo la secularización del mismo, sino también las transformaciones producidas en el ámbito urbano a medida que se diversificaban las funciones y dedicaciones de sus integrantes. Pero entre dichas transformaciones, las que más se identificaban con la nueva realidad dispar de la ciudad eran aquellas derivadas del nuevo panorama social en el que -como escribe R. Fossier- los nobles, los mercaderes, los maestros y los artesanos formaban parte de lo esencial de la ciudad; mientras que los excluidos, rebeldes, mendicantes, judíos o marginales no aspiraban todavía al asalto de la misma como lo harían entre la baja Edad Media y el Renacimiento; sin olvidar a esa otra categoría de hombres que no tendían la mano a la espada, ni a la moneda, ni a la herramienta de trabajo: los clérigos, a quienes el hombre de la ciudad exigiría más que al del campo; y también los oficiales públicos, los hombres de leyes, los notarios, los intelectuales o los sanadores (físicos o médicos), dignificando profesiones que con el tiempo conservarían su carisma e influencia social entre los destinatarios de sus servicios públicos o privados. Se trata, pues, de todo un mundo nuevo que clasificaba y distribuía a sus elementos en dedicaciones y conocimientos, disponibilidades económicas y categorías profesionales, asistencia espiritual y habilidades manuales, práctica jurídica y destreza científica.

La recuperación progresiva del Derecho romano había ido devolviendo entre los siglos XII y XIII las libertades públicas, el sentimiento de la individualidad y las garantías personales en lo privado y en lo publico; emergiendo paulatinamente la sociedad civil en las comunas, los municipios, los concejos o las comunidades, cuando en la sociedad feudal el secuestro de dichas libertades y la privatización del poder público seguía siendo predominante. No obstante, en muchos casos la ciudad se convirtió en una nueva forma de explotación señorial del entorno próximo o más alejado, siendo el concejo el poder explotador y las aldeas dependientes lo explotado; lo que ha permitido a R. Hilton incardinar también a la ciudad en el modelo feudal de relaciones socioeconómicas y jurisdiccionales. Y en el otro extremo, el ejemplo de las ciudades-estado o ciudades-república del mar ligur o del Adriático (Génova o Venecia), de la Lombardía o de la Toscana (Milán o Florencia), con sus regímenes aristocráticos y mercantiles potenciados por los negocios y las finanzas; además de las ciudades asociadas pare proteger el comercio del mar del Norte, como las que relacionó la Hansa.

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